La primera mujer en obtener un título como arquitecta.
En su texto “El último día de Ruth Rivera”, Salomón Laiter comenta que tuvo la oportunidad de visitar a la artista en la habitación 603 de la Unidad de Oncología del Centro Médico Nacional. Ruth había creado una atmósfera escenográfica de un ambiente lóbrego y macabro. Lo recibió de espaldas, con los ojos delineados y con la trenza enorme y negra que la caracterizaba. Sobre la mesa de noche, “había colocado un retrato de Diego con un fondo de alcatraces pintados y con la dedicatoria al margen: para mi única novia, Rut (sic), que también es mi hija. Con todo mi amor”. Conversaron de varios temas, mientras ella brindaba con jugo de naranja “para hacer más amena la charla”. Fue el último día de su vida.
Revisando la historia de la arquitectura mexicana, es tangible y alarmante la ausencia y protagonismo de las mujeres en este medio. Las grandes obras arquitectónicas del país se deben a hombres y nombres. A diferencia de nuestros días, las mujeres que se encontraban en este gremio se podían contar con los dedos de las manos. Sin embargo, y a pesar de ello destacan figuras tan significativas como Ruth Rivera Marín, hija de los artistas Diego y Guadalupe, de quienes, sin duda alguna abrevo el “pensamiento liberal” y nacionalista que la caracterizó. Lupe Rivera, hermana de Ruth, declaró que su padre solía decir: “una mujer no puede ser libre si no se mantiene a sí misma y para eso teníamos que estudiar. Cuando mi hermana y yo éramos niñas, nos vestían de overol con una camisita azul marino con puntos blancos, un paliacatito y zapatos mineros. Nos regalaban mecanos y materiales para construir cosas. Éramos como obreritas. Mi madre no decía nada al respecto, a ella tampoco le interesaba lo femenino”. Con estas formas, Ruth inició la inmersión de su vida en el mundo del arte. Desde 1946, su amor por la pintura y la literatura la llevaron a desarrollar una vocación natural por la docencia, impartiendo clases en las escuelas de Bellas Artes.
Para 1950, Ruth se convirtió en la primera mujer en obtener un título como arquitecta en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional. Ya como profesional de la arquitectura, dedicó sus esfuerzos a “promover e impulsar proyectos que dieron reconocimiento a la construcción en México. Pocos años después se convirtió en Jefa del Departamento de Arquitectura y Miembro del Consejo Técnico del INBA, desempeñando un papel fundamental en la protección y difusión del patrimonio artístico nacional”, materia en la que fue pionera, colaborando, por ejemplo, en la creación del proyecto de ley para la conservación de la ciudad de Dolores Hidalgo, Guanajuato y su decreto para convertirla en monumento histórico”.
En 1961 participó en la proyección del Centro Médico Nacional y dos años más tarde, al lado de Pedro Ramírez Vázquez, en el Museo de Arte Moderno. El propio Ramírez comentó sobre ello: “del Museo de Arte Moderno ella hizo el proyecto arquitectónico, y en el de Antropología ella llevó a los artistas que trabajaron allí. Es difícil decir en qué trabajó conmigo: siempre lo hicimos todo juntos”. Para 1968, junto con Vladimir Kaspé organizó el Primer Encuentro Mundial de Jóvenes Arquitectos con la finalidad de promover el oficio entre las nuevas generaciones.
Tuvo una participación destacada a nivel nacional e internacional como miembro en instituciones artísticas y educativas como “el Colegio de Arquitectos de México, la Sociedad de Arquitectos Mexicanos, la Asociación Mexicana de Críticos de Arte, el ICOMOS, el Subcomité de Museos de la UNESCO”, entre otros.
Aunque sus obras materiales fueron pocas, Ruth Rivera tuvo un lugar preponderante como divulgadora de la materia, dejando una herencia escrita invaluable destacando, por supuesto, en su participación del proyecto editorial, Cuadernos de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico. Con ello logró crear una publicación especializada sobre arquitectura, independiente de los ya existentes Cuadernos de Bellas Artes. “En lo profesional rechazó el ´internacionalismo´ y la repetición e imitación de la cultura europea ajenas a las necesidades del pueblo y la geografía, en defensa de una arquitectura plural atenta a los factores culturales y a las circunstancias”. Una de sus obras arquitectónicas más relevantes, la llevó a cabo entre 1945 y 1957 con Diego Rivera y Juan O’Gorman, el Museo Anahuacalli en Coyoacán. Ruth murió a los 42 años en 1969, habiendo dejado pendiente el proyecto del Museo de Casa Estudio Diego Rivera en Guanajuato. Sobre esta obra, aquél, su último día en la habitación del Centro Médico, le dijo a Salomón Latier, como un epitafio: “Esa obra debe decir: Diego nace como cóndor entre el Cerro de las Comadres y por Cantarranas, en Guanajuato. De la fantasía popular de la Presa de la Olla, nacen las lagartijas, ranas y sabandijas que adornan el traje de su mural del Hotel del prado. Como cóndor abandona las alturas para emigrar”.