sábado 23 noviembre, 2024
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BORIS BERENZON GORN COLUMNAS COLUMNA INVITADA

RIZANDO EL RIZO La verdad no peca, pero incomoda: el papel social de la mentira y sus límites éticos

Por: Boris Berenzon Gorn

 

A mi maestro Carlos Martinez Assad, amigo de la verdad.

 

Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino
la intencionalidad del que miente. La mentira no es algo que se
oponga a la verdad, sino que se sitúa en su finalidad: en el vector
que separa lo que alguien dice de lo que piensa en su acción
discursiva referida a los otros. Lo decisivo es, por tanto, el perjuicio
que ocasiona en el otro, sin el cual no existe la mentira.
 Jacques Derrida

 

Para Sigmund Freud, una parte fundamental de la teoría psicoanalítica consistía en desentrañar la mentira y la falsedad de la narrativa del yo, conduciendo a una interpretación nueva de la propia historia, que en esencia, constituye el mito al que nos enfrentamos en análisis. La verdad narrada tiende a la mentira defensiva, al ocultamiento y el encubrimiento. Sin embargo, la verdad absoluta es inaccesible, puesto que el inconsciente en sí mismo lo es, así que al menos podemos aspirar a examinar lo reprimido desde la mayor honestidad posible, enfáticamente aquello que es doloroso o vergonzoso.

Y si para sanar, parte del proceso exige la comunicación honesta, la mentira manifiesta los mecanismos de defensa ante la verdad, ante el Deseo–con D mayúscula—el indecible, el que incomoda, el que resulta socialmente inaceptable y tiene que ser reprimido para sobrevivir en grupo, para evitar el rechazo y, por lo tanto, para asegurar la supervivencia. La mentira, vista de este modo, cumple la función de protección individual y colectiva y se convierte en parte fundamental de la interacción social.

Todos los días, en todas las relaciones sociales, la mentira se presenta, convirtiéndose en una metáfora que funciona como lubricante social, pero que, al mismo tiempo, remite siempre a significados distintos de aquello que es dicho textualmente, o como reza el dicho, al buen entendedor, pocas palabras. Las mentiras y los eufemismos en la comunicación se han convertido en estrategias de supervivencia y aceptación y cumplen una variedad enorme de funciones. Quizá la más conocida es la de “suavizar la realidad” con la finalidad de proteger los sentimientos de las personas y mantener buenas relaciones con ellas.

Aunque dicho con sinceridad, esa protección de los sentimientos protege también al emisor de los mensajes de las reacciones que la otra persona podría tener ante el encuentro con la verdad, que, por lo general, van de la tristeza a la ira e incluso podrían desencadenar enfado y violencia. Así, la mentira cumple el papel de mantenimiento de la paz en circunstancias donde la verdad implicaría enfrentar el conflicto, impulsa el diálogo y éste, cuando emplea eufemismos y mentiras, busca resolver los problemas, aunque no los aborda de manera directa y tajante ni aporta soluciones reales.

El uso de mentiras y eufemismos también ayuda a la construcción de las narrativas que nos explican, que nos construyen frente a los demás y comprenden parte de nuestras identidades. De esta manera, a menudo su papel está en hacer coherente aquello que de suyo es entropía, caos. La mentira ordena y llena los vacíos, proporciona imágenes positivas, lineales y progresivas ahí donde es imposible encontrarlas y convierte el deseo en algo aceptable, velado y productivo. Finalmente, su manifestación más sutil es la sublimación, que, en todo caso, no es más que metáfora.

Pero no solo se trata de fomentar la cohesión del grupo y facilitar la interacción social a través de la preservación de la privacidad, de hacer un poco más cómodo lo que no lo es o de evitar la conflictividad; las mentiras y eufemismos son la mejor arma para las situaciones de crisis. Así como ayudan a controlar las reacciones de las personas en grupos pequeños, su impacto en el ámbito social permite minimizar la reacción de grupos, evitar revueltas y saqueos, acciones masivas de movilización. Se convierten en el mejor elemento de persuasión y negociación y se apoyan, por supuesto, de la omisión.

