El capital social de las personas es un elemento fundamental de su desarrollo y futuro, pues es en esta red de relaciones de confianza en la que descansa mucha de la viabilidad de los proyectos personales y sociales. Y eso es justo lo que se está perdiendo con la generalización de la violencia.
En el nivel micro de la violencia, la que ocurre en una pareja que es regida por relaciones patriarcales, uno de los primeros pasos del varón para ejercer su poder sobre la vida de su pareja es la disolución del capital social alrededor de la mujer. Esto tiene varios sentidos: no puede pedir ayuda, está aislada de las personas en las que confía y tiene una clara percepción de la indefensión frente a su pareja.
Los mecanismos de disolución del capital social de la mujer casi siempre son sutiles y se introducen a la relación como “complemento” maldito del amor que supuestamente une al hombre y la mujer. La mayoría de las veces esta ruptura de las relaciones es percibida como una decisión de la mujer, por efecto de la manipulación y de los mecanismos sutiles del varón. Comienza con las amigas, las integrantes de las familias y los varones; de por sí distantes por nuestra cultura, son fáciles de alejar, aún si tienen un vínculo de sangre con la víctima, porque siempre existe el recurso de “la moral” y los celos.
Aunque los hermanos y hermanas, así como los padres y madres de familia son los últimos lazos en romperse, son una pérdida mayor, porque una gran proporción de nuestro capital social proviene de la familia, por el lugar que ocupa en nuestra cultura.
Cuando por fortuna la mujer es auxiliada y entra en un programa de protección a víctimas, una parte del tratamiento de recuperación incluye reconstruir lo más rápido posible el capital social alrededor de la víctima y en esta red de relaciones de confianza es indispensable que se formen nuevas alternativas de ayuda.
Muchas veces la red de relaciones está también dañada por prácticas de violencia en la familia original, así que no son de gran ayuda en la nueva estructura familiar.
En un problema de mayor tamaño, la migración forzada, esta pérdida es una de las primeras dimensiones que se aprecia en relación con las mujeres y su familia. A pesar de que muchas veces la migración puede darse con familias nucleares, como es el caso de guerras o un giro perverso en las políticas migratorias; otras veces, como en la migración económica de las mujeres, la disolución del capital social ocurre cuando comienza el viaje. Todas las mujeres de la familia, los hermanos, el padre… dejan de pertenecer a la experiencia cotidiana y a la posibilidad de ayuda. Así que los proyectos futuros se complican no sólo por los nuevos entornos y el idioma, sino porque no hay a quién recurrir.
El tercer caso que hemos estudiado en las comunidades rurales en las que trabajamos, es la ruptura de la red de relaciones porque ocurre un nacimiento de un niño o niña con alguna discapacidad y mientras más visible y profunda es, mayor es la soledad de las madres, quienes quedan casi como únicas responsables de criar y proteger a quien tiene la discapacidad y su vida pasa a segundo plano. En este caso, el capital social se diluye por un entorno excluyente del niño en condición de discapacidad.
Así que en la vida, en el estudio y en una sociedad incluyente, las mujeres deben cultivar activamente su capital social: la red de relaciones de confianza que le darán alas a sus sueños.
Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.