Por. Boris Berenzon Gorn
La figura de las brujas ha capturado la imaginación colectiva a lo largo de la historia, simbolizando tanto el temor como el poder que las mujeres pueden ejercer en la sociedad. Hablar de brujas no solo implica explorar mitos y leyendas, sino también entender cómo estas representaciones reflejan las dinámicas de género, el control social y la lucha por la autonomía. En un mundo contemporáneo que busca revalorizar las voces y las historias de mujeres a lo largo del tiempo, el análisis de la figura de la bruja se vuelve esencial para desentrañar los estereotipos y las narrativas que han moldeado nuestra percepción del poder femenino. Así, al reivindicar a las brujas, no solo celebramos su legado, sino que también invitamos a reflexionar sobre el papel de las mujeres en la historia y la cultura.
Las brujas son figuras fascinantes que transitan entre la realidad y el mito. Son símbolos de belleza, sensualidad y poder, cuya existencia ha sido objeto de persecución y desprecio a lo largo de la historia. Muchas mujeres sufrieron acusaciones infundadas y, en muchos casos, la ejecución. Como bien dijo la poeta Alejandra Pizarnik: “Soy una bruja de la noche, un eco en la oscuridad.” Este estereotipo ha encontrado su lugar en el imaginario social, apareciendo en mitos, leyendas y una diversidad de expresiones culturales que abarcan tanto la tradición oral como la escrita. La caza de brujas se convirtió en un control social, donde la figura de la bruja representaba no solo a una mujer que desafiaba las normas establecidas, sino también a un grupo sobre el cual se proyectaban los miedos y ansiedades de la sociedad.
El prototipo de la bruja ha sido reinterpretado a lo largo de los siglos. Desde las antiguas tradiciones orales hasta la literatura contemporánea, este recorrido cultural muestra cómo su figura ha cambiado, transformándose en un icono que refleja no solo el miedo, sino también la fascinación y el empoderamiento. Las brujas son leyendas que, como dice el poema de Emily Dickinson, “No hay lugar como el hogar,” son un símbolo de pertenencia a lo oculto, de lo que se siente en el corazón.
Las brujas emergen en un amplio espectro de expresiones culturales, desde tradiciones populares hasta el cine y la televisión, reflejando una rica dualidad en su representación. En distintas culturas, pueden ser vistas como figuras ignominiosas, poseedoras de poderes tenebrosos, o como sabias curanderas que utilizan su conocimiento de la naturaleza para ayudar a sus comunidades. Esta complejidad del arquetipo revela cómo, a lo largo de la historia, las brujas han evocado tanto temor como admiración. Como decía William Shakespeare, “Tienes brujería en tus labios”, lo que sugiere que la magia está intrínsecamente ligada a la expresión y la sabiduría. El caldero, símbolo de transformación, representa el lugar donde la magia se mezcla, dando vida a nuevas posibilidades, mientras que la intuición se manifiesta como una habilidad esencial que permite a las brujas tomar decisiones acertadas en momentos cruciales.
A medida que la percepción de la comunidad y la identidad ha avanzado, también lo ha hecho la figura de la bruja. En un mundo cada vez más interconectado y diverso, la bruja ya no solo simboliza la marginalidad o el miedo, sino que también encarna la resistencia y la sabiduría colectiva. Las comunidades han comenzado a revalorizar las tradiciones que estas figuras representan, integrando sus conocimientos en el ámbito de la sanación y la espiritualidad. Así, la bruja se convierte en un símbolo de empoderamiento, reflejando el deseo de las personas de reconectar con sus raíces y redescubrir la magia que reside en la naturaleza y en las relaciones humanas. En este nuevo contexto, la identidad se entrelaza con el respeto hacia lo ancestral, dando a las brujas un lugar renovado en la narrativa cultural contemporánea.
En muchas narraciones modernas, las brujas se han convertido en símbolos de resistencia, especialmente en un contexto donde las mujeres han luchado por su voz y autonomía. Al reivindicar la figura de la bruja, se desafían las normas patriarcales y se celebra la fuerza femenina, permitiendo que las nuevas generaciones reinterpreten su legado en un marco de empoderamiento. “Las brujas no están muertas,” nos recuerda la escritora Silvia Moreno-Garcia, “sino que viven en cada mujer que se atreve a ser diferente.”
Las brujas emergen en un amplio espectro de expresiones culturales, desde las tradiciones populares hasta el cine y la televisión. Su representación varía notablemente en distintas culturas: pueden ser vistas como figuras ignominiosas, poseedoras de poderes tenebrosos, o como sabias curanderas y sanadoras que utilizan su conocimiento de la naturaleza para ayudar a sus comunidades. Esta dualidad revela la complejidad del arquetipo, capaz de evocar tanto temor como admiración.
Ray Bradbury decía que: “Una bruja nace de las verdaderas hambres de su tiempo” lo que sugiere que su figura está profundamente conectada con las necesidades y deseos de la sociedad. Además, la brujería es una búsqueda intelectual que resulta en una reacción espiritual y física, lo que explica su sentido de comunidad y la importancia de compartir conocimientos y experiencias. El caldero es el símbolo de la transformación, donde la magia se mezcla y da vida a nuevas posibilidades. La intuición, por su parte, es una habilidad fundamental en el camino de una bruja, pues le permite tomar decisiones acertadas en momentos clave.
