jueves 16 mayo, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Miguel León-Portilla: La voz perenne de América

 

Era el 2007 y Miguel León-Portilla ya se preguntaba qué podíamos temer frente a un Estados Unidos voluble y caprichoso, que prefiere tratar con el México sumiso. En ese entonces, un grupo multidisciplinario de estudiosos de ciencias sociales y humanidades, que tuve el privilegio de encabezar, presentaba el resultado de un esfuerzo académico que se llamó Voces de la historiografía para una traza de América. El hoy homenajeado historiador y filósofo presentó con generosidad la obra principal, Historia de la Historiografía de América en tres tomos, publicado por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia de la OEA, la UNAM, la Secretaría de Relaciones Exteriores, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, así como por varias universidades y centros de investigación de toda América y algunas de España. Su presentación, plasmada en las primeras páginas del tomo, fue un análisis profundo de la situación de uno de los nexos más importantes que une a los países americanos: el que nuestro país guarda con el vecino del norte.

En aquel momento la tensión era otra, pero el trasfondo de dominio, el mismo: George W. Bush intentaba justificar ante la Organización de las Naciones Unidas la guerra contra Irak. Para conseguir tal objetivo, el republicano quería llevarse a la bolsa el voto mexicano en el Consejo de Seguridad. Hoy la cuerda está estirada por una razón distinta: la crisis humanitaria de la migración. Sin embargo, muchos elementos siguen latentes. Las amenazas económicas son muy similares y el discurso no ha hecho más que radicalizarse; es decir, las palabras de Miguel León-Portilla no han perdido vigencia. En el marco de su merecido homenaje nacional, me pareció una oportunidad para sacarlas a cuento.

“¿Qué podemos temer?” era la pregunta que atravesaba el acucioso trabajo de León-Portilla. Una pregunta que sin duda resuena en nuestros días, cuando, con más o menos consciencia, se extiende entre nosotros el miedo al escuchar hablar a Trump. Es normal que los gigantes nos hagan temblar y con ello, por supuesto, no me refiero al magnate que habita la Casa Blanca, sino al imperio que representa. Es natural que éste nos haga temblar cuando nos nombra y nos coloca frente al mundo como su principal problema. Se trata de un señalamiento que en los últimos años ha tomado matices mucho más macabros, dado que no están dirigidos a nuestros gobiernos. Las piedras que Trump lanza no están dirigidas a los políticos, sino a la gente, y es precisamente en ella donde dejan más marcas. 

Ante la presión que Bush ejercía sobre nuestro país de cara a la guerra con Irak, Don Miguel León-Portilla aseguraba que lo mejor era actuar “de acuerdo con nuestra trayectoria histórica y nuestra conciencia”. El juicio no ha perdido validez y aplicado a asuntos como la migración sigue teniendo sentido: México debe buscar el liderazgo en su región que nunca debió haber dejado de ostentar.

Hace doce años, Estados Unidos seguía sintiéndose en su papel de “líder del mundo libre”. Hoy, en definitiva, ha abandonado este lugar para ocuparse, ante todo y pese a todo, de sus propios asuntos. El discurso y las políticas de Trump han orientado todo el aparato hacia un nacionalismo que ha tenido como objetivo “hacer a América grande otra vez”. Esto no significa, sin embargo, que sus actos no tengan repercusión en el mundo o que hayan dejado de actuar desde la misma postura; por el contrario: la presunta superioridad moral sigue siendo su sello. Así como en ese momento emprendía una guerra armada “sin título alguno de justicia”, hoy EE. UU. lidia batallas comerciales y da lecciones sobre migración y crisis humanitarias sin tener ni un poco de la legitimidad que le conferirían los buenos ojos del resto del mundo.

“¿Qué argumento puede esgrimirse a la luz de éste para que un país se autonombre policía del mundo, juez y verdugo de otros?”, planteaba el historiador, meses antes de que se revelara que las armas de destrucción masiva que tanto se presumía que tenía Irak en realidad no existían. Ya decía León-Portilla que, aunque éstas hubieran existido, ésa no era suficiente razón, dado que ese tipo de armas no serían su monopolio, pues están por todo el mundo. 

Hay una cita en su texto que no puedo evitar compartir completa, dado que refleja un miedo que está en nuestra época completamente actual: 

“¿Nos pueden ahorcar económicamente? A esta pregunta hay que contestar con otra: ¿les conviene ahorcarnos? ¿No somos acaso su segundo o tercer socio comercial? ¿No tienen sus ciudadanos inversiones multimillonarias en México? ¿No viven en aquel país muchos millones de mexicanos que contribuyen de múltiples formas a su desarrollo? ¿Convendrá al coloso del Norte, con 3200 km de frontera, bloquear a un vecino cada vez más empobrecido y, ahorcándonos económicamente, sumirnos en el caos?”.

Hoy la respuesta, frente a las crisis del presente, sigue siendo que no. El ahorcamiento económico no es una posibilidad, ni siquiera para que Trump gane el botín electoral que tanto ha anhelado: la sumisión de México bajo las faldas de un muro. De lo que se produce en México no sólo surge la riqueza de los millonarios nacionales, sino también la de los multimillonarios estadounidenses, por lo que un caos en nuestra economía no es conveniente para el vecino ni hoy ni mañana, como tampoco lo fue ayer. Aquí radica la importancia de la historia: a veces, al voltear a verla, descubrimos las respuestas que deberán guiar nuestro futuro, algo que siempre ha sabido León-Portilla. Festejemos la sabiduría perenne del historiador del siglo XX, Miguel León-Portilla.

 

Manchamanteles

 Miguel León- Portilla en Egohistorias, El amor a Clío, (1983) de Jean Meyer describe así una de sus interpretaciones de la historia: “Nadie puede fotografiar el pasado o filmarlo en movimiento. Y aunque ello fuera dado, de poco serviría. Mostraría tan solo la cascara de los sucesos. Su significación permanecería oculta. Esta ha de descubrirse estableciendo correlaciones, buscando intenciones, causas y efectos. Todo esto no es fotografiable. Es deducible, perceptible, a través de la pesquisa interior de la conciencia, la que hace entrar el espíritu en los huesos secos esparcidos en todas direcciones. Si esto se realiza, el difícil esfuerzo de encontrar significación en lo que fue podrá, al menos en parte, convertirse en realidad. Entonces la recreación histórica, la imagen de una duración pretérita, resistirá la prueba del tiempo. No será desechada como una ficción; no se dirá de ella que es falsa porque hay vestigios —testimonios— que no se tomaron en cuenta y la contradicen–“.

Narciso el Obsceno

La gran sorjuanista, Georgina Sabat, al indagar sobre el Divino Narciso se pregunta cuáles fueron las razones y, sobre todo, la intención de la monja al introducir a América y el mundo azteca en las loas de los tres autos sacramentales que escribió, haciendo a través de ellas acto de fe americanista. La investigadora encuentra algunas respuestas en las pesquisas de Miguel León- Portilla en torno a los asuntos de los indios que tratan el análisis de las loas; es decir, que podríamos hablar de un doble círculo virtuoso del narcisismo el del origen de nuestros pueblos y el del mestizaje ecos que retumban, con ahínco y orgullo, en la patria de Don Miguel León-Portilla.

 

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