Por. Gerardo Galarza
No es la primera y seguramente no será la última vez que el actual presidente de la República presuma como logro de su gobierno lo que en realidad se trata de un gran fracaso de México como país, el de hoy y el de antes: el incremento récord en el envío de remesas de mexicanos trabajadores, indocumentados o legales, en Estados Unidos.
En su tercer informe oficial de gobierno, Andrés Manuel López Obrador afirmó que las remesas “han crecido como nunca las aportaciones que realizan nuestros paisanos migrantes a sus familiares en México. El año pasado las remesas se elevaron a 40 mil 600 millones de dólares y en este año estimamos, de acuerdo al comportamiento hasta el día de hoy, que superarán los 48 mil millones de dólares, es decir, 18% más“, presumió.
Sin necesidad de ser economistas, quienes nacimos y vivimos en regiones expulsoras de migrantes (“mojados” se les llamaba acá) sabemos que nuestros parientes, amigos y conocidos se iban (van) “al Norte” porque aquí no encuentran empleo, en la mayoría de los casos, o porque los empleos que se les ofrecen no les alcanzan para sus familias, o en busca de un mejor nivel de vida y también algunos aventureros. Pero, irse a Estados Unidos era la última opción en la mayoría de los casos.
El candidato López Obrador lo sabía: “No es posible que los migrantes mantengan regiones de México con sus remesas. Ahora resulta que quienes se fueron por no aguantar lo que aquí tenían son los que hagan caminar al país”, escribió en un tuit en el 2016, cuando el gobierno de Enrique Peña Nieto informó sobre el monto de las remesas ese año. Ya lo olvidó, así le conviene.
Los mexicanos comunes saben que gastar dinero beneficia a la economía. El dinero debe circular, -rodar, por eso es redondo, decían los viejos-, se debe gastar para que produzca beneficios colectivos. En las regiones de migrantes sabemos que cuando llega el dinero del Norte, la familias beneficiadas pagan a sus acreedores, compran en los diversos comercios, invierten en sus casas o en sus tierras, ahorran; le apuestan al presente y al futuro, activan la economía de la región.
De acuerdo con las estadísticas disponibles (2019) hay unos 36 millones de personas en Estados Unidos de origen mexicano, el 63% de los latinos, entre legales e ilegales y unos 12 millones eran migrantes. De todos ellos provienen la remesas, obtenidas la mayoría en trabajos que (Fox dixit) ni los negros aceptan, pero necesarios para las economías de dos países. Sí, la economía de Estados Unidos también se beneficia con el trabajo de los migrantes, incluidos los centroamericanos y caribeños a quienes hoy se reprime en la nueva frontera estadunidense: Chiapas.
Acá en zona de migrantes, presumir el récord de remesas como un logro gubernamental se llama “saludar con sombrero ajeno”. Tal vez los economistas al servicio del señor presidente de la República encuentren mejores conceptos o consideren ya las remesas como parte de Inversión Extranjera Directa; no, de acuerdo, pero ¿qué tal Inversión Extranjera Indirecta? ¿A poco no sería un éxito inventar nuevos conceptos? En realidad, lo que tratan es de “normalizar”- como se dice hoy en lenguaje incluyente, inclusivo, políticamente correcto o simplemente estúpido- el envío de remesas como un éxito de la economía nacional, que expulsó a los migrantes.