Rosa María no sabe exactamente en qué momento se enganchó con las drogas. Me cuenta que comenzó con el cigarro desde los 12 años y de ahí brincó al alcohol, marihuana y cocaína. Hija de un político, a los 25 años lo tenía todo: buenas escuelas, viajes a Europa, fiestas interminables. Cada vez se metía mayor cantidad de droga. Decenas de veces estuvo en clínicas de rehabilitación hasta que de plano sus padres decidieron que tocara fondo. Aquella joven fiestera, simpática, glamurosa, comenzó a perder todo.
Ya no le importaba exponer su vida. Llegó a ir de noche a Tepito a conseguir droga. Se metió en vecindades, se acostó con dealers. Ella simplemente tenía un apetito insaciable por la droga.
Relatos como estos estremecen. Esa adicción insaciable por drogarse a veces termina en un hospital o con la vida de miles de personas, en episodios de violencia demencial. Ese apetito insaciable es el que provoca enfrentamientos entre bandas criminales en una cárcel de Acapulco, o en alguna localidad de Chihuahua, Veracruz o en cualquier punto del Valle de México.
Ese apetito insaciable por drogarse es el que, una vez más, otro funcionario de alto nivel de Estados Unidos reconoce como detonador de los altos índices de violencia en México.
Primero fue el secretario de estado norteamericano Rex Tillerson. Y ahora el secretario de Seguridad Interna, John Kelly, en su reciente visita a México acepta que Estados Unidos es parte sustancial de la violencia atroz que carcome y que tuvo reciente episodios dramáticos en Acapulco y Chihuahua.
Expuso Kelly –aunque no dijo en qué periodo– que 60 mil estadounidenses han muerto por sobredosis de drogas. ¿Qué podríamos decir por las miles de muertes que se han registrado en este país por ese apetito insaciable de nuestros vecinos del norte?
Dijo Kelly que el presidente Donald Trump tiene claro hay que trabajar de cerca con México para enfrentar juntos el problema del narcotráfico y también el de armas. Porque es muy cierto que una gran cantidad de armas llegan al país de manera ilegal para caer en manos de los criminales.
Un relato como el de Rosa María, es un pequeño ejemplo de cómo ese apetito insaciable por drogarse puede llevar a un individuo al peor de los infiernos. Imaginemos lo que esa adicción de millones de personas puede provocar.
Al menos en retórica, Estados Unidos –el principal mercado consumidor– ya reconoció el problema. Ahora falta que como cualquier adicto comience los pasos hacia la recuperación. Porque una cosa es lo que dicen los funcionarios de Trump y otra el doble lenguaje que el empresario convertido en presidente maneja. Nada más hay que recordar el último episodio en el marco de la primera reunión con el presidente Enrique Peña Nieto en Alemania. Mientras ambos terminaban el encuentro, “absolutamente” decía Trump, México pagará el muro. A ver hasta dónde nos lleva ese doble lenguaje trumpiano y el apetito insaciable por las drogas.