jueves 16 mayo, 2024
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«RIZANDO EL RIZO» Amor romántico, ¿el fin de un relato?

 

“En la cadencia, de tu voz divina, la rima de amor.”

Agustín Lara

Recientemente, el presidente de La República, Andrés Manuel López Obrador, señaló que: “el neoliberalismo no sólo causó un daño económico; en lo material, sino que destruyó familias”. Y, sostuvo, que una expresión del modelo económico seguido en los últimos años, encontraba espacio en el aumento del porcentaje de divorcios. Si bien es cierto que, como manifestó el propio López Obrador, hay que estudiar y cuantificar el fenómeno, también fue claro, sin duda, que la afirmación perturbó muchos de los hilos que componen la filigrana emocional de las parejas. Entre burlas, memes y sesudos análisis, lejos quedó el supuesto de la cabeza del Ejecutivo, abriendo paso, en todos los medios y redes sociales, a la pregunta que -en mayor o en menor medida- ha configurado los esfuerzos de la humanidad para sobrevivir a través de los tiempos. ¿Cuál es el lugar del amor en la vida? Una vez más, el imaginario colectivo se pregunta qué daría por un solo instante de amor…

Las líneas anteriores me recordaron a una filósofa singular, quien solía enfrentar a sus discípulos, cuando estos se oponían a su verdad, ante la siguiente pregunta: “¿Qué prefieres, a Platón o la verdad?” Supe que, por lo menos, dos de las parejas formadas a su lado terminaron firmando su divorcio. La suspicacia filosófica de la maestra, tanto brillante, como perversa, demostraba -brutal- que la razón acaba con el peligroso halo de romanticismo. Y revelaba desde su pretendida honestidad como la realidad aniquila el deseo permanente e impone siempre la duda.

Elisabeth Roudinesco (1944), en su Diccionario Amoroso del Psicoanálisis (2018) sugiere que: “Freud hizo del amor el objeto de una ciencia al tiempo que sostenía, como buen darwinista, que el principio cristiano de amar al prójimo como a sí mismo chocaba con la naturaleza asesina del ser humano, también es cierto que fue un hombre amoroso en la más pura tradición del romanticismo alemán, aunque heredero de un puritanismo victoriano que no dejaba de criticar”.

En la historia de la sensibilidad, que bien podría considerarse como la gran leyenda de la existencia humana, el amor está vinculado también con la inmolación, la nostalgia o la heroicidad; es decir, con el sometimiento del otro. El amor romántico existe en la medida en que la dialéctica, comprendida en un mismo instante y, entendida ésta, por dos partes que se codifican en dos anhelos antagónicos como lo son la vida y la muerte, permanece. Es decir, la dicotomía de querer morir y, al mismo tiempo, desear vivir. El “amor puro”, aquel que se le otorga a un absoluto, como a la patria o a Dios, al ser sublimado o glorificado; cuyo mayor ejemplo fue, en su momento, el amor cortés, pero que seguimos experimentando con sus reminiscencias caóticas. Un ideal impensable, dominante y sin condiciones que grita de múltiples formas y desde diversos sitios. Supone, pues, un intercambio del sujeto, por el deseo en sí mismo; de tal manera que el amor se vuelve ingenuo. Es el más exquisito desvanecimiento del ser en su aspiración. Es la pura negación de la existencia y la evidencia inapelable del fracaso de la pareja. Y eso nos duele. Nos lastima porque queremos el amor de los amantes, amor arrojado, turbulento, ansioso, arrebatado, ardoroso, audaz, malhadado, temerario y recíprocamente, amor nupcial, sin sexo, aficionado, amor que tolera, amor que espera y es pasivo y tierno y cuidadoso y dulce. Al tiempo que disimiles disposiciones entran en acción en el amor: “amar y ser amada, amar sin ser amado, amar y odiar, amar y ser odiada”.

El argumento es tan extenso como el mensaje que lo distingue. Roudinesco nos vuelve a llamar la atención, cuando indica que el análisis reaviva los mitos del imaginario amoroso: el mito socrático, según el cual el amor engendra el discurso amoroso y el mito romántico, que permite transformar una pasión en obra literaria. Por un lado, El Banquete, de Platón y por el otro, Las desventuras del joven Werther, de Goethe. A la suma de este quiebre entre el discurso que genera, y la pasión que engendra, propuesta por Roudinesco, se añade el amor melancólico, que se erige a partir del desgaste y el duelo y, finalmente, el amor místico, que busca, como decía el poeta sirio Adonis, la transparencia y la conexión de los dos mundos.

La creencia de que algún otro nos completará, iluminará lo oscuro, dará sentido a nuestras vidas, se extiende a la actualidad. Consciente o inconscientemente desarrollamos expectativas sobre nuestras relaciones amorosas basadas en ese supuesto.  Salvoj Žižek (1949) nos dice con la sagaz ironía que lo caracteriza: “el amor es un acto extremadamente violento, es el mal.”

Simone de Beauvoir (1908-1986), nos dice en El Segundo Sexo (1949) que: “el amor auténtico debería basarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades, cada uno de los amantes se viviría como sí mismo y como otro, ninguno renunciaría a su trascendencia, ninguno se mutilaría. Ambos desvelarían juntos unos valores y unos fines”. Y esto me parece fundamental para entender las relaciones amorosas. Se trata, en primer lugar, sobre la libertad, sobre la libertad de uno mismo y el compromiso con esa libertad, y al mismo tiempo, se trata de acompañarse mutuamente, sin caer, por supuesto, en las relaciones verticales -de desigualdad- que entiende el amor romántico. Quizá lo más importante de la idea de Simone de Beauvoir sea la no renuncia a la trascendencia. Es decir, no supeditarse al otro ni a sus designios.

El amor al otro no es un plan vital único. Es un fragmento importante de nuestro itinerario. El ideal, el amor romántico del que somos fatídicamente herederos, nos invade con diversas misiones y objetivos que obstaculizan o invalidan nuestra posibilidad de amar.

Sustentando relaciones fuertes desde el respeto, la libertad y la admiración mutua y no desde los prejuicios y los ideales inalcanzables, podríamos, sin duda, estar más cerca del amor auténtico del que hablaba Simone de Beauvoir. amar sin violencia o desigualdad. Aprender a amar es una tarea vigente, en donde el capitalismo coarta la experiencia vital. El amor romántico, pues, es un disfraz cómodo y errático que nulifica el deseo porque, irreparablemente, disminuye su existencia.

Manchamanteles

El pleno del Congreso de la Ciudad de México aprobó realizar en sesión solemne conmemorar el 80 aniversario del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ayer, en el Palacio Legislativo de Donceles. Durante la ceremonia participó el antropólogo Diego Prieto, director general del INAH; además dentro de las actividades en el recinto se proyectó un documental y se instaló una línea del tiempo alusiva a los trabajos de difusión del patrimonio cultural de México. Como bien ha señalado Diego Prieto “el INAH es el futuro de nuestra memoria” y seguramente lo regresará al sueño del general Cárdenas ser el espíritu de la nación. ¡enhorabuena!

Narciso el Obsceno:

Todos necesitamos tener amor propio, lo importante es tenerlo en la medida adecuada. Los seres narcisistas necesitan al otro, pero no porque lo aman, sino porque se aman.

 

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