La bienvenida al nuevo presidente de EU fue con cientos de manifestantes en su contra.
La moderación nunca llegó. No hubo transición entre el candidato bravucón y políticamente incorrecto al Presidente de Estados Unidos. Donald Trump imprime su sello a trancazos. Sin medias tintas. El mensaje de toma de posesión lo retrató de cuerpo completo: insulso, demagógico, cargado de lugares comunes e histriónico. “Estados Unidos será grande”: Trumpilandia, pues.
Con el vacío de grandes estrellas del espectáculo mundial, un coro mormón aderezó la ceremonia de investidura y el himno a cargo de Jackie Evancho, quien surgió del programa televisivo “América tiene un talento”. Aquello se vio como una clausura de algún ciclo escolar. El show comenzó con la firma decretos que ya echaron abajo el Acuerdo Transpacífico; que buscan derogar la ley sanitaria de Obama, el “Obamacare” y la posibilidad de construir un muro en la frontera con México.
600 mil asistentes menos que en la investidura de Obama y cientos de manifestantes que fueron replegados por la policía. Ese fue la “bienvenida” a Trump. Habían transcurrido horas de su mandato, cuando miles de estadounidenses, la mayoría mujeres, desafiaron el frío para alzar la voz y defender la diversidad, igualdad, inclusión, derechos reproductivos pero sobre todo condenar el racismo y la misoginia. Se dice que un grupo de mujeres tomó la iniciativa en Facebook porque aún siguen sin digerir por qué un hombre señalado por acoso sexual, ahora es su presidente.
Tras el “recibimiento”, Trump comenzó a hacer lo de siempre: enojarse y arremeter contra los “medios tradicionales” porque –a su juicio– mostraron lugares vacíos y no contaron la verdad: su ceremonia rebasó el número de participantes que tuvo Barack Obama. Remató: “los periodistas son las personas más deshonestas”. Sobre la multitudinaria marcha de mujeres y hombres en la Unión Americana, publicó: “¿Y por qué no votaron?”.
Otra joyita más: se canceló la versión en español de la página en internet de la Casa Blanca. Ante las críticas, se explicó que estaba en reparación el sitio web.
Trump parece que lleva prisa para convencer a los estadounidenses de que no le está temblando la mano. Prohibió el uso de fondos del gobierno para apoyar a grupos en el exterior que practiquen o asesoren sobre el aborto. Congeló la contratación de personal para el Gobierno Federal, con excepción de las fuerzas armadas. Anunció el recorte “masivo” de impuestos para empresas y clase media.
Ya se sentó con líderes sindicales a quienes prometió detener los tratados comerciales. Y también les dijo que “en su momento renegociará el TLC”. Su portavoz, Sean Spicer, remarcó las prioridades de su jefe: detener la inmigración ilegal e ir por los criminales.
Son sólo algunas señales de por dónde va el señor Trump. Seguir esperando a que la investidura, las circunstancias o las instituciones lo moderen, es pecar de inocente, por decir lo menos. Ya dio muestras de que pasarse por el arco de triunfo leyes como la que prohíbe el nepotismo –tiene a su yerno como asesor–, es algo que lo tiene sin cuidado. Pelearse con los medios tradicionales tampoco le importa. Para qué los quiere si así ganó la presidencia, haciendo del Twitter su arma más poderosa con la que se burla, desmiente y amenaza. Trump es Trump y Trumpilandia ya comenzó.