domingo 05 mayo, 2024
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«POLÍTICA DE LO COTIDIANO» Desamor y otras pérdidas ambiguas

Por. Adriana Segovia

 

Las pérdidas, cómo llevar los procesos de duelo por nuestras diversas pérdidas, son temas muy comunes por los que las personas llegan a terapia. Procesar un duelo puede ser más difícil por factores diversos, pero duelos especialmente complejos son aquellos que comprenden pérdidas ambiguas, como pueden ser las de los seres queridos desaparecidos, o bien los que siguen con vida, tenemos a la mano, pero su capacidad mental o física disminuye al grado que dejan de ser poco a poco y/o en casi su totalidad, las personas que solíamos amar, que reconocíamos a través de una cierta constancia en su personalidad, en su ánimo, que nos reconocían de una forma particular. 

Las separaciones de pareja son pérdidas que también conllevan un proceso de duelo y contar con herramientas emocionales para afrontar esta ruptura del corazón, hace más llevadero el proceso. El rompimiento siempre es doloroso, aunque a veces no parezca porque ese dolor está más convertido en furia. Y siempre lo es para ambas partes, sin importar quién haya tomado la iniciativa de terminar. Tampoco ese dolor es menos grave o trascendental porque se trate de un amor adolescente o entre adultos.

Algo que ayuda a procesar mejor una pérdida amorosa es cuando hay la posibilidad de hablar y escucharse, (puede lograrse gracias a las capacidades de ambas partes y/o a un buen proceso terapéutico) y acaso entender, aunque sea un poco, las razones por las que la otra persona ya no quiere estar en esa relación. Si uno de los dos no está de acuerdo en terminar, es probable que tampoco esté de acuerdo con las razones del otro para hacerlo; sin embargo, un cierto grado de madurez, de descentramiento personal -a pesar del dolor- y a la larga, una actitud empática y, aun mejor, compasiva, permitirá ir procesando el duelo, disolviendo el gran dolor de la pérdida hasta encontrar un cierto estado de paz. Esto ni siquiera significa olvidar o dejar de amar, necesariamente, es más importante lo subrayado antes en este párrafo.

Existe, sin embargo, una buena cantidad de relaciones que se rompen que hacen especialmente difícil procesar la pérdida por una situación particular y que encuentro con frecuencia en las rupturas, y que, a mi parecer, es una situación de desamor que comparte algo semejante con la pérdida ambigua. Se trata de relaciones en las que ambas partes difieren radicalmente de la narrativa sobre la relación misma y sobre las razones para la separación, pero además uno de los dos empieza a actuar de una manera muy diferente a como se comportó durante la relación, esto a juicio por supuesto del otro o la otra, pero también de testigos cercanos y cercanas que confirman esta transformación en casi otra persona; una especie de Mr o Mrs Hyde que hace y dice cosas que son casi lo opuesto a lo que mostraron durante la relación. 

Padres comprometidos que se alejan de sus hijos, emocional y económicamente, con tal de mantener una guerra con la ex pareja. Cónyuges o novias o novios que fueron respetuosos, que inspiraban una confianza sólida, una confianza que aun en el hipotético caso de llegar a una separación, la otra persona hubiera apostado que ciertos valores como la consideración, el cuidado, la generosidad o la decencia podrían durar más allá de la relación.

En estos casos, la persona que observa, trata de negociar, o simplemente no es escuchada ni reconocida por quien parece haberse convertido en totalmente otro u otra, sufre una gran confusión y desconcierto porque duda ahora sobre con quién vivió, sobre si todo fue un engaño o un autoengaño. Advierto que quien al leer esto inmediatamente asegure que se trata de un autoengaño, en realidad (además de practicar escasamente la empatía) simplifica en extremo la percepción y la genuina realidad, compleja pero genuina, de las relaciones humanas. Porque justamente estamos hablando no de las relaciones que para la mayoría es evidente que hubo más autoengaño que realidad. Sino de aquellas en las que en realidad hay evidencia en las acciones y dichos que sí contuvieron un tipo de compromiso y que luego éste fue traicionado. No estoy hablando de infidelidad o de las relaciones donde se acabó el amor o las ganas de estar. Estoy hablando de aquellas en las que más allá de estas razones para terminar, el proceso de separación se vuelve tortuoso porque una de las personas cambia por completo en valores fundamentales, por lo que el o la otra no solo tienen que lidiar con el dolor de la separación sino con la pérdida de una persona que creían que era de una forma y esa forma, esa personalidad, no se conserva tras la separación.

¿A qué se debe este cambio tan radical? Me atrevo ahora solo a especular que la ruptura les rompe a sí mismas; que un yo no tan fuerte (por diversas heridas de la infancia, situaciones traumáticas, apegos parentales frágiles, vínculos primarios desnutridos) que incluso puede desear o necesitar la separación, no puede sostener el “yo” que ha sido, que se construyó en la relación y que ante el derrumbe propio, se vuelve el opuesto y contra el otro, para asegurar cosas como “nunca te quise”, “nunca me quisiste”, que lleve una cierta “capa protectora”, una negación de lo que hubo para evitar de una forma (a veces cruel para el otro pero es probable que para sí mismos también) el sufrimiento del desamor. Desamor así percibido del otro, y regresado como desamor y desprecio.

A las personas que sufren esta doble pérdida de la relación y del otro como creyeron, y vivieron realmente que era, les sirve que las y los cercanos de buena fe (con ambos) den testimonio de lo que sí vieron y les consta, solo para corroborar las percepciones de la persona que vive no solo la separación, sino la “desaparición” de quien amaron de verdad.

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