La historia de las mentalidades y la historia cultural se cruzan de manera fascinante a través de las leyendas y cuentos para niños, los cuales están repletos de signos y símbolos que reflejan las representaciones de su época. Robert Darnton ha ilustrado de manera magistral cómo estos relatos no solo son relatos o leyendas, son carruajes de valores y creencias, enriqueciendo nuestra comprensión de figuras como las brujas en el imaginario colectivo. Estos relatos, cargados de significados, ofrecen una ventana a las inquietudes y anhelos de las sociedades que los crearon, revelando así un profundo contexto cultural.
La Historia cultural se centra en la intimidad de los sujetos de la historia abarcando todo lo que aprendemos desde el nacimiento, en contraste con lo que es innato. Esto incluye las historias de dolor, sexo y placeres corporales, que, al igual que las leyendas, nos ayudan a entender cómo se han construido las percepciones y actitudes a lo largo del tiempo. A través de este enfoque, podemos apreciar cómo los discursos y los símbolos que perduran en nuestra cultura nos enseñan sobre las dinámicas sociales y emocionales que nos moldean, creando un rica cortina de experiencia humana.
Durante el siglo XVI, las principales religiones y la Santa Inquisición desempeñaron un papel crucial en la demonización de las brujas, especialmente a través de obras como el Malleus Maleficarum, un tratado que ofrecía directrices para identificarlas y perseguirlas. En ese periodo, el miedo y la superstición dominaron la sociedad europea, condenando a mujeres que, en muchos casos, eran defensoras de prácticas ancestrales vinculadas a la naturaleza y la sanación. La brujería no era solo un fenómeno local, sino un reflejo de la lucha de poder entre la nueva religión y las creencias paganas que persistían en las comunidades. ¿Quién juega hoy en día el papel de inquisidores? Quizá la respuesta se encuentra en el mundo digital, donde duendes y demonios operan a través del “se dice”, un rumor que impacta y socava la autoestima de los participantes.
En México, la figura de la bruja tiene un trasfondo cultural rico y diverso. La brujería se ha manifestado de diversas formas, fusionando creencias de los pueblos originarios y afromexicanos y elementos del catolicismo. Las mujeres que practicaban la curandería, a menudo asociadas con la brujería, desempeñaron un papel vital en la comunidad como sanadoras y guardianas del conocimiento ancestral. En este contexto, “la luna es una amante”, como dice la canción La Bruja de La Sonora Santanera, reafirmando el vínculo entre lo sagrado y lo mundano.
En muchas regiones, las brujas son vistas no solo como figuras temibles, sino también como símbolos de poder y sabiduría. En festividades como el Día de Muertos, las prácticas relacionadas con lo sobrenatural celebran una conexión con los ancestros y el mundo espiritual, revalorizando la muerte y lo oculto. Así, la brujería en México no se reduce a la noción de maldad; es una manifestación cultural que busca entender la vida y la muerte, lo tangible y lo etéreo.
Desde una perspectiva cultural, el análisis de la figura de la bruja permite comprender cómo las sociedades han construido y deconstruido narrativas sobre el poder femenino. En muchas culturas, la bruja ha sido un símbolo de la sabiduría femenina, y su demonización puede interpretarse como un intento de controlar y silenciar a las mujeres que desafiaban las normas establecidas.
El psicoanálisis ofrece herramientas para explorar el simbolismo de la bruja en el inconsciente colectivo. Freud y Jung han señalado cómo los arquetipos se manifiestan en las historias y mitos, revelando tensiones entre la luz y la oscuridad, la razón y la locura. La figura de la bruja puede representar tanto el miedo a la feminidad como el poder que esta conlleva. A través del tiempo, han sido vistas como figuras de deseo y, a su vez, de peligro, encapsulando una dualidad que resuena en la psique colectiva. Se piensa en símbolos y se suena en imaginarios
A pesar de la historia oscura que rodea a las brujas, su legado persiste en la cultura contemporánea. Hoy, las brujas han sido reimaginadas como símbolos de empoderamiento y resistencia. Celebraciones como Halloween han convertido a las brujas en personajes centrales de la cultura popular, aunque a menudo se les despoja de su contexto histórico. Vale la pena recordar que detrás de la mitología, estas mujeres eran personas reales, con historias a menudo distorsionadas, que fueron objeto de miedo y violencia.
El rescate de la figura de la bruja, tanto en México como en otras partes del mundo, se convierte en una forma de reivindicar la historia de las mujeres perseguidas y cuyas vidas fueron truncadas por una incomprensión atroz. En lugar de ser objeto de temor, las brujas pueden ser vistas como vigilantes del conocimiento ancestral y un lazo profundo con la naturaleza. Este proceso de reivindicación invita a debatir las narrativas hegemónicas y a revalorizar lo que ha sido injustamente despreciado. La figura de la bruja también se explora como un símbolo de identidad, especialmente en un mundo que valora la diversidad y el vínculo con las raíces culturales.
El elogio a las brujas no solo celebra su figura mítica, sino que también rinde homenaje a las mujeres que desafiaron las normas sociales de su tiempo. Al reivindicar su legado, transformamos un símbolo de opresión en uno de libertad y sabiduría. “Mujer que sabe, es una mujer que puede,” se dice, y las brujas, en su complejidad, nos invitan a reconocer y valorar las tradiciones y creencias que han sido marginalizadas a lo largo de la historia. En esta era de descontento y búsqueda de autenticidad, el legado de las brujas sigue vivo, recordándonos la importancia de rescatar y celebrar nuestras raíces, así como de desafiar las limitaciones impuestas por las estructuras de poder.