Que los dos hombres fuertes de Donald Trump reconozcan públicamente que Estados Unidos es corresponsable de la violencia del narcotráfico en México por el gran número de consumidores que tiene, no es cualquier cosa.
De acuerdo con datos de la Junta Internacional de Fiscalización y Estupefacientes de la ONU, 2.3% de la población estadounidense consume cocaína. 87% de la coca llega por México y Centroamérica. Solo por mencionar esa droga (consultar el reporte amplio de JIFE).
Rex Tillerson, secretario de estado y John Kelly, secretario de seguridad nacional dijeron tras el encuentro con el canciller Luis Videgaray y el secretario de gobernación Miguel Angel Osorio Chong, lo que ya se sabía pero no se decía tal cual, y menos ante el público: los estadounidenses adictos a las drogas son parte sustancial de la violencia que el narcotráfico ha desatado en nuestro país.
Y son la raíz del problema porque sin consumidores no habría demanda y sin demanda no habría traficantes. Y sin traficantes no habría dinero y sin dinero no habría tanto para corromper, comprar armas y no habría probablemente la estela de muerte y horror que ha dejado el narcotráfico en el país.
Antes de querer construir “hermosísimos” muros, cae muy bien que como cualquier adicto que se quiera curar, lo primero es reconocer que se tiene el problema. Porque se podrá ir a la mejor clínica, con los mejores médicos y con la familia dispuesta a apoyar, pero si no hay voluntad de aceptar la responsabilidad, pues nomás no hay forma de terminar con el problema.
Hay quienes como Mario Vargas Llosa dicen –último artículo en El País- que para acabar con la narco-violencia lo mejor sería legalizar todas las drogas y abrir las fronteras. Demasiado utópico.
La adicción a las drogas es un problema muy complejo, en el que intervienen diversos factores. ¿Dónde se rompe el hilo entre ser un consumidor ocasional a un adicto?, no se sabe con precisión.
Escritores como Aldous Huxley en su ensayo “Las puertas de la percepción” plantea el complejo universo de la adicción. Él hizo el experimento con mezcalina y recreó –vía grabadora- todo lo que la droga le despertó. “Viaje” que terminó sin consecuencias para el autor, más que efectivamente haber tenido una sensibilidad extra provocada por la sustancia.
Esto llevó a Huxley a concluir que era muy improbable que los seres humanos puedan estar fuera de los paraísos artificiales. “La mayoría de las personas llevan vidas tan penosas en el peor de los casos y tan monótonas, pobres y limitadas en el mejor, que el afán de escapar, el ansia de trascender de sí mismo aunque sólo sea por breves momentos es, y ha sido siempre, uno de los principales apetitos del alma”.
Ojalá –y lo pedimos tal vez todos los mexicanos– que la aceptación pública de Tillerson y Kelly se traduzca en una verdadera rendición ante el problema; que efectivamente no solo hay “los malos mexicanos y latinoamericanos que llevan la droga”; que es una responsabilidad altamente compartida; que haya cooperación con sus vecinos más allá de la retórica y los señalamientos. Ningún muro de acero ni “terminator” alguno podrán erradicar a “los malos”. El primer paso tal vez lo han dado.