jueves 16 mayo, 2024
Mujer es Más –

Cuando se habla de feminicidio o de violencia contra las mujeres, muchas veces he oído en diferentes lugares objeciones del tipo “a los hombres también los matan” o “las mujeres también ejercen violencia”. Ambas cosas son ciertas, pero quienes trabajamos estos temas, solemos explicar (con mayor o menor paciencia) no solo el hecho de que la violencia se ejerce con mayor frecuencia en las mujeres, sino también  que las diferentes violencias ejercidas contra éstas, tienen un componente particular por el hecho de ser mujeres, lo que convierte esto en violencia de género o feminicidio, según sea el caso, y que señalar este hecho permanentemente -hasta que acaben estas violencias- será algo que tendremos que seguir haciendo; porque es a partir de la manera que se nos socializa como hombres y mujeres que resultan estas violencias, y por eso también esta batalla tiene que librarse en muchos niveles, cultural, educativo, académico y de políticas públicas.

El pasado 26 de septiembre, el INEGI presentó los resultados de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2017, echar un ojo a algunos componentes de género de este estudio servirá una vez más para comprobar lo que estamos afirmando. La ENVIPE dice que “históricamente” la incidencia de delitos (comprende una amplia gama, desde el carterismo hasta el secuestro), ha sido mayor en hombres que en mujeres, es decir, los hombres sufren 13.2% más delitos que las mujeres. Algunos autores como Benno de Keijzer y Juan Guillermo Figueroa (Universidad Veracruzana y COLMEX) han explicado parte de este fenómeno a partir de las conductas de riesgo que prevalecen en los hombres. Su socialización los presiona y alienta a “convertirse en hombres” demostrando conductas de riesgo>, porque así demuestran “valentía, fuerza”, que es lo que la cultura dominante espera de ellos.

La ENVIPE no mide feminicidio, no es un instrumento para medirlo, mide delitos en general, cometidos en la población en general y hace distinciones sobre las diferencias por género, región, entre otras variables. Sin embargo, es interesante que si bien los hombres sufren más delitos en general que las mujeres, como aquí se mide, cuando esta encuesta mide la percepción de la seguridad, una variable subjetiva, “¿qué tan insegura o inseguro me siento?”, en todos los casos, las mujeres se sienten más inseguras que los hombres:

El 74.3% de los hombres se sienten inseguros en su entidad federativa y esto sube un poco más de dos puntos porcentuales en mujeres (76.9%). Cuando esta percepción se lleva a espacios concretos, tenemos que es en el cajero automático y en la vía pública donde en general las personas se sienten más inseguras. En la vía pública el 80.9% de los encuestados se siente inseguro en general, y sube a 86.1% en las mujeres. En el transporte público el 66.4% de los hombres se siente inseguro y esto aumenta a 73.6 % en las mujeres, 7 puntos arriba; En la calle la diferencia es de casi 6 puntos arriba la inseguridad de las mujeres, en la escuela casi 8. En el trabajo el 30.1% de los hombres se siente inseguro y el 34.4 de las mujeres, y en la casa 18.6% de los hombres se siente inseguro contra el 23.4% de las mujeres.

Ateniéndonos solo a la ENVIPE, insisto, no a los estudios de feminicidio y violencia contra las mujeres, los hombres serían víctimas de más delitos y las mujeres se sentirían más inseguras. Esto no es una discrepancia en la percepción, tampoco es una “debilidad” natural de las mujeres, y por eso estoy nombrando a esta diferencia de percepción, en esta columna, el miedo de las mujeres.

Porque el miedo mayor o la mayor sensación de inseguridad de las mujeres en los espacios, incluidos los de trabajo y los hogares, está justificado porque de hecho vivimos en una cultura misógina, machista y especialmente violenta contra las mujeres que amenaza nuestra seguridad permanentemente. A veces los números deberían ser suficientes para demostrar por qué se necesita seguir visibilizando y trabajando sobre esta injusticia; pero son sobre todo los nombres, los rostros y los cuerpos de todas las víctimas las que deberían de importarnos más.

 

Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF. 

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