jueves 03 octubre, 2024
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BORIS BERENZON GORN COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«ENSAYO» Rumbo a una nueva construcción epistemológica de la enfermedad

 

A Paola Berenzon, en su cumpleaños con amor.

Se tiene la impresión de que por primera vez desde hace milenios, los médicos, libres al fin de teorías y de quimeras, han consentido en abordar para él mismo y en la pureza de una mirada, no prevenida, el objeto de su experiencia. Pero es menester volver al análisis: son las formas de visibilidad las que han cambiado […]no es otra cosa que una reorganización sintáctica de la enfermedad en la cual los límites de lo visible y de lo invisible siguen un nuevo trazo; el abismo por debajo del mal y que era el mal mismo acaba de surgir a la luz del lenguaje…

Michel Foucault, El nacimiento de la clínica

Desde que a finales de diciembre el nuevo coronavirus comenzó a desatar la pandemia a la que nos enfrentamos hoy día, parece quedar claro que estamos enfrentando no sólo nuevos retos para los que en definitiva no nos encontrábamos preparados, sino también y de manera muy puntual, la crisis de diversas concepciones construidas históricamente y que llevan consigo una serie de simbolismos acerca de lo que somos como especie. Insisto, el que vivimos no es únicamente un problema fisiológico, sino que además radica en el fondo de nuestras construcciones estructurales: políticas, sociológicas, filosóficas, antropológicas e históricas. Las barreras de las disciplinas se derrumban, y en el sentido epistemológico de la problemática, estamos siendo conscientes de que las herramientas con las que contamos tienen que volverse transdisciplinarias si queremos de verdad salir al paso frente a los retos que vienen. Una vez superada la pandemia, los problemas no habrán terminado.

El tema nodal que obliga a la discusión epistemológica es entonces, el de la construcción del concepto de salud y el nivel social del mismo. Como herencia de la modernidad hemos admitido que el concepto de salud tiene una dimensión fisiológica e instrumental, una que se opone a la de enfermedad y se entiende a nivel individual gracias a la ciencia clínica y la experimentación. Sin embargo, pese a que hemos olvidado que se trata del producto de una convención histórica, parece que hoy por fin ésta se nos ha revelado insuficiente y reclama la reconstrucción para explicar la realidad y las nuevas condiciones que ponen en jaque a la humanidad y que amenazan con ser recurrentes y profundas.

Aunque parezca difícil de aceptar, la construcción del concepto de salud es un hecho cultural. La base del mayormente difundido en la actualidad está en la práctica clínica y ligado a la patología individual y corporal, diagnosticable y concebida como ausencia de enfermedad.  Sin embargo, esta concepción es el producto de un largo proceso epistemológico histórico que ha disociado la salud del “alma” de la del “cuerpo”. Inclusive, la instrumentación más ortodoxa de la psiquiatría se mantiene en esta misma tendencia, asimilando los problemas de la salud mental como síntomas de alteraciones fisiológicas. 

Esta construcción cultural del concepto de salud fue magistralmente explicada por Michel Foucault en El nacimiento de la clínica obra que vio la luz en 1963. Sin embargo, vale la pena aclarar que esta obra debería ser concebida dentro de la misma lógica que Las palabras y las cosas: una arqueología del saber humano; Historia de la locura en la época clásica y la estrictamente teórica Arqueología del saber.  En sus obras, Foucault se dedica a encontrar el andamiaje que da sentido a los conceptos en un momento histórico determinado, es decir, evita el análisis unilineal y ejerce el de las correlaciones conceptuales que arrojan luz sobre los contenidos que cada concepto y categoría mantiene o pierde a través del tiempo.

Bajo esa premisa, El nacimiento de la clínica, muestra como el concepto de enfermedad cumple con un importante papel en el ejercicio del poder institucional, en la construcción del dominio de lo colectivo y de lo individual y se manifiesta a través de prácticas y símbolos para normalizar aquello que se aleja de lo deseable. En este sentido, Foucault vuelve a su ya conocida negación de la normalidad, la misma que explica la locura mediante el manicomio como forma de normalización de la sociedad mediante el aislamiento del loco; o la sexualidad misma, imponiendo una normalidad socialmente aceptable al espacio de lo privado mediante el señalamiento y prohibición de las prácticas consideradas aberrantes o indecentes.

Asimismo, la clínica aísla la enfermedad del cuerpo individual, mediante el estudio organicista del mal. Pero esta construcción moderna, atraviesa un largo camino. En el devenir de su construcción, el concepto se transforma: al principio, la enfermedad constituye una esencia morbosa que se apodera del cuerpo de las personas, tiene forma propia y los casos individuales son apenas la manifestación de su ser y no viceversa.

En la época posterior a la Revolución Francesa, asegura Foucault que la medicina de las epidemias llevó a las ciencias médicas a construirse dentro de su estatuto político. Es entonces cuando se concibe la salud desde su perspectiva social y se plantea una salud originaria—más bien utópica—a la que habrá que volver para eliminar la enfermedad. Este paso formaliza la enseñanza de la medicina y la vincula mediante técnica y conocimiento al Estado. La concepción de normalidad está por encima de todo en este momento.

Sólo hasta que la experimentación en el enfermo se vuelve la regla surge la concepción de la clínica como tal. Es una dialéctica entre la búsqueda de la salud y el padecimiento de la enfermedad, donde el enfermo es parte de la construcción de los conocimientos necesarios para el avance de las ciencias médicas. El liberalismo vuelve menos estrecha la relación entre la clínica y el Estado, mientras que los síntomas y la concepción orgánica de la enfermedad constituyen una nueva comprensión de ésta, que deja de ser por completo una esencia mórbida. La medicina identifica ahora patologías individuales.

Si extrapolamos las consecuencias de esta concepción al ámbito social, se ha fortalecido la estadística como parte de la comprensión de la enfermedad en las colectividades. Sabemos con mayor certeza qué clase de padecimientos definen ciertas zonas y estilos de vida, mientras que con base en ese conocimiento estadístico se dictan políticas públicas. Con todo, no han sido suficientes para poder enfrentar nuevas e insospechadas adversidades. La concepción social de la enfermedad sigue siendo bastante limitada. La epidemia por Covid-19 ha mostrado que el feminicidio mata más mujeres en México que el nuevo virus. Las personas corren el riesgo de infectarse teniendo que seguir laborando por no haber una economía estable y formal encaminada al ahorro, además de ser blanco del acoso de gente que vive el confinamiento como un privilegio. Se agrede al personal de salud y se encarecen bienes y servicios básicos. ¿No son éstos también síntomas de una grave enfermedad?

Está claro que la concepción de la enfermedad sigue siendo individualizada, ha perdido su carácter social y no ha sido atendida como un problema ontológico. Encaminarnos a ello es crucial para enfrentar una realidad nueva y amenazante, pero lograrlo exige sendas discusiones epistemológicas sobre la vigencia de nuestras concepciones en torno a la salud y la enfermedad. Es preciso abandonar la base instrumental del cuerpo y aprender a concebirlo como un todo, recuperar el contenido humano de los saberes.

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