sábado 27 abril, 2024
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«POLÍTICA DE LO COTIDIANO»: Mitos sobre “poner límites”

 

En un resumen muy simplificado de visiones sobre la crianza, las relaciones de pareja, las familias, y en cierta forma del Estado, en las últimas seis o siete décadas podemos decir que pasamos de concepciones muy verticales y autoritarias sobre las relaciones (ahí están muchas películas de la Época de oro del cine mexicano para ilustrarlas, especialmente las de los Soler), a concepciones que apostaban a la libertad en la educación y la crianza, a partir de los años setenta principalmente, con propuestas como las escuelas activas, Montessori, Summerhill, entre muchas otras, que, en consonancia con los movimientos sociales que cuestionaban las estructuras autoritarias del Estado, también proponían modelos educativos no autoritarios.

Estos dos polos de la educación no son del todo vigentes hoy en día, sin embargo forman parte de un imaginario social que, dependiendo en qué punto del continuo que une a los polos se ubiquen las personas como madres o padres, o éstos habiendo sido hijas o hijos, pueden posicionarse de formas críticas al autoritarismo vivido, o bien considerar que “se les ha pasado la mano” en las crianzas no autoritarias, o en otorgar “demasiada libertad o flexibilidad” hacia las niñas y niños, y que con esa manera de educar hoy en día hemos criado “monstruos”.

Quienes se adhieren a esta última creencia, son fanáticos de una idea: “hay que poner límites”. Les confieso que he oído tanto esta fórmula en consultantes, en docentes que se los recomendaron, en programas en los medios masivos, en publicaciones, en colegas, en grupos de reflexión terapéutica que -si bien nale una ronchita cada vez que oigo la frase como consejo y solución tan vacía y simple para todo, para absolutamento dejo de reconocer su importancia y por qué se volvió una idea tan fuerte no solo en la crianza, sino también en las relaciones interpersonales, así como en consejos sobre autoestima y asertividad– siento que me se todo: las tareas escolares, los berrinches, las tareas domésticas, lo que no nos gusta de nuestras parejas o compañeras o compañeros de trabajo. Que la niña se levantó tres veces de su asiento o le pegó a una compañera, que el niño no trae la tarea, que el marido llega tarde, que la hermana siempre pide prestado, que el hijo roba, que el esposo grita, señora, señor “hay que poner límites”.

Digo que se vuelve un consejo “simple y vacío” primero por “el cómo”, porque quien da el consejo estoy casi segura de que no sabría cómo hacerlo. Las personas a veces preguntan “cómo”, pero prefieren no preguntar porque de por sí ya son “tan incapaces” como para no hacer algo “tan obvio” como poner límites, que si lo preguntan, los otros se van a dar cuenta de cuán incapaces son, que hasta tienen que preguntar. Todo empeora cuando se confunde el “poner límites” con ejercer violencia.

Segundo, porque la exigencia de poner límites culpa a quien se le exige. Es verdad que los mayores son responsables de educar a los menores, pero las observaciones de parte de las maestras y maestros hacia las madres y padres hacen creer que éstos son 100 por ciento responsables de cada movimiento de sus hijos y de todo lo que ocurre dentro del salón de clases o de la escuela. Sé que hablo de algo complejo porque, insisto, no niego la responsabilidad de los padres y madres del estado general de las emociones y conductas de las hijas e hijos, pero habría que ver caso por caso hasta dónde lo son, porque hay observaciones de las escuelas que no crean conversaciones colaborativas sino culpabilizadoras y regañadoras de los padres y, por cierto, mucho más, de las madres.

Lo mismo ocurre cuando se les señala a las mujeres que “pongan límites” a las parejas maltratadoras. Esto solo dicho como consejo, sin un diálogo sobre las circunstancias de cada mujer, solo culpa a la mujer maltratada y siente que “encima de ser víctima”, es incapaz de poner límites; o es víctima porque no sabe poner límites, con lo que solo se siente más incapaz.

No menosprecio del todo la idea de los límites, en el mejor sentido, tiene que ver con la conciencia sobre que nadie debe permitir que los otros traspasen una frontera que divide el abuso del no abuso, lo correcto de lo incorrecto, el maltrato del no maltrato. Esta conciencia es fundamental en una formación ética. Los “cómos” son complejos, implican reflexión personal y diálogo con los otros y otras. Si la fórmula se repite sin empatía, se tiende a simplificar y a culpabilizar.

 

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