Tienen que soportar aterrorizados la irrupción de hombres, quienes a punta de pistola; o se llevan al paciente o los rematan.
Hay testimonios que estrujan el corazón. Fue el caso de N. S, médico de Acapulco, quien narraba en un noticiero de radio, casi con desesperación; el terror que implica para este sector, atender a los heridos de bala en municipios afectados por la violencia del crimen organizado.
Además de enfrentar la emergencia médica, tienen que soportar aterrorizados la irrupción de hombres, quienes a punta de pistola; o se llevan al paciente o los rematan. Y ellos inertes ante la situación o en peores casos hasta con el riesgo de perder la propia vida.
Cuarenta segundos de escuchar de narración bastaron para sentir una especie de latigazo en el cuerpo y tratar de entender lo que significa para miles de personas en este país, vivir bajo la amenaza del crimen. Son las víctimas colaterales del clima de violencia. No son policías, no son soldados, no son criminales. Son gente común y corriente. Son médicos, enfermeras, gente dedicada a atender la salud de la población. Son hombres y mujeres que hicieron un juramento ante Hipócrates para no discriminar a la hora de hacerle frente a la enfermedad, al dolor, a las heridas de un ser humano.
Cuando una persona herida de bala les llega a sus manos, no se preguntan por qué y quién lo hizo. Atenderla de inmediato, salvarle la vida paradójicamente también los pone vulnerables de perderla. Qué ironía tan terrible. Porque no sólo se trata de vivir en la zozobra por los secuestros, la extorsión, las balaceras. No. Es el riesgo de tener una profesión que los coloca, paradójicamente, cerca de la muerte.
Y ahora son los médicos de Acapulco, el municipio que ocupa el número uno en la estadística de los más inseguros y violentos. En días pasados fueron los médicos del sur del estado de Veracruz. Se tuvieron que movilizar en las calles, hacer paro de labores no urgentes para llamar la atención del país. Y han sido los médicos de Nuevo León, Tamaulipas, Michoacán, Chihuahua. Son sólo un sector de los muchos que se ven afectados donde el crimen organizado pone su sello. Donde ya no saben a quién temerle. Donde si se venden tamales, se tiene una empresa o si se es maestro, periodista o no se tenga nada, los pone a merced de las balas.
El S.O.S de los médicos de Acapulco es un grito que lastima, indigna y también requiere atención. Es una emergencia.