«GINECEO»: Rosario, el nombre de una pasión - Mujer es Más -

«GINECEO»: Rosario, el nombre de una pasión

La cruel y despiadada.

Pues bien, yo necesito

decirte que te adoro,

decirte que te quiero

con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro,

que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto,

y al grito que te imploro

te imploro y te hablo en nombre

de mi última ilusión.

"Nocturno", Manuel Acuña (fragmento)

Un episodio dramático de la historia de las letras mexicanas, es el que refiere la relación tormentosa del poeta Manuel Acuña y su musa Rosario de la Peña. El 6 de diciembre de 1873, el poeta mexicano se suicidó tomando una ingesta de cianuro de potasio. Este hecho ha señalado que su decisión de quitarse la vida, obedeció al desaire amoroso que sufrió por parte de Rosario. Sin embargo, al paso del tiempo las versiones han logrado cambiar el evento.

Rosario de la Peña nació el 24 de abril de 1847. Pasó sus primeros años en el boato social que le dispensaba su acaudalada familia. Al respecto, José López-Portillo y Rojas, señala en su libro Rosario la de Acuña: “creció hermosa, arrogante, inteligente, inclinada por decretos arcanos de la naturaleza al romanticismo y a la poesía, y desde sus más tiernos años amó la música de los versos, y tuvo adoración por los poetas”. Esto último terminaría marcando su vida para siempre.

Las tertulias sociales que organizaban sus padres, don Juan y doña Margarita le permitieron a Rosario imbuirse en el mundo de la cultura decimonónica. A su casa acudían con frecuencia algunos de los artistas más prolíficos de la época. De aquellas reuniones derivó una incesante relación entre Rosario, que se volvió su musa, y las voces de los artistas que la adulaban apasionadamente con docenas de estrofas en su honor.

A las veladas se sumaron tres poetas que quedaron prendados de la hermosura de Rosario: Guillermo Prieto el Nigromante, Manuel Acuña y Manuel M. Flores. Pero Rosario sólo tuvo ojos para Flores. Acuña se enamoró perdidamente de Rosario. La idealizó en una realidad propia que sólo existía en su poesía. Acuña jamás le insinuó su amor. Sin embargo, dedicó a ella una de sus obras máximas, "Nocturno", considerado como su testamento poético. 

Con la publicación de estos versos, también salió a la luz el nombre de Rosario, que a la vista de los cursis que recitaban los versos, aparecía como cruel y despiadada, por haber negado su amor al artista que la idolatraba, orillándolo a su deceso. Al paso del tiempo, la versión de la propia Rosario y de algunos colegas de Acuña, la exculpó de los acontecimientos, aún en contra de la creencia popular, la cual pervive hasta nuestros días. Juan de Dios Peza, por ejemplo, señala que "Nocturno", de hecho, Acuña lo había escrito meses antes de su muerte, por lo que esto no pudo ser consecuencia de la tragedia.

Más allá del drama literario, Rosario de la Peña sigue siendo considerada la inspiración de muchos artistas y aunque difícilmente se puede separar de la grandeza de la obra poética de Manuel Acuña y de su drama personal, representa un elemento por demás significativo para entender la historia de la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo XIX.

 

Esa era mi esperanza…

mas ya que a sus fulgores

se opone el hondo abismo

que existe entre los dos,

¡adiós por la última vez,

amor de mis amores;

la luz de mis tinieblas,

la esencia de mis flores,

mi mira de poeta,

mi juventud, adiós!

"Nocturno", Manuel Acuña (fragmento)

 

Carlos Silva
«GINECEO»
Maestro y candidato a doctor en historia por la UNAM. Su especialidad es la historia política contemporánea. Entre sus publicaciones cuenta con El Diario de Fernando; las biografías de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Gonzalo N. Santos, publicadas por Editorial Planeta; 101 preguntas de historia de México. Todo lo que un mexicano debe saber, por Editorial Grijalbo. Es coordinador de Gestión Cultural de la Subdirección General de Patrimonio Artístico del INBA y dirige su propio sello editorial Quinta Chilla Ediciones.

 

Related posts

LA ABADÍA DE ELOÍSA: Sobre la bondad…

SALA DE ESPERA: El legado

COLUMNA INVITADA “Xingona”: Xóchitl por Ivonne