martes 08 octubre, 2024
Mujer es Más –

 

Acabamos de entrar a la Fase 3, lo dicen los noticieros, parece ser que todos somos expertos en el tema y entendemos de términos y claves.

Las cosas no son muy claras, no lo han sido ni un solo día, pero en resumen estamos enfrentando lo más difícil, ahora si viene lo feo, ya no hay para dónde correr, dicen que de alguna manera todos somos portadores del virus y así como las palomitas de maíz irán brotando casos por todos lados sin control, como pajaritos de feria estamos expuestos al tiro sin puntería de la casualidad.

Tenemos que encerrarnos y no entrar en pánico, pero si entrar en pánico, a la fecha se cuentan 9 mil 501 casos positivos y pueden duplicarse o triplicarse, no lo sabemos, no entremos en pánico, pero hay más o menos cuatro mil y cacho de camas preparadas para los enfermos, los números no cuadran, lo previsto no nos va a alcanzar.

No entremos en pánico, pero así como podemos no sentir nada, podríamos morir o ser informados de que un familiar murió y no lo podremos ver, ni velar, ni enterrar.

No entremos en pánico, solo esperemos, encerrados, en nuestras casas, manejemos nuestro miedo y ansiedad como mejor podamos.

Ahora somos esos niños que no entienden los tiempos, que preguntamos una y otra vez ¿cuánto falta? Y el gobierno, el mundo, el virus nos dicen: “Ya casi” y el “Ya casi” es eterno, empieza todos los días y llega a la noche con nosotros y al otro día y no se cumple.

Repetimos frases e información muchas veces escuchando, puede ser que apenas lo empecemos a entender, por primera vez las letras de las palabras significan lo mismo para todos.

Nos damos cuenta también de lo efímeros que somos, de lo poco esenciales y necesarios que resultamos al final para el mundo. Los jefes, los dueños, los estudiados estamos en casa, amarrados de pies y manos, mientras en la calle los recogedores de basura, los policías, los que atienden en el supermercado son imprescindibles, sin ellos esto si sería un caos, a ver si después de esto entendemos la importancia de cada cosa y dejamos de ver al otro por encima del hombro.

La manada confundida enloquece de miedo en su cueva. Afuera son los médicos y las enfermeras los que libran la batalla, máximos protagonistas de esta guerra sorda que nos está golpeando a todos de una manera brutal.

Somos invisibles ahora, peces atrapados en una red, temerosos y desesperados.

Culpamos, absolvemos, un día creemos y al otro dudamos; señalamos y nos volvemos a cuestionar. ¿Cómo pasó? ¿Se pudo evitar? ¿Qué vendrá después?

Pero al final no somos más que eso, pequeños inquilinos sustituibles en este juguete del destino.

La primavera afuera desconoce la palabra confinamiento, florecen los árboles sin pudor y las aves hacen sus nidos, la lluvia moja las calles y el viento canta por las tardes, ahora los escuchamos, ahora que el ruido de los coches no tapa al sonido de la vida.

Y nos damos cuenta de que la naturaleza nos ignora, que no teníamos que estar allí para que nada sucediera, que el planeta seguirá siempre, que no somos nosotros el mundo.

Tan insignificantes y tan desnudos nos encontramos ahora con quien en realidad nos habita, nos hablamos de frente y no hay nada que podamos hacer contra las heridas del pasado, contra los viejos prejuicios que viven en nosotros, contra lo bien o mal que nos alimentamos física y espiritualmente, porque ahora esto que vemos en el espejo que ya no refleja nada es lo único que hay y a nadie más le importa.

El tiempo perdió su significado y el paso de los días ya no es un referente, ni lo son las horas ni los caminos, porque ya nadie nos espera en ningún lado y tampoco nadie vendrá a observar con nosotros las sombras que forman las nubes y las ramas en el piso solo que nadie camina.

No hay lunes ni domingo, no hay tarde ni temprano, hay solo necesidades básicas como hace miles de años y una nueva historia que se empieza a escribir cada día.

Nos creímos poderosos, infinitos, dueños.

Qué lección nos dio la vida sin saber siquiera que la necesitábamos.

Comentaba el otro día, no se cual de todos con mis hijos, que a su corta edad ya vivieron un terremoto de consecuencias catastróficas y una epidemia mundial, son muy jóvenes para saber tanto en carne propia, algunos somos ya muy viejos para entender con humildad y respeto que esto no se trataba de nosotros y que de verdad para el sol contamos lo mismo que las hormigas o las piedras.

La vida desde adentro, es hoy lo único que sabemos, si es que podemos decir que sabemos algo, frágiles fichas en un juego universal.

A ver si reinventamos nuestra manera de entender la vida y de concebirnos como los amos, porque ahora parecemos más bien los señuelos, los escalones, las piedras que nadie puso allí y que son incapaces de cambiar el destino de nada.

 

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