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«ABC-DErechos»: ¿Por qué los catrachos?

 

Los reflectores están en los acontecimientos a partir de la tragedia de Tlahuelilpan, Hidalgo, el desabasto de gasolina y el combate al huachicol. Vaya, estos temas ya son motivo hasta de corridos y narraciones que nutrirán la memoria colectiva. Sin embargo, hay otras tragedias, que al menos por el momento, se encuentran fuera de los reflectores, aunque al concluir 2018 y la primer semana de 2019 estaban en primer lugar de la esfera noticiosa. Es el caso de los éxodos humanitarios o caravanas migrantes.

Como resultado del arribo de la más reciente caravana migrante, el 20 de enero pasado, ante la Delegación ubicada en Chiapas del INM, se habían registrado cuatro mil 799 solicitudes de visitantes por razones humanitarias, de las cuales 790 son de niñas, niños y adolescentes migrantes. De estos, 3,257 son adultas y adultos originarios de Honduras, y 691 menores de 18 años de este mismo país; las personas restantes en orden decreciente pertenecen a El Salvador, Guatemala, Nicaragua, y en menor medida Brasil y Haití con un solicitante cada uno.

¿Por qué considerar a la movilidad humana de centroamericanos y en especial a la hondureña como éxodos humanitarios, por que tienen este tono de tragedia? Sin mucho escarbar encontraremos las claves para entender este fenómeno que parece naturalizarse. A su salida de San Pedro Sula, Honduras, se agrupan primero en cientos y en su trayecto se convierten en miles. Su cuantificación desde octubre de 2018 es un reto complejo ya que a su ingreso a territorio mexicano se dividen por las rutas migratorias tradicionales, incluso se dispersan buscando zonas porosas en la frontera México – Estados Unidos. Una mayoría representativa se concentren en Tijuana, Baja California.

¿Por qué en caravanas que se constituyen en éxodos? Lo cierto, es que como estrategia de autoprotección ante el riesgo de ataques del crimen organizado compuesto por carteles de la droga y trata de personas con fines de explotación sexual y laboral, avanzan en grupos numerosos que reciben apoyo igual de organizaciones de sociedad civil, religiosas, defensores de derechos humanos y autoridades municipales, estatales y federales mexicanas. Su paso no está exento de rechazo y discriminación.

Se cuentan por decenas de infantes, adolescentes, mujeres y hombres que igual caminan en filas a las orillas de las carreteras o que abordan en condiciones de inseguridad vehículos de carga.

¿Pero por qué huir de su país de origen, donde al menos tienen un pequeño comercio o un solar para cultivos de subsistencia? Los recién llegados a México esta semana, hicieron declaraciones lapidarias: En Honduras nos están matando.

Huyen de la pobreza y marginación en un país en el cual la canasta básica al mes tiene un costo superior a 8 mil lempiras, el equivalente a 352 dólares; el salario mínimo mensual es de 7 mil lempiras. Es un país en el cual 69 por ciento de la Población Económicamente Activa se ubica en el sector informal con bajos salarios y sin prestaciones. Y como los males vienen en paquete completo, el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, le ubicó desde 2013 en la posición 120 de la clasificación mundial y en el puesto 30 entre los 33 países latinoamericanos, solamente arriba de Nicaragua, Guatemala y Haití.

Huyen de la violencia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) en su informe sobre la situación mundial de la prevención de la violencia 2014, reportó que la tasa de homicidios era en ese momento de 90.4 asesinatos por cada 100 mil habitantes; 77.9 por ciento ocurrieron con arma de fuego. En el ranking de violencia, Honduras tienen lugar destacado.

Organizaciones de sociedad civil, organismos internacionales de defensa de los derechos humanos en Honduras calculan que en 2014, se encontraban 174 mil personas en situación de desplazamiento interno forzado por la violencia provocada por las pandillas, maras 13 y 18, así como narcotraficantes y menudistas de drogas. Fenómenos de los cuales no se encuentran exentos Guatemala y El Salvador –naciones con las que forma el llamado Triángulo Norte centroamericano–.

La movilidad humana es natural e histórica y no un fenómeno exclusivo de una época. De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el número de migrantes en el mundo se duplicó entre 1965 y 2000, al pasar de 75 a 150 millones. Para 2002, la División de Población de la ONU estimó que 185 millones de personas viven fuera de su país de origen. Nunca antes en la historia de la humanidad un número tan amplio de personas había cruzado las fronteras nacionales.

Pero una es la migración como acción voluntaria y otra la que es resultado del desplazamiento forzado.

La OIM define como flujos migratorios mixtos a las movilizaciones humanas con presencia de solicitantes de asilo, por motivos políticos y económicos, víctimas de trata, niños, niñas y adolescentes no acompañados, víctimas de violencia criminal y bélica.

Las causas de la migración contemporánea se han diversificado; sin embargo, los Estados expulsores no están preparados para ofrecer alternativas y protección con enfoque en derechos humanos en aras de mantener el arraigo de su población. Los Estados de tránsito y destino carecen de políticas públicas de atención a largo plazo. En tanto, la movilidad humana persiste y, en los días recientes, en nuestro país está marcada por una incontable presencia de hondureños.

Sólo como breviario: les dicen migrantes, negros, garífunas, hodureños y, por temor hasta los llaman “maras”. A ellas y ellos les gusta les llamen “catracho y catracha”, y eso es motivo de orgullo, ensalza su valentía ante la adversidad. Se desprende de un proceso histórico y un juego de palabras. Florencio Xatruch, fue un valiente hondureño quien desde 1856, con huestes raquíticas de su país, Guatemala y El Salvador, mantuvo a raya y llevó al paredón al filibustero estadunidense William Walker. Así frustró las embestidas sajonas por hacerse del territorio de Nicaragua y afianzar su predominio en Centroamérica. Sea pues, ¡catrachos!

 

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