Ahora que aparecen por generación espontánea una gran cantidad de especialistas sobre la relación México-Estados Unidos, específicamente sobre las dinámicas migratorias y comerciales, es necesario hacer un alto ante la gran cantidad de información que emana de la comentocracia y de los medios masivos de comunicación (incluidas las redes sociales) para entender, desde una perspectiva integral, qué sucedió el viernes pasado cuando los equipos de negociación de México y Estados Unidos alcanzaron un acuerdo para que no entraran los aranceles extraordinarios del 5 por ciento a los productos mexicanos que se exportan los Estados Unidos.
La relación bilateral entre México y Estados Unidos es compleja y no se le puede encasillar en un par de temas, sin embargo, la coyuntura nos jugó una mala pasada. En materia comercial, si bien es cierto, había la necesidad de modernizar el TLCAN (hoy T-MEC) en ese doloroso proceso podemos encontrar las bases de la debilidad de México al haber aceptado los cambios que, a mi juicio, impactarán negativamente a México. Las reglas de origen, la durabilidad del Acuerdo y las reformas, entre ellas la laboral, fueron concesiones que nos costarían muy caro. La nueva naturaleza del T-MEC obligó a México a realizar cambios que de no haber sido por las demandas de Trump, nunca se habrían visto materializadas. Se cedió soberanía, punto. Por lo tanto, no nos extrañe que esto vuelva a suceder cuando nos enfrentamos a una estrategia de negociación de suma cero y del dilema del prisionero por parte de los estadunidenses. La prueba está a la vista de todos: Trump sigue amenazando con implementar los aranceles si en un plazo de 45 días no cumplimos lo acordado.
Probablemente este trago amargo se pudo haber evitado si se hubiese integrado un mapa de riesgos, ante el cambio de nuestra política migratoria que pasó de un sistema restrictivo, a una de brazos abiertos de los migrantes bajo la consigna de respetar sus derechos humanos. Está política no fue una coincidencia y/o ocurrencia. Hay una correlación de ella con la firma por parte de México del Pacto Mundial sobre la Migración durante la cumbre del mismo nombre que convocó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) del 10 al 11 de diciembre, del 2018 en la Ciudad de Marrakech, Marruecos. Las obligaciones de los países firmantes establecen que los Estados deben de garantizar una migración “segura, ordenada y regular a través de 23 grandes objetivos” (ONU, 2018). El Pacto no tiene un carácter de vinculante, es decir, los Estados no están obligados a cumplirlo, de hecho, varios países se han manifestado en que no les será posible alcanzar los objetivos planteados. Cabe resaltar que los Estados Unidos no firmó el Pacto. Por eso no debe de sorprendernos la discrepancia en esta materia; simple y sencillamente no compartimos la visión de una política integral. Para ellos es retención y para nosotros es desarrollo. Probablemente aquí encontramos el primer punto de quiebre en la materia lo cual se agudizó con el aumento de los flujos migratorios lo que ocasionó un colapso de las capacidades logísticas y de contención de la patrulla fronteriza. El asunto se convirtió rápidamente en un asunto de interés público en los Estados Unidos. Los cálculos nos fallaron. Si la idea era utilizar el capital político acumulado como letra de cambio por esta nueva política migratoria, es decir, negociar con los efectos de una migración masiva ofreciendo a cambio de algo un control de la misma, nos equivocamos, el resultado fue el inverso.
Esto, acompañado de una escasa política de diversificación de nuestras exportaciones y un cambio en el paradigma de la política comercial de los Estados Unidos a nivel global (ejemplo es la guerra comercial con China), pasando de una de libre mercado (liberal) a una restrictiva (conservadora), nos ha puesto en la lona obligándonos a volver a ceder soberanía y dar ventajas a cambio de promesas por parte de Trump que quizá cumpla a medias. Todo dependerá de cómo vaya su campaña, que, dicho sea de paso, arranca formalmente el 18 de junio y de las capacidades de control y ahora administración de los flujos migratorios del gobierno mexicano que tendrá que desembolsar dinero (no presupuestado para este ejercicio fiscal), recursos humanos y acciones gubernamentales para ello. La pregunta final de todos esto es: ¿Teníamos margen de maniobra en la negociación? Probablemente sí, pero muy poco. No olvidemos con quién estamos negociando.