sábado 18 mayo, 2024
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IVONNE MELGAR

«ELLAS EN EL RETROVISOR»: Ciudad Mujer, la lección salvadoreña

Fortalecen en El Salvador la política femenina.

Formados en el lugar común de que las políticas públicas son hijas de las instrucciones de organismos multilaterales al servicio del gran capital, este lunes 22 de agosto disfruté el caso de un camino contrario.

 

Se trata de la difusión exitosa a nivel latinoamericano del modelo Ciudad Mujer, diseñado en El Salvador durante el gobierno de Mauricio Funes y convertido ahora en una plataforma de Estado con el reconocimiento del 90% de la población.

 

El encuentro de legisladores, activistas del enfoque de género y funcionarios, ocurrió en el Senado de la República, a convocatoria de la senadora independiente Martha Tagle y del Instituto de Justicia y Derechos Humanos que encabeza la feminista Patricia Olamendi.

 

La presentación de la experiencia corrió a cargo de una de las autoras del modelo, la subsecretaria de Inclusión Social del gobierno salvadoreño, Guadalupe de Espinoza, integrante del equipo de Vanda Pignato, quien como esposa de Funes consiguió que el poder presidencial se sumara a concretar su idea.

 

De entrada ese antecedente deja para México y el mundo una lección: las primeras damas, como seguimos llamando a las cónyuges de los jefes de Estado y de gobierno, sí pueden aportar algo más que declaraciones en favor de los niños o fotografías de portada para revistas del corazón.

 

Vanda Pignato, con vida política propia desde su natal Brasil, mujer de izquierda y feminista, logró en el llamado Pulgarcito de América –-como bautizó el poeta Roque Dalton a El Salvador—una hazaña institucional: que los incentivos de la administración pública se alinearan en torno de Ciudad Mujer.

 

Como titular del Ministerio de Inclusión Social, la entonces esposa de Funes –porque luego vendría un divorcio y un cáncer que ahora está logrando vencer— armó esta plataforma que suma en un solo espacio diversas intervenciones para el fortalecimiento de las capacidades productivas y políticas de la población femenina.

 

Rosario Robles tomó parte del modelo salvadoreño al diseñar desde la Sedesol la Ciudad Mujer en la Montaña de Guerrero, Michoacán y Estado de México.

 

Y, a raíz de la exposición de la subsecretaria Espinoza en nuestra Cámara Alta, se abrieron las puertas para tomar el ejemplo en la Ciudad de México.

 

Fue el propio José Ramón Amieva, secretario de Desarrollo Social de la CDMX, quien ahí mismo, al calor de la emoción del encuentro con la experiencia salvadoreña, anunció que de inmediato comenzaría a preparar un memorándum de entendimiento para la colaboración bilateral. Ya que se trata de uno de los hombres más cercanos al jefe de gobierno, Miguel Mancera, la promesa del funcionario sonó bastante convincente.

 

Y no es para menos cuando observamos que un país con tantas necesidades como El Salvador ha conseguido involucrar a todos sus actores económicos y políticos, niveles de gobierno y poderes –legislativo y judicial también— en una estrategia destinada a empoderar a las mujeres.

 

También la senadora del PRI, Cristina Díaz, presidenta de la Comisión de Gobernación, compartió en el encuentro su expectativa de seguir el ejemplo salvadoreño para articular en México una política de Estado que englobe todas las acciones a favor de las mujeres.

 

Los datos dados a conocer por la subsecretaria visitante muestran que sí es posible construir desde las políticas públicas condiciones que propicien la autonomía económica, física y política de las ciudadanas.

 

Y es justo ese término, el de ciudadanas, el que habría garantizado el éxito de Ciudad Mujer, donde se ofrecen servicios de salud reproductiva, capacitación para emprender negocios propios y microcréditos.

 

El punto resulta fundamental para entender por qué un país como México, teniendo las políticas públicas, las organizaciones ciudadanas y la inteligencia para la operación de estrategias sociales aún no logra resultados significativos en este terreno.

 

¿Cómo consiguieron que Ciudad Mujer no quedara en manos del clientelismo político? ¿De verdad funcionan al margen de los cálculos electorales del partido en el poder (leáse el FMLN)? Esa fue la pregunta que tuve la oportunidad de hacerle a la subsecretaria salvadoreña.

 

Su respuesta me permitió entender por qué esa política que involucra a todos las dependencias ha logrado frenar el embarazo adolescente, involucrar a miles de mujeres en cadenas productivas y que el 90% de la población salvadoreña se diga satisfecha con Ciudad Mujer.

 

Guadalupe de Espinoza contó que desde el principio del programa marcó distancia con cualquier militancia, acto y logo partidista, al grado de cuidar que los colores de la plataforma nada tuvieran que ver con la fuerza de izquierda que es el FMLN. El cuidado de no contaminar la estrategia con prácticas clientelares incluyó la prohibición de sus funcionarias a acudir a eventos partidistas como representantes de Ciudad Mujer.

 

Consecuentemente, esta plataforma con acento en la erradicación de la discriminación y la violencia hacia las mujeres se convirtió en un insumo de política pública de alcaldías gobernadas por la derecha y el centro.

 

“Ciudad Mujer ha sido fundamental para el ejercicio de la ciudadanía de las salvadoreñas”, planteó la subsecretaria, al subrayar la relevancia de ese fin por encima de propósitos partidistas.

 

Esa es una lección clave para México, donde los programas sociales siguen siendo rehenes del uso clientelar.

 

Pero hay una enseñanza mayor que deja esta experiencia salvadoreña fundada en 2011, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo, y que acumula ya un millón 200 mil mujeres atendidas con casi tres y medio millones de servicios. Se trata de la capacidad del equipo que concretó este proyecto para no quedar en medio de las diferencias, rivalidades y grillas de las organizaciones no gubernamentales que acompañan los esfuerzos institucionales.

 

Se dice fácil, pero ese, pienso, es uno de los vicios mayores de las feministas mexicanas: la competencia por el protagonismo y, hay que decirlo, por el dinero, por los fondos para los programas.

 

De manera que esa fue mi segunda pregunta para Guadalupe de Espinoza. ¿Cómo le hicieron para no naufragar entre los egos de las organizaciones feministas? “Trabajamos como un equipo compacto”, respondió ella.

 

Y explicó que ese cierre interno de filas les permitió colocarse por encima de las diferencias de las ONG y tener el margen de negociación para construir acuerdos en torno a los fines comunes.

 

Por el testimonio compartido por Patricia Olamendi, quien fue representante de la ONUMUJERES en Centro América, el liderazgo y la visión de Vanda Pignato resultaron definitorias en un modelo que rompe con la idea de que el enfoque de género es una imposición de fuerzas externas.

 

Porque en El Salvador la plataforma Ciudad Mujer es la síntesis institucional del movimiento feminista y su capacidad de construir políticas e instituciones.

 

 

 

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