Por. Bárbara Lejtik
Mucho se habla del Día Internacional de la Mujer, cada vez más el 8 de marzo es visto como un día no de celebración y flores, sino como un día de protesta y gritos.
Desde tiempos inmemorables las mujeres hemos tenido que luchar para ganar derechos y espacios en la sociedad, y por increíble que parezca ahora por el derecho a vivir; además a ser libres, a tener educación, a votar, salir a la calle, competir en el deporte, participar en la política, trabajar, tener o no los hijos que decidamos, usar anticonceptivos, decidir sobre nuestros cuerpos, terminar una relación y usar pantalones entre otras muchísimas cosas.
A veces con huelgas de hambre, huelgas sexuales, marchas, manifestaciones, convenios, firmas, etc…
Hay muchas batallas pendientes aún.
Parecería o podríamos pensar que a estas alturas la lucha está ganada, pero nada más lejos de la realidad.
Las mujeres, a pesar de haber demostrado capacidad y talento en todos los campos aún no podemos salir tranquilas a la calle, no podemos usar la ropa que queramos y no podemos saber si regresaremos o no vivas a nuestras casas.
Las mujeres seguimos siendo el blanco perfecto de auténticos depredadores que en este siglo, siguen creyendo que pueden atacar, lastimar, quemar, acosar, violar e incluso terminar con la vida de una mujer simplemente por eso, porque es mujer.
Las mujeres de los cinco continentes que a veces estamos separadas por fronteras, diferencias étnicas, lingüísticas, culturales, ideológicas, religiosas, económicas y políticas, unimos el 8 de marzo nuestras voces en un sólo pedimento:
¡Respeto!
Cada año salimos a la calle a manifestarnos por nosotras mismas, por las que ya no lo pueden hacer por haber tenido la desgracia de ser víctimas de la violencia de género, por las siguientes generaciones e incluso por las que no comparten nuestra indignación y señalan nuestra lucha como una exageración y una falta de respeto a calles y monumentos.
Nos llaman “feminazis” y estoy segura que es por ignorancia, porque nada hay más opuesto que uno de los movimientos de odio racial más terrible de la historia con una lucha por pedirle al resto de la humanidad que nos vea, nos cuide, nos respete y nos valore.
Las formas de violencia son infinitas y me atrevo a asegurar que todas las mujeres las hemos sufrido alguna vez, incluso aunque nos hayan hecho creer en su momento que era normal o peor aún que era nuestra culpa.
Acoso, burla, invalidación, invisibilidad, agresión, violencia física, verbal, laboral, sexual, psicología, doméstica.
Esta es una lucha de mujeres por mujeres y de hombres que entienden que igual que ellos tenemos derecho a vivir libres y en la forma que mejor nos parezca y no es sólo en contra del sexo masculino, es en contra de toda aquella persona que cree que por ser mujeres no tenemos derecho a exigir, ejercer y existir.
Este 8 de marzo saldremos otra vez a las calles, madres e hijas, amigas, colectivos, familiares de víctimas, organizaciones civiles a pedir justicia y respeto.
No es una invitación a destruir ni a violentar, es una petición urgente de justicia, de cese a la desigualdad y la violencia.
Ojalá que llegue un año en el que ya no tengamos que vestirnos de morado y hacer letreros, gritar consignas, cantar canciones, mostrar cifras y fotos.
Ojalá que llegue el momento en que el Día de la Mujer vuelva a ser un romántico pretexto para celebrar la vida y no la muerte.
Un homenaje y no un recuerdo de la tragedia.
Una flor en el pelo y no una flor en una tumba más o frente al nombre de otra desaparecida.