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«SALA DE ESPERA»: ¿Vacíos?

Por GERARDO GALARZA

En política los vacíos no existen. Eso es lugar común. Urbi et orbi, según algunos exquisitos o fifís, como se impone ahora.

Y es de agradecerse, por el bien de todos lo mexicanos, que luego de las elecciones del 1 de julio no haya habido vacíos políticos. El agradecimiento debe ser extensivo, en orden de aparición, al candidato perdedor José Antonio Meade; a otro candidato perdedor, Ricardo Anaya; al INE y su presidente Lorenzo Córdova; al presidente de la República, Enrique Peña Nieto, y al candidato presidencial triunfador, Andrés Manuel López Obrador.

Sin la actitud de todos ellos –todos– la noche de ese domingo, el país hubiera sido, sería, un caos. No ocurrió así.

A la noche de la civilidad democrática, contraria a la creencia de muchos de ambos bandos, ha seguido una casi inexplicable luna de miel con representantes de diversos sectores del país con el candidato triunfador, especialmente con el sector empresarial que aparentemente, públicamente, se ha plegado a las propuestas de López Obrador, que no necesariamente son las que prometió en su campaña proselitista.

Asistentes a las reuniones privadas y públicas, pero sobre todo de las primeras -y el escribidor no presume pero si puede decir que tiene información de primera mano-, entre el candidato triunfador, que todavía no es Presidente Electo, y esas representaciones, cuentan que hay muchas diferencias y sorpresas entre el candidato López Obrador y el ciudadano que triunfó en las elecciones y quien deberá asumir el poder de la República el próximo 1 de diciembre.

Con sorpresa unos cuentan: durante 12 o 18 años los medios presentaron a un López Obrador que no corresponde a los que vimos durante la reunión en la que estuvimos; otros dicen: cómo le va a hacer el mismo López Obrador para conciliar sus promesas como candidato con sus acciones como Presidente, si es que fue sincero en ambos casos; hay otros que creen que el próximo Presidente de la República ha hablado, hasta hoy, de acuerdo con los auditorios que tiene enfrente para complacerlos, y ponen de ejemplo casi obvio los dos discursos de la noche del 1 de julio luego del reconocimiento de su triunfo.

No les falta razón lógica a quienes sostienen esto último. Tampoco a los que no coinciden. Las contradicciones del candidato reconocido como triunfador son evidentes. No se digan las de su equipo de trabajo que asumirá el poder, junto con él, el día de su toma de posesión.

¿A quién creerle? ¿Al candidato incendiario en la búsqueda del voto del hartazgo o el triunfador electoral que asumirá la institución primordial en el viejo sistema político mexicano: la Presidencia de la República? ¿A sus presuntos colaboradores, todos en espera de un ratificación por parte del elegido; a quienes lo desmienten o a los que ratifican en extremo sus dichos de campaña?

En los años sesenta del siglo pasado, en México nadie pondría en duda la palabra del Señor Presidente de la República electo; su palabra era la ley, como dice la canción.

Hoy tenemos derecho a dudar, ganado en una lucha histórica, la de la democratización del país, pese al cheque en blanco que sin duda alguna le concedió el 53 por ciento de los votantes –apenas el 30 por ciento de los empadronados y más o menos el 25 por ciento de los habitantes del país– al candidato triunfador. Pero hoy, las contradicciones brotan todos los días, junto con la rebasada y repudiada “cargada” y el “besamanos” tardíos.

Tenemos hoy el derecho a preguntar: ¿qué porcentaje de ese 53 por ciento del total de la votación mantendrá su aprobación cuando sus expectativas provocadas por promesas de campaña no sean cumplidas de inmediato o más tarde? ¿Cuántos votantes estarán dispuestos a esperar? ¿ Por cuánto tiempo? ¿Cuándo pasarán la factura por sus votos?

Está claro que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) no es un partido político; es un movimiento alrededor de un líder, dirigente, caudillo o como quiera llamársele, no el seguimiento de una ideología. Por eso pueden ser sus votantes de izquierda (si es que existe en este país), de derecha (que por supuesto vive en este país) o de centro, en que se cobijan los indecisos, que a juicio del escribidor son mayoría. Así, una parte –mayoritaria o minoritaria– del 53 por ciento de los votantes no estará dispuesta a soportar todo lo que el líder diga. Y, en todo caso, ya se verá.

Mientras, ciertamente, el país vive un momento histórico: los partidos políticos no existen en la práctica. Ni el PRI, ni el PAN, ni el PRD, ni siquiera Morena.

Sí, es de reconocerse, asistimos a un momento fundacional. Los protagonistas de hoy, todos, incluyendo a los opositores, tienen un papel relevante en el tránsito de la historia. No es algo menor.

En política (economía incluida) los vacíos no existen. Hoy ya están llenos, la pregunta es ¿quién o quiénes los van a llenar a partir del próximo 1 de diciembre? De veras que es pregunta.

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