«COLUMNA INVITADA»: Venezuela: ¿a dónde va la revolución bolivariana? - Mujer es Más -

«COLUMNA INVITADA»: Venezuela: ¿a dónde va la revolución bolivariana?

El General Fidel, un ejemplo de lo que pasa en Venezuela.

Hace algunos años que no viajo a ese hermoso país sudamericano. Lo hice por última vez en el año de 2008, cuando trabajaba en una firma multinacional japonesa que tenía inversiones en empresas que explotaban, producían y comercializaban mineral de hierro a lo largo del Río Orinoco. Cada viaje era una aventura muy parecida a las que hace referencia Gabriel García Márquez en “100 años de soledad”. Antes, durante y después de mis visitas a Venezuela, siempre fui muy respetuoso de lo que observaba, escuchaba y me decían uno y otro bando -es decir, la oposición que hoy tiene mayoría en el Congreso y los oficialistas chavistas- que con Maduro parece que han perdido la brújula.

Como hombre de negocios, no quería mezclar la política con mi labor ejecutiva. Desde esas fechas, la polarización política, la carestía (de todo) y pobreza eran el pan de cada día del pueblo venezolano. ¿Qué paso después de la profundización de la revolución bolivariana? Sin duda, muchas cosas: murió su líder ideológico, cayó el precio del petróleo, la economía se vino abajo, se encarceló a un gran número de líderes de la oposición y parece que poco a poco el “Sr. de los pajaritos”, se está quedando sin aliados, salvo algunos que aún creen que los disparates y ocurrencias de Maduro tienen futuro.

Para ilustrar un poco esto a través de los ojos de un hombre-empresa (Sosha Man, 58-63 pp.), es decir, un ejecutivo de una firma global japonesa, me gustaría retomar una de las muchas experiencias contadas en mi libro que lleva el mismo nombre, que tuve con mis contrapartes venezolanas que, dicho sea de paso, eran (o siguen siendo) militares cercanos al régimen chavista que administraban las empresas o las denominadas alianzas público privadas, muchas de ellas inexistentes hoy en día por la serie de nacionalizaciones de los revolucionarios bolivarianos. Quizá esto nos dé una idea y explique, de alguna manera, lo que acontece a lo largo y ancho de ese país sudamericano.  

“Hoy mismo salimos al Orinoco. Nuestro vuelo sale a las 7 de la noche. Tenemos tiempo de sobra para llegar al hotel, darnos un baño y llegar a la cita con el General Fidel, que no es quien tú piensas, se trata de un eterno enamorado de la revolución, tanto así que hasta se cambió el nombre por el de Fidel. De revolucionario sólo tiene su traje militar. Ya lo verás”.

Después de dos horas de vuelo llegamos al Orinoco, que es un complejo industrial y de materias primas, principalmente hierro, que se ha establecido a las orillas de dicho río con fines estratégicos (logísticos). Llegamos a la región. El calor era insoportable y la humedad no ayudaba mucho. Recordaba mi paso por el sureste mexicano. Nos trasladamos al hotel. Apenas nos dio tiempo de ducharnos y cambiarnos de ropa. Salimos rumbo al casino, lugar donde el General Fidel nos estaba esperando junto con sus colaboradores. Durante el trayecto, Eduardo me hablaba del rápido crecimiento que la región del Orinoco había experimentado en los últimos 30 años gracias al hierro y al cobre. De la misma manera, me adelantaba cómo tratar a los militares, ahora convertidos en emprendedores y directivos.

Sin previo aviso la camioneta que también era marca Toyota se detuvo frente a una reja.

“Aquí es mexicano. No traigas nada, hoy es noche de alcohol y mujeres. Prepárate”. Quedé mudo.

“Anda, no seas tímido o hipócrita. A los japos sí les queda, porque guardan las apariencias, pero a nosotros los latinos, no. Espero que no te hayas convertido como ellos y mañana no me quieras dirigir la palabra”.

No te preocupes. Sabía a qué se refería. Me había pasado lo mismo en Japón. En más de una ocasión había bebido toda la noche con mis compañeros de clase y al siguiente día eran unos perfectos desconocidos.

“Por acá es la entrada”

¿Por dónde? No la veo.

“Acá, detrás de esas ramas”

Se trataba de una entrada que a simple vista no se percibía. Era una especie de camuflaje para que el lugar pasara desapercibido. Entramos. Lo primero que vi fue una enorme barra americana que atendía un mesero de aproximadamente 50 años de edad. Después observé el lugar. Era amplio con un diseño aterciopelado parecido a los centros nocturnos de las películas mexicanas de los años sesenta o setenta. El lugar me recordaba los cines de la Ciudad de México a los que mi padre me llevaba regularmente. Hoy en día son inexistentes. De la nada salió otro mesero vestido con traje de etiqueta negro.

“Pasen, pueden sentarse donde guste. El día de hoy el club permanecerá cerrado por su visita. ¿Desean ordenar algo?

Un ron con cola y poco hielo por favor.

“En seguida”.

Nos sentamos frente a un gran espejo cercano a la barra. En ese momento sólo estábamos Eduardo, yo y dos personas más que se habían sentado con nosotros sin previo aviso. Una de ellas comentó que el General nos alcanzaría en unos minutos. Se trataba de parte de su guardia personal. Por más que intenté conversar con ellos, fue inútil. Simplemente contestaban con un sí o un no seco. Era obvio que no querían conversar. Completamente estoicos. Al cuarto ron apareció el General Fidel.

“Hola, ¿cómo están? ¿Aún no les traen a las muchachas? ¡Qué descortesía!, exclamó. Pepe y Jorge, vayan por las señoritas. No tarden”.

