jueves 02 mayo, 2024
Mujer es Más –

Por. Bárbara Lejtik

@barlejtik

 

Anoche vimos esta bellísima película dirigida por James Hawes que narra la historia de Nicholas Winton, interpretado magistralmente por Anthony Hopkins en su edad adulta y por Johny Flynn en su etapa joven. Nicky, inglés de nacimiento, va a Praga y queda impactado con la vida de miseria, soledad, desesperación e infortunio que viven los niños judíos en los guetos nazis al inicio de la Segunda Guerra Mundial, por eso en un acto de enorme nobleza y amor a la humanidad decide en equipo con su madre y amigos rescatar a la mayor cantidad de niños posible para buscarles un hogar de acogida en Inglaterra y que al terminar la guerra pudiesen reencontrarse con sus familias. En un arduo trabajo contra reloj y dando la vida entera por la causa, logran trasladar a 669 niños, el último tren ocupado por 250 más que ya tenían hogar no logra ganarle la carrera al reloj y no alcanza a salir de Checoslovaquia; se sabe después que los niños junto con sus familias fueron conducidos posteriormente a los campos de concentración en donde seguramente encontraron la muerte, lo que atormenta al protagonista.

Cincuenta años después de la tremenda hazaña, la BBC de Londres le propone dar a conocer la historia y al momento de reconocerle lo presenta también con un gran número de personas que salvó de niños.

Más que recomendable esta cinta que trata el tema de la migración infantil y retrata la pesadilla que viven los niños que intentan atravesar fronteras para encontrar en un país desconocido y lejos de su familia, un espacio seguro en donde poder tener un futuro digno.

No dejé de pensar por la noche en el tema y quiero traerlo a la mesa, porque ojalá que historias tan importantes como los niños de Nicky, si bien tuvieron un penoso camino, lograron en su mayoría liberarse le la guerra y sobrevivir a pesar de la tristísima factura de ser separados de sus padres, hermanos, religión y patria.

No puedo dejar de pensar en todos los niños que hoy, mientras escribo esto, están escondidos tras algún matorral solos, caminando en el desierto, encerrados en alguna prisión, en jaulas peor que animales para ser deportados, desconociendo su destino, sufriendo no solo desesperación y angustia, sino también hambre, frío, violencia, extorsión y seguramente abuso sexual.

Cuando pensamos en las infancias todos quisiéramos que las y los niños del mundo estuvieran en un hogar seguro, protegidos por sus padres o por gente buena que les proporcione alimentación y estudio, amor y formación. Lamentablemente son millones de niños los que hoy viven una realidad muy distinta, solamente en México, según datos del Instituto Nacional de Migración, 106 mil 778 niños viven en condición de migración irregular, el 72 por ciento menor a 11 años y el 28 por ciento entre los 12 y los 17 años. Mundialmente se calcula que el 12 por ciento de la población migrante son niños y el 11 por ciento adolescentes.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) nos brinda cifras igual de dramáticas, los niños que emigran de sus comunidades para buscar asilo en otros países con más oportunidades de estudio y trabajo, lo hacen muchas sin la compañía de un adulto. Está de más comentar los riesgos a los que se enfrentan y lamentablemente el abuso y la violencia de la que son objeto. Sus padres que, generalmente, venden lo poco que tienen para pagar el “Coyote” que se haría cargo de cruzarlos, se quedan con la total incertidumbre sobre la suerte que correrán sus hijos y a expensas de extorsionadores.

El drama migrante es tan cercano a nosotros que muchas veces preferimos no verlo, nos conmovemos con historias como la de la película, pero yo quisiera preguntar y preguntarme a mi, que estaríamos dispuestos a hacer por los niños migrantes que están en nuestro país solos o acompañados, sin casa, sin un lugar donde pasar la noche, sin un abrazo que calme el terror que sienten, sin una sola persona en quien poder confiar a la edad en la que la mayoría de los niños no deberían preocuparse por absolutamente nada y ocuparse solo de jugar, estudiar y crecer sanamente.

Es terrible que estemos tan acostumbrados a ver el dolor en cada esquina, que muchas veces ya lo ignoremos y con total indiferencia demos la espalda a estos miles de rostros sin nombre pretendiendo olvidar su expresión de sufrimiento en nuestro regreso a casa y a nuestra confortable y segura realidad.

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