La cortesía es, finalmente, el uso de las llamadas “mentiras piadosas,” los eufemismos y el lenguaje simbólico. Evitar el lenguaje directo se presume como un arma de “buena educación” que favorece la comunicación pacífica con la intención de parecer empáticos y considerar el menor nivel de tensión posible, o al menos controlar que no conduzca al enfrentamiento físico. Con todas estas funciones, podría parecer que la mentira es necesaria y hasta inevitable, que las relaciones sociales no pueden prescindir de ella y que es justificable.

Desafortunadamente para el lector que haya llegado hasta aquí, esta no es una apología de la mentira y los eufemismos, sino todo lo contrario. Podemos reconocer la función social de la mentira tanto desde una mirada histórica y psicoanalítica como a nivel psicoanalítico, e incluso admitir que la verdad absoluta es inaccesible, pero también tenemos la obligación de desenmascarar cómo el abuso y uso generalizado de las mentiras y eufemismos es cuestionable éticamente y puede generar más problemas de los que promete evitar.

Vivimos en una sociedad donde la negación, minimización, omisión y franca falsación de la información se ha convertido en un modelo continuado de comunicación en las relaciones íntimas, los medios de comunicación masiva, las redes sociales y demás plataformas analógicas o digitales de encuentro. Por eso, cuando la verdad sale, lo hace en forma de agresión, de radicalización hacia los discursos de odio, de violencia. La verdad estalla ante la represión incontenible a la que se ve sometida por las estructuras institucionales que la regulan.

De la misma manera, así como evita la posibilidad de intimar y reconocer al otro más allá de idealizaciones impuestas por los mecanismos de poder; fomenta el uso y abuso de mecanismos engañosos de consumo y encubrimiento de acciones deleznables. Lo mismo que la publicidad engañosa, la mentira fomenta el ocultamiento de las consecuencias en materia política y otros temas de interés ciudadano, incluyendo el funcionamiento de la economía y la relación que la economía familiar guarda con los procesos macroeconómicos.

La mentira socava el enfrentamiento positivo de los problemas al deformar su dimensión y consecuencias, al tiempo que promueve el predominio de la discursividad sobre la acción. En la posmodernidad y la posverdad se discute la situación de los grupos oprimidos y las injusticias sociales mucho más de lo que se emprenden acciones factuales para transformar las condiciones de injusticia social. Parece más importante la corrección política que las buenas prácticas, publicar frases motivadoras y memes de apoyo que ejercer el poder en favor de las causas que lo merecen, porque la verdad es incómoda y el discurso engloba la mentira que no queremos aceptar: que a la mayoría les importa un carajo los desfavorecidos, las injusticias y la violencia, excepto cuando se trata de ellos o de sus seres amados.

El problema no es la verdad, sino que hemos construido una sociedad que la censura, que nos limita ante ella, que nos enseña a reaccionar negativamente cuando la recibimos y a evitar decirla o escucharla a toda costa. El lenguaje metafórico puede bien emplearse para enfrentar la verdad, si construimos prácticas más asertivas, modelos educativos centrados en el manejo adecuado de aquello que es incómodo, vergonzoso o doloroso para evitar su ocultamiento. Necesitamos aprender a afrontar la verdad sin que esto conduzca a la violencia, pero admitiendo que aquello que se reprime y se oculta siempre retorna más destructivo y caótico.

Ilustración. Diana Olvera

Manchamanteles

 

Dice Octavio Paz:

 

Quiso cantar, cantar

para olvidar

su vida verdadera de mentiras

y recordar

su mentirosa vida de verdades.

 

Y susurra Ángel González:

 

Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,

y una voz cariñosa le susurró al oído:

—¿Por qué lloras, si todo

en ese libro es de mentira?

Y él respondió:

—Lo sé;

pero lo que yo siento es de verdad.

Narciso el obsceno

No eres tú, soy yo. Yo que me cansé de hacer como que tú no eres el problema.

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