jueves 21 noviembre, 2024
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ARTE

«PALABRAS 2.0»: “Una cerveza de nombre Despedida”

Le leí como a un amigo al que se le abraza en una ruina admirable. 

Eusebio Ruvalcaba tenía una maldición y una bendición: el alcohol y la música. La escritura estaba en medio. Su rebeldía navegaba entre esas tres corrientes.

 

Hoy, a escasas horas de su muerte, lo reconocemos como el autor contemporáneo que vivió el concierto etílico perfecto, y como testigos quedan dispersos y multiplicados coros de  jóvenes aspirantes a escritores: unos mejores aprendices del arte de chocar las copas y otros –alumnos de sus talleres, de sus clases universitarias y amigos que se encontró a su paso– mejores seguidores del “hilito de sangre” que dejó en sus letras.   

 

Como lector, conviví con él en todos los géneros que publicó: novela, cuento, ensayo, poema…

 

Recibí los electroshocks de un descarado bebedor y el bendito sabotaje de un sabiondo de la música clásica. 

 

Le leí como a un amigo al que se le abraza en una ruina admirable. Le subrayé en secreto,  como se hace ante un buen libro: en la intimidad. Obsequié alguna de sus obras a un buen  amigo; seguramente malbaraté alguna publicación suya, en nombre de la fraternidad que hay en compartir el aprecio mutuo por la lectura con un desconocido. 

 

Más que leer, sobre todo, sentí tararear sus letras, reí con su decadente ironía, con la depravación de uno de sus textos mozos que fue llevado al cine; también encontré en sus más recientes publicaciones una voz paternal, consejera. Hoy, lo justo es brindar por su galopante inteligencia. 

 

Como persona, he escuchado regocijantes anécdotas de amigos en común; la mayoría habla de un hombre sentimental, por supuesto bohemio, “bravo” en toda la extensión humana del término y buen cuate.

 

Existe un libro de poemas que escribió especialmente a sus amigos, entre los que se encuentran Carlos Martínez Rentería (aguerrido editor de la revista Generación) y Rafa Ríos (dueño de la mágica librería de pura poesía “La Palabreta”, que duró algunos años en la colonia Roma).

 

Ese era Eusebio, el autor que incluso en forma de poemas agradecía las amistades que le eran concedidas.

 

La primera y última vez que lo conocí en persona, fue el día de mi cumpleaños (el pasado 10 de diciembre). Cruzamos camino en el centro de Tlalpan, frente a la zona de restaurantes. Él se iba mientras yo estaba por entrar a un bar. Intercambiamos ese tipo de mirada de condescendencia que a cualquiera le ocurre en algún sitio con aquella persona que por alguna circunstancia, de cierta forma, (re)conocen.

 

De haber cruzado palabra, me hubiese gustado agradecerle todo lo anterior, con alguna broma o, mejor aún, con un trago. E imagino en su mirada uno de sus aforismos como despedida:   

 

“Morir no te conduce al paraíso; escribir tampoco”. 

 

 

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Ian Soriano. El estudio de la Comunicación y el periodismo (UNAM, FES Aragón) le revela su vocación literaria a la edad de 18 años. Es autor de los poemarios “Igual que los muros de naipes de un castillo sinfónico” y “Explotó todo el aroma de la sangre”. La fotografía y el video le representan otra forma de expresión poética. Convencido de que estar informado es algo valioso. 

 

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