Muchos celebramos las comunidades donde cabe todo y caben todos y todas: los modos de ser, las ideologías, las preferencias de todo tipo, porque en esta diversidad cabe, sobre todo, la vida en sí misma. Y aunque las ideologías admiten complejas clasificaciones, si nos atenemos a la clásica división entre liberalismo y conservadurismo, es en la ideología liberal en la que encontramos más posibilidades de apertura a las diferencias, a las novedades, al cambio y a los valores del respeto a voluntad y la autonomía individual; mientras que en la conservadora la tendencia es el respeto a la tradición, a la jerarquía y al mantenimiento del statu quo. De ahí que, si bien es importante que ambas ideologías puedan ser respetadas, como cualquiera, la primera tiene obligación de escuchar a la segunda, pero la segunda, por definición, tiende a repudiar a la primera. Por lo que volviendo a la premisa sobre dónde cabe mejor el respeto a lo plural y diverso, también valores de la democracia, será donde predominen las ideas liberales.
Existen muchos sectores de nuestra sociedad que se consideran liberales, pero sostienen ideas francamente conservadoras, apunto aquí tres muy comunes, tan comunes como la sopa:
No estás, estamos, preparados para…
Cuán común es escuchar en las familias decir que la mujer, los adolescentes, no están listos: para que andes sola; para que ganes más o sepas más que tu marido; para que el marido cuide a los niños; para que tengas novio o novia, para que tengas sexo; para que tomes decisiones… Y en la sociedad, no estamos listos para: que una mujer sea presidenta, para la legalización de la eutanasia, para una cultura de la legalidad…. Siempre falta algo, después, ahora no. Los comunicadores suelen hacer la pregunta conservadora “¿Estamos listos para?” Como si nuestra sociedad fuera una eterna menor de edad que nunca está lista para los cambios. Me parece que es en la pregunta en la que nos atoramos, la pregunta parte de la idea de que primero hay que estar listo y luego cambiar. Pero los cambios se dan con las decisiones y las acciones, no con el estancamiento de quien se sienta a esperar a que algo “esté listo”.
Uno como quiera, pero los niños/as…
Muchos adultos conservadores se postulan como los cuidadores de una cuestionable “inocencia infantil” que siempre que he tratado de entender a qué se refieren, alcanzo a notar que se trata más bien de una “ignorancia”. Piensan –desde una idea totalmente conservadora- que los niños y las niñas son seres puros que no deben ser contaminados por información “perturbadora” y tienden a ocultarles y a mentirles sobre la realidad. En términos generales estoy de acuerdo en evitar saturar a los niños y niñas de violencia o información perturbadora, pero no en ocultar o mentir sobre la realidad que los alcanza y de la que la mayor parte del tiempo saben más de lo que los adultos creen que saben. Cuando las familias no hablan de ciertos temas: sexualidad, la violencia que nos rodea, la diversidad sexo-genérica y familiar, no “preservan” de nada a sus hijos e hijas, solo les hacen saber que esa información la tienen que buscar en otro lado que no son ellas.
Yo respeto X, pero…
Me refiero a las personas que dicen respetar a los otros/as, por ejemplo, a los homosexuales, pero no quieren tener un hijo gay o trans, o los “respetan”, pero no admiten que tengan expresiones afectivas en público, o “respetan”, pero no les parece que tengan hijos/as, o los “respetan”, pero que no se vistan de forma desafiante. Todos estos “peros” no son respeto y no son tolerancia, y menos inclusión, son conservadurismo.
El conservadurismo está escondido hasta en la sopa, y develarlo me parece que es indispensable para la construcción de los valores democráticos.
Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.