domingo 19 mayo, 2024
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BÁRBARA LEJTIK BLOGS

«CEREBRO 40» Quiero ser una chica Almodóvar

 

Mi primera vez con Pedro fue a los 14 años, en 1986, con Matador, obviamente sin que lo supieran mis papás.

Desde ese día he vivido en un total enamoramiento de su obra, todas y cada una de sus películas representan para mi una época, una circunstancia de mi propia vida. 

Sabiéndome la más fiel de sus seguidoras, consiente de la imposibilidad de dejar pasar un día más sin ver su último film, me presente ayer en la sala de un cine, asiento C6, tercera fila, Justo en medio, el mejor asiento en el teatro, con un respeto tal que ni palomitas ni nada que hiciera ruido me acompañaba a la sala.

Para mi sorpresa no estaba sola, una voz familiar sonó algunos asientos atrás de mi; Anita, mi clienta Anita, omitiré mencionar su apellido pues es mamá de un polémico político mexiquense, Anita es una mujer que no conoce el silencio ni La Paz, pero eso no me molesto, todo lo contrario, Anita es una verdadera “Chica Almodóvar”, con sus no menos de 80 años, viste pantalón de cuero y botas de aguja, la abruman los celos incontrolables de su cuarto, o no se si quinto marido, dice Natalia que camina como si estuviera en una pasarela, se sabe los nombres de todas las chicas del salón se queja con ellas, les da consejos y puntualmente asiste para peinarse y hacerse crepe antes de ir a desayunar.

Tampoco yo iba a estar callada, así es que sonreí hacia mis adentros y me sentí feliz de compartir las siguientes dos horas y a Almodóvar con ella.

Desconozco la razón por la que Pedro Almodóvar llamó a su película tenue y absolutamente bibliográfica, como cuando no quieres que se sepa que estás hablando de ti, Dolor y Gloria, imposible que él sepa que para mi esas dos palabras significan lo mismo, tampoco podría saber que llevo algún tiempo con lágrimas atoradas en cada ojo y que nomás no encontraba la manera de sacar.

Lo demás está todo dicho ya, Pedro Almodóvar nos demuestra que cuatro décadas haciendo cine lo han hecho ya una leyenda viviente, un icono, una institución, una marca, lo que Pedro Almodóvar retrata es imposible de confundir, siempre imitado, jamás igualado, inicia su película con sevillanas cantadas por unas mujeres mientras lavan ropa en el río, la emoción se apoderó de mí en el primer segundo, en la primera toma supe que estaba frente a un reto para él mismo y un regalo para el espectador.

El resto es de verdad inenarrable, Pedro se regala, se brinda en colores, texturas, palabras acomodadas de manera impecable, contrastes que solo a él le pertenecen, que solo su ojo maravilloso puede descubrir en el universo del color.

Nos enseña su infancia, sus más secretos recuerdos en postales acomodadas una tras otra de manera poética.

Sus reminiscencias sobre lo que marcó su vida, su casa de paredes blancas como la Casa de Bernarda de Alba de Federico García Lorca, su temprano descubrimiento de las letras como herramienta para existir.

-Si te gusta dibujar, le dice a aquel jornalero analfabeto a quien enseñó a leer y a escribir, muy pronto aprenderás a hacerlo, porque escribir es como dibujar con palabras,

De la mano de sus dos hijos Putativos, Antonio Banderas y Penélope Cruz, recorre pasajes de su propia historia, de la historia de la historia, algunos de ellos ficticios, algunos reales según lo ha declarado él mismo.

Habla de sus dolores, de sus dolores físicos, pero sobre todo de sus dolores del alma, habla de sus amores y sus pasiones de adicciones que ni el amor puede curar.

Como la idea obviamente no es contar en esta columna la historia de la película, hablaré solo de la emoción que me invadió, de Anita repitiendo dos veces cada comentario sobre cada escena y de mis lágrimas brotando como fuente de mis ojos.

Un actor no es el que llora, es el que contiene las lágrimas le dice a quien protagonizaría su texto, menos mal que yo no soy actriz, porque ni los mismos actores de la película pudieron disimular lo conmovidos que sentían al repetir el guión.

Fallé yo y fallaron todos, no es nuestra culpa, no se puede regalar tanto arte sin esperar lágrimas como respuesta.

Me quedo con esto para siempre, con Almodóvar niño, con Antonio viejo, con Penélope etérea y Madrid como un escenario único en el que él mismo confiesa vive por no morir.

Me quedo con el Barrio de Lavapies, con el arcoíris que solo Pedro puede ensamblar, con el cante hondo de las mujeres en el río; me quedo con la emoción infinita de sus miradas, de cómo se ven los ojos desde los suyos, con su mención de Chabela Vargas a manera de homenaje, con las casas blanqueadas con cal y agua.

Gracias infinitas por tantísima belleza y tantísimas sensaciones, gracias por destrabar la compuerta de mis lagrimales y gracias por hablarnos con el mismo idioma a Anita y a mí.

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