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«A CONTRALUZ»: Todos somos indígenas

Los indígenas son maltratados, marginados y son excluidos hasta extremos infrahumanos.

Todos los días convivimos en la ciudad de México con 800 mil indígenas, descendientes de olmecas, mayas, zapotecas y muchos grupos más. El martes, ellos nos hicieron una llamada de atención en voz de Mardonio Carballo: “Nunca más una ciudad de México sin nosotros, sin los pueblos indígenas… aquí estamos para hablar de los primeros expulsados, de los primeros excluidos”.

 

La frase, dicha en el Palacio de Minería durante la instalación de la Comisión de Pueblos y Barrios Indígenas de la Asamblea Constituyente, me caló hondo, me conmovió hasta la médula y me sacó varias lágrimas, de esas que es imposible reprimir. ¿Por qué sentirse a tal punto conmovida por la afirmación de Carballo?

 

Siempre he pensado que en nosotros, los mexicanos mestizos, la herencia indígena prevalece, si no que alguien me explique por qué nos emociona tanto poner una ofrenda el día de muertos, o contemplar las que instalan en plazas públicas, universidades, el zócalo de la ciudad de México, en Pátzcuaro o en Mixquic.

 

¿Por qué cuando vemos  bailar a los concheros en el Templo Mayor o Coyoacán nuestros pies quieren ir a bailar allá con ellos, sentir lo que ellos sienten?

 

¿Por qué sucumbimos ante la majestuosidad de los sitios sagrados de nuestros antepasados: Teotihuacán, Chichen Itzá, Palenque, Edzná, Calakmul? Todo eso forma parte de nuestro ser y es de tal magnitud el legado de nuestros antepasados que los arqueólogos más prominentes del planeta han venido a tratar de entender su arquitectura, su desarrollo matemático, astronómico y filosófico.

 

Sin embargo a los indígenas de nuestro país, los descendientes directos de nuestras culturas milenarias los maltratamos, marginamos y excluimos hasta extremos infrahumanos: “los pobladores originales de México-Tenochtitlán, son los presos en las cárceles porque no tuvieron intérprete, las víctimas de trata de personas, mayoritariamente indígenas… los que construyen puentes que nunca cruzarán con coches de su propiedad”, dijo ayer Mardonio, constituyente de Morena y presidente de la Comisión de Pueblos y Barrios Originarios.

 

En México hemos aplaudido a los grandes líderes libertadores del planeta, a Mandela, Martin Luther King. Nos causó honda emoción la llegada del primer afroamericano, Barack Obama, a la Casa Blanca ¿Y nosotros? ¿Y nuestro problema de racismo y segregación hacia los indígenas? ¿Y la prevalencia de la piel blanca y las melenas rubias en las telenovelas, en los anuncios comerciales, en los noticieros de la televisión? ¿Cuándo vamos a enfrentar el problema de racismo que tenemos en casa?

 

Ayer que escuchaba a Mardonio, mi mente se trasladó a diciembre del 2013, al funeral de Nelson Mandela en el estadio de Soweto, en Sudáfrica, donde viví una de las experiencias más extraordinarias como periodista y como ser humano.

 

Eran las 6 de la mañana y desde las gradas medias hasta las más altas del estadio se escuchaba un coro de miles de sudafricanos que entonaban melodías de agradecimiento, de amor y de elogio a su líder, a su padre, a su libertador, Nelson Mandela, y juntos también bailaban al ritmo de su canto.

 

Para ellos no era una funeral, era una fiesta de despedida a un ser que no permitió que décadas de encarcelamiento doblegaran su determinación de transformar las condiciones de vida de su gente, doblegada y esclavizada por los colonizadores europeos.

 

Al recordar a Mandela, pienso que para los mexicanos es hora de ver de frente nuestro problema de racismo, reconocer que los modelos de belleza extranjeros que imponen los medios, nos han permeado, que la segregación de los indígenas permanece y que sólo cuando aceptemos esta realidad y hagamos algo al respecto, seremos un país libre, que honra su origen, honra a sus antepasados y se honra a sí mismo.

 

Georgina Olson. Reportera, apasionada por la investigación, afición que abarca desde reportajes de la Venezuela chavista, pasando por el tráfico de armas, la migración centroamericana, hasta la explotación del oro mexicano por los consorcios mineros internacionales. Es licenciada en Relaciones internacionales por la Universidad de las Américas, maestra en Periodismo por la Universidad del Rey Juan Carlos de Madrid-Agencia EFE. En 2010, The Woodrow Wilson Center y The Washington Post la becaron para realizar una investigación sobre tráfico de armas de EU a México, publicada en Excélsior.

 

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