El viernes fue un día caótico por información relacionada con todo tipo de violencia.
El viernes 30 de septiembre fue uno de esos días aciagos. De esos que por más que hacemos el esfuerzo por mantener optimismo, nomás no se puede. Quizá como periodistas, el estar con los oídos y los ojos puestos en todos lados, nos hacen más susceptibles a prestar mayor atención al lado negativo de las cosas.
Comienzo el día escuchando la emboscada en Sinaloa, contra un convoy de dos vehículos en los que iban 17 soldados resguardando una ambulancia que llevaba a un herido. Después se supo que el tipo era un operador del Cártel del Pacífico. El saldo: 5 militares muertos, 10 heridos graves y el rescate de un presunto narcotraficante.
También ese mismo viernes se sabe del hallazgo de al menos 15 cuerpos en el Lago de Chapala, en los límites de Jalisco y Michoacán. Desde la zona, algunos reporteros difunden que puede haber más restos en el río Lerma.
Sigue el día y nos enteramos de que ante la inseguridad y los actos vandálicos de presuntos maestros, los empresarios del transporte deciden suspender las corridas de autobuses a Michoacán; ya están hartos de la quema de sus vehículos y de las pérdidas económicas que les está generando. Están hartos de que ninguna autoridad haga algo por detener el vandalismo.
No son ni las dos de la tarde y veo en primera plana de algunos portales la fotografía de un hombre incendiándose. Resulta que pobladores del municipio oaxaqueño de Santiago Matatlán decidieron linchar a un presunto asaltante. Lo ataron a uno de los pilares del palacio de gobierno y, sin más, le prendieron fuego.
Pensé con tristeza que ya habían sido demasiadas notas rojas para ese día. Minutos después de la dos de la tarde, supimos por las autoridades de la Ciudad de México que el cineasta León Serment y su esposa Adriana Rosique, muertos en agosto, en realidad fueron asesinados por dos personas contratadas por su propio hijo y la novia de éste. El hijo pagó a los delincuentes 100 mil pesos a cada uno, a fin de poder cobrar los seguros de vida de sus progenitores. En cuestión de minutos la nota era la principal tendencia, el Trending topic en Twitter. Los usuarios no dejaban de escribir la consternación que les provocaba el saber que el hijo del cineasta había cometido el parricidio.
Sí, impactante el hecho de que un hijo mate a sus padres, como dicen los jueces “con alevosía y ventaja”, pero también la estela de horror dejada por el crimen organizado, los criminales comunes, el desgobierno mostrado en Michoacán, la “justicia” aplicada por pobladores en Oaxaca…. A las tres de la tarde salgo de la cabina de radio y veo en la calle a los niños riendo y jugando, a parejas de la mano, a gente haciendo sus actividades del día al día. Porque, efectivamente, la vida sigue a pesar de sus problemas. Pero también me pregunto ¿Será que ya estamos acostumbrados a oír malas noticias?
Recuerdo la historia de una amiga afligida por el divorcio. La invadía el sentimiento de culpa por “dejar a su hijo sin papá”. Cuando me explicó la razón de la separación, reflexioné sobre la fuerza que ejerce la costumbre. Me dijo “siempre cuando me peleaba a gritos con mi pareja, mi hijo de tres años de edad se ponía a llorar en medio de los dos. Incluso, un día se le fue al papá a las patadas… Así estuvimos un buen tiempo, pero después, cuando volvían los pleitos, el niño ya no lloraba, sólo nos miraba y se encerraba a ver la televisión”. Sí, creo que suceden tantas cosas negativas a diario, que efectivamente parece que nos estamos acostumbrando y resignando.