Por. Cut Domínguez
Los hombres no lloran, decía mi abuelo Alberto.
Y yo no lo sabía,
solo era un manojo de huesos y de sueños.
Cuando la vida era la vida misma y entonces
no dolía.
Pero me miré en el espejo y lo confieso
lloré la tarde de estos días hasta inundar
las calles de mi pueblo,
con todo y su capilla y mis esperanzas juntas.
Lloré hasta empapar las paredes de mi cara,
de un llanto agrio y severo, que encorvó
mis párpados y humedeció mi alma.
Lloré con la ilusión de topar un año fresco,
mejorar el ánimo y avivar mi guasa.
Lloré porque sí, lloré porque no.
Lloré porque no he tenido la pericia de ganar
su corazón.
Lloré porque delante de la gente hubiera
deseado besarla.
Lloré porque mis ojos anhelan más tiempo
con los suyos.
Lloré porque no lloré más.
Haber si algún día logro secar mis lágrimas.