“Sí, señor, enseguida”.

“Ustedes perdonen a mis muchachos, ya saben cómo son ellos. Uno les dice algo y se toman muy apecho la orden. Pero ahorita vienen. No se preocupen. Mientras tanto vamos a platicar sobre lo que nos interesa. Vamos al grano. Miren, sé que lo enviaron acá para que yo de alguna manera influya en nuestro comandante supremo para que no les quiten la concesión o les nacionalicemos”.  

Sí, lo sé. Es algo que está a mi alcance y como soy un hombre práctico, les prometo que haré todo lo necesario para ello, pero necesito que ustedes me mejoren el porcentaje de comisión en cada compra. De 10 por ciento, quiero que sea el 20 veinte por ciento. Ustedes saben cómo están las cosas y no vaya a ser la de malas que otro de la tropa quede bien con él y me cambien de puesto a una industria pobre, o lo peor, o sea, me congelen. Tengo que asegurar mi futuro”.

Lo entendemos. No hay problema.

“Me da gusto. Al buen entendedor, pocas palabras. Yo me comprometo a que sigan en el negocio y quizá a bajar más el precio de la briqueta”.

Sí señor, le pido de favor que nos apoye con eso, ya sabe usted que la competencia está muy fuerte en los mercados internacionales y la chatarra está bajando de precio. No supe por qué respondí eso, pero fue lo primero que se me ocurrió.

“Delo por un hecho. Además, como ustedes se han tomado la molestia de venir hasta acá a mi club, intentaré proporcionarles información de los precios de mercado que maneja su competencia en Venezuela. Así podrán hacer bien sus cálculos y mejorar ofertas en las licitaciones que vienen en camino. De esta forma ganamos todos, ¿cierto?

Está usted en lo correcto.

No sé si por la premura de la negociación o la luz tenue del lugar no había podido estudiar a mi contraparte. El General Fidel era un hombre mulato de estatura mediana y con un cuerpo frondoso y de origen humilde. De esos que gracias a las fuerzas armadas logran subir en el escalafón social. Tenía buen carácter y un sentido del humor sarcástico que le ayudaba a cerrar tratos en poco tiempo. Era el perfil de persona con la que tendría que tratar todos los negocios en América Latina: corruptos, antidemocráticos y con hambre de más poder.

Luego de un par de bromas regionales, el General pidió que nos trajeran bocadillos y más tragos. A pesar de que intenté dejar de beber al dejar mi copa semillena, no logré dicho cometido por los constantes llamados a decir “salud” por parte del General Fidel.

En poco tiempo, estaba tan o igual de ebrio que todos mis compañeros de la mesa. Ya no había protocolo a seguir y mi misión que no estaba clara se había cumplido: asegurar el suministro de materias primas y no perder el contrato de HBI con los venezolanos. Parecía que lo había logrado. Fue entonces que la euforia de éxito por mi primera negociación internacional afloró. Me levanté de la mesa y pedí un brindis por Fidel. Todos nos pusimos de pie y bebimos a su salud al momento que Pepe apareció con 10 hermosas edecanes.

“Socios, aquí están sus compañías. Vamos a cenar en mi privado y después, lo que Dios quiera. Carcajeó”.

Nos trasladamos por un pasaje secreto a otra habitación en donde se sentía más frío. “No se preocupen, en el ropero pueden encontrar con qué taparse. Perdonen el frío, pero me gusta tener mi cava en buena temperatura”.

Todos volteamos hacia donde él miraba. Se trataba de otra habitación contigua en donde tenía más de 10 mil botellas de vino tinto, todas ellas de la mejor calidad. Nos pidió que escogiéramos tres para cada uno, mismas que nos servirían para acompañar los cortes de carnes finas que nos estaban esperando como platillo fuerte.

Comimos y bebimos hasta más no poder. El festín se interrumpía esporádicamente por algún discurso improvisado del general Fidel o una de las bromas de las acompañantes. Así trascurrió toda la noche. Al filo del amanecer, el General Fidel se despidió ya que tenía que ir al cuartel regional a pasar lista a sus hombres. Lo acompañaba su guardia personal, tres bellas mujeres y por supuesto, tres botellas del mejor vino. No sabíamos si era verdad o no, lo cierto es que fue una buena oportunidad para que nosotros también dejáramos el lugar. Llegamos al hotel sólo a ducharnos. Nuestro recorrido por las plantas de hierro empezaría a las 7 de la mañana. Fue una jornada horrible, como muchas que me esperarían en los viajes de negocios subsiguientes.

Estuvimos un día y medio más en el Orinoco. Regresamos a Caracas no sin antes despedirnos del General Fidel, quien se disculpó por no recibirnos argumentando que “tenía su agenda llena”.

Ahora, a la luz de 8 años de estas historias, se puede comprender desde una perspectiva experimental qué pasó en Venezuela. La improvisación, la mala administración y la irresponsabilidad de algunos “revolucionarios” han ayudado a que este país tenga un panorama económico negro que se comprueba con los datos del Banco Mundial (BM): un ingreso pércapita de $12,500 dólares para el 2012; decrecimiento de su Producto Interno Bruto (PIB) en el 2014 del -4% y una inflación del 121% para el 2015 (600% pronosticada para este 2016). Esperemos que ahora con el posible proceso de destitución iniciado por la oposición, los venezolanos tengan la madurez política para generar un ambiente de cambio o, en su defecto, rectifiquen el rumbo. Eso, sin duda, lo agradecerán millones de venezolanos que son los que padecen el calvario diario de conseguir lo mínimo para subsistir. Al tiempo.

Adolfo Laborde, es Profesor Investigador del Tec de Monterrey. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, de Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI) y de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI).       

 

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