Sra. Aracely:
Luego de dos años y cinco meses de litigios, el calvario por la muerte de Lesvy en Ciudad Universitaria llegó a su fin el viernes pasado.
Imagino la tortura que inició para su familia el 3 de mayo de 2017, cuando el cuerpo de su hija de apenas 22 años fue hallado colgado del cuello en una caseta telefónica, al interior de Ciudad Universitaria; y las autoridades se apresuraron a declarar que el consumo de drogas, el alcoholismo, la inestabilidad laboral y la deserción escolar eran algunas de las explicaciones en torno al “suicidio” de Lesvy.
Usted, desde un principio, sostuvo que en esa madrugada del 3 de mayo de 2017 Lesvy fue privada de la vida por Jorge Luis y no fue un suicidio, como se pretendió hacer creer entonces.
Pero tuvo que hacer presión en las calles y en los tribunales para que hubiera justicia y el asesino pagara por lo que hizo ese día.
Hoy, triunfó. Una victoria en medio de la desgracia de un feminicidio. Hoy se constata que lo de Lesvy no fue un suicidio sino un feminicidio, tras una larga historia de violencia que soportó a manos de su pareja. Esa pareja a la que usted encaró y sabiamente dijo en medio del juicio: “el que ama no lastima”.
Desgraciadamente, la historia de Lesvy es una de muchas. Diciembre pasado fue el mes con mayor número de feminicidios: se registraron 97 en todo el país; en julio sumaron 85 casos, de acuerdo con cifras oficiales.
Lo peor es que, si se considera el número total de mujeres que fueron asesinadas, la cifra se elevaría a mil 835 mujeres tan sólo este año; es decir, crece a 7.9 por día. La diferencia responde a que no todas las fiscalías de los estados clasifican la muerte de una mujer como feminicidio (Expansión 06-09-2019).
Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, son las mismas madres, así como usted, quienes han tenido que tomar las calles para exigir justicia. Madres que están cansadas de escuchar en las agencias del Ministerio Público: “su hija se lo buscó”, “tranquila, se fue con el novio”, “usted tiene la culpa, por eso se fue de la casa”…
Hace unas semanas apenas, mujeres encabezaron una marcha en la Ciudad de México para pedir que la muerte de sus hijas no quede impune. El contingente fue encabezado por familiares. Ahí estuvieron la madre, el hijo y la tía de Celene, quien fue asesinada por su esposo en marzo de 2018. Óscar acudió al trabajo de ella, ubicado en Reforma 222, donde le disparó. A la fecha no se ha dictado sentencia.
También al frente estuvo la madre de Fátima, Lorena Gutiérrez, quien pidió justicia por el feminicidio de su hija de 12 años. De igual forma estuvo Sandra Soto, hermana de Serymar, asesinada por su prometido en 2017.
Desgraciadamente para estas madres no ha habido muchas esperanzas. En palabras de la directora de la organización Equis Justicia, Ana Pecova, el 93 por ciento de todos los delitos en México queda sin resolverse. “En violaciones, sólo en el 11 por ciento de los casos se abre una carpeta de investigación y de esto, sólo el 2.4 por ciento resulta en alguna sentencia” (El País 19-08-2019) .
Hoy se celebra la justicia para Lesvy, en una muerte que no debió ser. Una batalla que ninguna madre tiene que dar, pues corresponde al Estado garantizarnos seguridad y justicia. Hoy tenemos una victoria incompleta.
No podemos festejar mientras miles de madres inviertan su vida en encontrar a sus hijas, rogando en ministerios públicos por justicia, buscando en fosas o tras cualquier indicio que pueda resolver la muerte o desaparición de sus hijas.
No podremos festejar mientras las instancias gubernamentales privilegien más el cubrir números y evitar el desgaste político que proteger nuestras vidas. No nos estamos muriendo: nos están matando. No son suicidios: son feminicidios.