lunes 29 abril, 2024
Mujer es Más –

Por. Lorena, madre de Fátima y Daniel en ausencia de Paloma Cuevas R.

 

*Queridos todos y todas, soy Paloma Cuevas R., y en esta ocasión y con autorización de mi medio he decidido ceder mi espacio, a Lorena Gutiérrez Rangel, madre de Fátima Varinia y de Daniel Emiliano.

Porque hay que darle voz a quienes la han perdido a punta de llanto y de olvido.

 

Las víctimas en este país, violento, insensible, y profundamente cruel, buscamos desesperadamente justicia, verdad, y digna memoria. Nosotras, como familias, merecemos un trato digno que acompañe nuestra lucha en pos de estas tres garantías, y a veces confiamos en las personas equivocadas, creyendo que empatizan con nosotras, con nuestras personas amadas, y con nuestra causa. No pedimos a la sociedad más que ayuda para visibilizar nuestros casos, de modo que la presión obligue a las autoridades a hacer lo que les corresponde.

En este largo caminar como madre de dos víctimas, mis pequeños Fátima Varinia y Daniel Emiliano, una muerta por feminicidio y el otro por negligencia médica, he conocido a muchas personas, hombres, mujeres, funcionarias, activistas, e incluso periodistas, que han tratado de sacar provecho de nosotros, de nuestras tragedias, debilidades, y necesidades, para alimentar su ego, sus cuentas, y su poder político e influencias. Con el tiempo uno suele desarrollar cierto olfato para detectarles, pero a veces nos falla, y llegamos a creer en sonrisas mentirosas y promesas vacías.

La última decepción nos ocurrió a principios de 2022, cuando una persona se nos acercó con la intención de incluir la historia de mis niños en un libro donde, según nos dijo, recopilaba varios casos de feminicidios. Esta idea no es nueva. Desde que en 2017 el tema del feminicidio cobró fuerza en medios internacionales, y se puso sobre la mesa de discusión en cada hogar, foro, e institución, muchas personas han querido hacer compendios de este tipo, donde simplemente se exhiben los casos superficialmente, para alimentar el morbo, pero en realidad no se profundiza en ellos, ni en la problemática en cuestión. En este tipo de publicaciones nuestras hijas se convierten solamente en una historia dramática más, donde se le da un peso exagerado al feminicida, para seguir alimentando ese discurso estéril de “los buenos contra los malos”.

Confiamos tanto en ella que, cuando nos pidió que la pusiéramos en contacto con otras familias, pues nosotros éramos la primera invitada para exponer su caso en el libro (de pura palabra, sin acuerdo escrito de por medio), la contacté con otras madres que, al igual que yo, lloran por el feminicidio de sus hijas, y necesitan ser escuchadas.

Mi familia y yo desde un principio hemos defendido una sola verdad: Josué Misael Atayde Reyes, en compañía de su hermano Luis Ángel, y de José Juan Hernández Tecruceño, asesinaron a nuestra niña con total premeditación, alevosía, ventaja, crueldad, y brutalidad, lo cual quedó demostrado durante cuatro juicios, razón por la cual los tres fueron sentenciados, Luis Ángel a 74 años de prisión, José Juan a prisión vitalicia, y Misael a tan solo 5 años de internamiento, no reclusión, por ser menor de edad al momento de los hechos (tenía 17).

La culpabilidad de los tres implicados ha quedado demostrada, más allá de toda duda, y su arrepentimiento no es suficiente castigo por haberle arrebatado la vida a mi niña, a quien nada nos va a regresar.

Duele que haya quienes lucran y hacen escarnio de nuestro dolor, entrevistándonos sin mostrar empatía y sin jamás profundizar en el conocimiento de las personas, o peor aún, dizque activistas que envían a sus asistentes, para ser ELLOS quienes reciba los aplausos y felicitaciones, además de cobrar una buena suma por ello, cuando en realidad su implicación en el proceso es inexistente.

De empatía y compasión mejor ni hablemos. Existen cuestiones estructurales y sistémicas para entender el feminicidio como un terrible fenómeno social, así que la estigmatización a nuestras hijas, y a nosotras, bajo la maldición no solo es infame y dolorosa, sino estúpida y sinsentido.

Se ha puesto de moda darle voz a los feminicidas, y por más que trate de entender el trasfondo social que implica, el dolor ante la ausencia de mis pequeños me mantiene sumida en la incomprensión.

¿Acaso alguien se ha preguntado si es posible darle voz a aquellas que fueron silenciadas por la fuerza, nuestras hijas? ¿Se han preguntado qué tenemos que decir las madres?

Lo que aquí expreso queda plasmado para la posteridad, revictimizar a quienes nos han arrancado todo y más, no tiene perdón ni olvido posibles.

Pido, suplico a la ciudadanía que sea consciente de los contenidos que consume, a quién enriquecen y engrandecen, qué intereses favorecen, y a quiénes perjudican. A las autoridades me gustaría pedirles mucha más sensibilidad y empatía para las familias destrozadas por la violencia que lacera a nuestro país, y que por favor se capaciten en materia de género y derechos humanos, para que no aplaudan, respalden, ni financien proyectos que atentan contra la dignidad de quienes hemos perdido hasta la esperanza.

Que no permitan que haya quien lucre a costa de nuestro sufrimiento.

Existen carencias en nuestro país, existen instituciones y organizaciones que necesitan recursos, y existe gente luchando por construir un mundo mejor, “un mundo en el que quepan otros mundos”, pero quienes lo hacen honesta y desinteresadamente no usan a las víctimas y a sus familias en sus juegos maquiavélicos. Yo no tengo filiación política alguna, y tampoco las luchas de madres de víctimas de feminicidio y desaparición formamos parte de toda esa corrupción. Nosotras queremos justicia para quienes amamos, y no es justo que nos usen en sus infamias.

Yo, Lorena Gutiérrez Rangel, no acepto por ningún motivo la acepción de maldita para mí, y mucho menos para mi hija. Fuimos víctimas, junto con nuestra familia, de quienes creyeron tenían el derecho a arrebatarle la vida a mi niña.

Malditos son quienes destruyen las vidas de nuestras hijas, en mi caso la vida de Fátima Varinia y las de tantas niñas más.

Malditos quienes les protegen y favorecen.

Malditos los estados  omisos e indolentes, y las autoridades que no cumplen con su labor, cobijadas en la negligencia.

Malditas las instituciones que nos revictimizan, sin atender a la perspectiva de género.

Malditos los y las activistas que lucran con nuestros casos, con nuestro dolor.

Maldito el periodismo amarillista, a modo y sin perspectiva de género.

Y malditos quienes nos maldicen a nosotras, las mujeres que luchamos hoy, mañana y siempre en contra de sus palabras y actos crueles y deleznables.

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