domingo 28 abril, 2024
Mujer es Más –
PATY BETAZA

«MIRADA GLOBAL»: Vivir en psicosis

La historia de una cartera encontrada en la calle, repleta de dinero y tarjetas.

Martes 18 de septiembre, 7:30 de la mañana. El paseo cotidiano de mis perros por las calles cercanas a mi casa. En una esquina junto a una cabina telefónica, veo una cartera verde tirada en el piso. Volteo a mi alrededor y sólo hay una señora poniendo un puesto de tamales y le pregunto si sabe a quién se le pudo haber caído. Me contesta sin verme: “ni idea”. Voy a la primera tienda que se me atraviesa y se me ocurre decirle al vendedor: “Si alguien busca una cartera, le doy mi nombre y mi teléfono”. 

 

Alerta uno. Me arrepiento porque pienso que cualquiera podría llamarme y hasta chantajearme.

 

Salgo de la tienda y al llegar a mi casa, a una cuadra reviso y encuentro en la cartera varios billetes de 100 y 500 pesos y otros más de 20 dólares y varias tarjetas de banco e identificaciones. Encuentro una tarjeta de IFE donde aparece el nombre de la que intuyo es la dueña, porque es el mismo nombre de las tarjetas de crédito. Busco la dirección. Toco y nadie sale. Un vecino de las casas tipo dúplex que me ve parada, me dice con mirada recelosa, desde una rendija, que no está nadie en esa casa y que la dueña llega muy noche. Me miraba de arriba abajo. Me preguntó qué quería, le dije que era un asunto personal. Su mirada fue de más desconfianza y me dijo cerrando la rendija de la puerta, que no tenía idea de la hora en que llegaba. 

 

Alerta dos: ¿Si le dejo la cartera, qué tal que no la entregue? ¿Qué tal que ponga en riesgo a la misma dueña al mostrar la cantidad y las tarjetas que trae? ¿Le doy mi nombre y mi teléfono? Sin pensarlo me retiro. 

 

Alerta tres: le cuento a una amiga el lío de la cartera y me responde muy contundente: “Ni te metas en problemas, tírala a la basura y listo“. 

 

Y en mi cabeza: ¿Y si es el dinero para su renta… y si es para pagar la colegiatura de un hijo o comprar medicinas? 

 

Encuentro una identificación de un Centro Educativo y pienso “a lo mejor es maestra o trabaja ahí”. Llamo y le digo a quien me contesta que busco a esta persona porque encontré su cartera. Me dice “no le puedo dar informes si trabaja aquí, o estudia, nada. Deme su teléfono y su nombre”. Le digo que yo tampoco me puedo poner en riesgo. Le propongo: avísele y en dos horas les vuelvo a marcar. Me responde “imposible, tenemos absolutamente prohibido dar información de ningún tipo, usted sabe… la inseguridad”. 

 


Alerta cuatro: ¿Y si doy mis datos y dónde trabajo para que la recoja? ¿Y qué tal que la cartera sea de una presunta víctima de algún ilícito. Y si voy a la policía y la entrego?

 

Ya entrada la noche le pido a un amigo que me acompañe al domicilio indicado en la credencial IFE. Toco el timbre, alguien contesta y le digo busco a esta persona –doy el nombre–. A los minutos, otra vez por la rendija de la puerta del edificio se asoman dos ojos, ahora de mujer. Le digo “Hola, ¿eres perengana?”. Sí, –me mira de arriba abajo, también desconfiada, recelosa– ¿qué se te ofrece?”. Sólo le respondo: “Traigo la cartera que se te cayó”. 

 

La mujer de unos 40 años, me mira sorprendida y no pronuncia palabra. Cuando toma aire dice: “No lo puedo creer, he pasado todo el día muy afectada por la pérdida de mi cartera, pero más que por el dinero, lo que me traía angustiada era que vieran todos los datos personales, mis tarjetas. Estaba yo esperando la hora en que me quisieran chantajear o hasta secuestrar. Todo el día he estado en la angustia absoluta”.

 

Despreocúpate –le contesté– puedes dormir tranquila.

 

Si no fuera por la psicosis en la que estamos inmersa la historia de la cartera habría acabado muy fácil: ir al domicilio que indicaba el IFE, decirle al hombre que me contestó el timbre que había encontrado la cartera de su vecina, se la habría dejado y listo. ¡Cuánta desconfianza nos rodea! 

 

 

 

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