Hay quienes afirman que la historia la escriben los vencedores. No necesariamente. La Historia de los unos no es la de los otros, la de El Otro, así, con mayúsculas; que entre pesos y resistencias siempre guarda la reminiscencia del pasado desde su propia experiencia vital. La Historia, en cambio, tiene su dinámica propia, es indomable y escapa a la simplificación de quienes la escriben. Esa, la Historia perdida en el tiempo inaccesible, detenida en el eterno retorno al que Nietzsche aludía para evitar la banalidad de un tiempo que jamás vuelve; esa Historia tiene infinitas posibilidades de ser escrita.
Entre las mil voces que señalan a este primero de diciembre, se escuchan muchas repitiendo que éste es un día histórico. La promesa de que Juntos Haremos Historia no es tan desatinada. Pero pensémoslo bien, ¿acaso es que la Historia hubiera estado detenida?, ¿no será más bien que apenas nos hacemos conscientes de cuán frágiles somos ante sus designios, ante su inevitable volatilidad? La Historia la escribimos todos. Nuestra vida es realidad tangible de lo histórico y del tiempo mordaz que se niega a ser detenido.
En este mes se recuerda a menudo la historia de Charles Dickens, Un cuento de Navidad, versiones hay muchas y se ha disfrazado de tantas voces que todos hemos sido en algún momento los imaginarios protagonistas del cuento. La literatura, como advertía Freud, es en muchos sentidos lo más cercano a la lógica del sueño, al inconsciente. En ella se rompe toda temporalidad y se quiebran los resquicios de lo real en virtud de una verosimilitud que dé cuenta de nuestra propia vitalidad. La historia es en muchos sentidos literatura. Los quiebres temporales del pasado, el presente y el futuro verosímil, son también la condición de posibilidad de nuestro propio devenir.
Construimos un hecho histórico. Estamos convencidos de que este día marcará un hito para nuestro futuro como mexicanos. Es la posibilidad de quebrar la lógica del tiempo y hacerla volcarse sobre sí misma para repensar la dialéctica de un tiempo lineal y construirlo mucho más complejo. Paul Ricoeur estuvo consciente de las similitudes entre la historia y la literatura: la necesidad ineludible de referirse mediante el discurso de la narratividad. Tomar la historia como punto de partida, como simbólica de doctrina y como motivo de autocrítica, es la posibilidad de que el discurso no quede vacío de contenido.
La vitalidad, el Dasein heideggeriano, es el signo de lo histórico. En ese sentido, la conciencia de nuestra propia historia es también responsabilidad de acción. Haber sido arrojados en el mundo como un hecho ineludible es el mejor motivo para hacer de nuestra experiencia vital un motivo para la memoria, que es en todo caso, el material del que se escribe la Historia.
Lo que suceda a partir de ahora es el reto principal. Pero no compete sólo a las esferas del poder generar cambios benéficos para la construcción democrática, sino principalmente y de forma muy distinguida, a los ciudadanos.
Hoy vale la pena jugar el ciceroniano, historia magistra vitae est, y que el pasado nos guíe sin olvidar que la historia se construye en el presente. Que quebremos las creencias como Ortega recomendaba, generando ideas transgresoras; que dejemos atrás la pragmática devastadora de la corrupción y la política narcisista, que construyamos democracia y no volvamos al autoritarismo priista de más de 70 años, que hagamos un México de ética y prosperidad y si no, que la Historia nos lo demande.
