«GINECEO»: Celia Montalván, la más valiente del batallón - Mujer es Más -

«GINECEO»: Celia Montalván, la más valiente del batallón

Celia Montalván, la primera tiple en el Teatro Lírico. 

¿Cómo poder entender la vida de una mujer como Celia Montalván? Resulta tan significativa que, a través de sus representaciones múltiples, se puede comprender uno de los momentos de transformación del desarrollo histórico nacional contemporáneo. El inicio de los años posrevolucionarios y la modernidad. “Ay, ay ay, mi querido capitán…”, reza el estribillo de la tonada que convirtió en símbolo sicalíptico a una de las vedettes por excelencia. “Era -dicen testigos principales- de un atractivo escalofriante para la época, lo que quiere decir que las fotos nunca le harán justicia, ni darán idea de su presencia. La Montalván, belleza de tipo popular, no muy fina, de sensualidad estatutaria, a punto siempre de desbordarse en carnes, pero disciplinadamente mantenida en la orilla”. 

 

De su vida se sabe poco, tan sólo que nació hacia 1900 y que desde temprana edad dedicó su vida a la danza y al teatro. Junto con sus hermanas (Marina Issa y Tessy) conforma su propia compañía artística “Las Hermanitas Marcué”. Viaja por Latinoamérica, Estados Unidos y Europa.

 

Y es precisamente a su regreso del viejo mundo cuando todo se transforma. En 1920, Montalván se estrena como primera tiple en el Teatro Lírico. Después de participar en la obra musical “El jardín de Obregón”, inmediatamente después se suma a la puesta de la revista ¡Ra-Ta-Plan! Mexicana adaptación paródica del espectáculo francés Le Ba-ta-clán, el cual había llegado a México “encabezado por Madame Rasimi y su troupe de bellezas francesas”. El concepto mexicanizado de aquella obra cambió el concepto de las revistas musicales del país, “mujeres bellas sin mallones que cubrieran torso y piernas y con poca ropa, y más alegres y desenfadas que las anteriores tiples”.

 

En su ensayo memorable, “Te brindas, voluptuosa e impudente”, Carlos Monsiváis señala que desde ese momento Celia, como un arquetipo, “es la vedette que anima la capital de México en los años veinte siendo el resultado de muchas experiencias: la sucesión de rupturas sociales a que da origen la Revolución Mexicana, el contagio internacional de los roaring twenties en Norteamérica, la vitalidad artística y cultural de los muralistas y los escritores en torno a José Vasconcelos, la necesidad de romper estentóreamente con la herencia porfiriana, la autosacralización de la mujer consumada por las divas, la nueva imagen de jóvenes deportivas y desprejuiciada”.

 

Pero vayamos por partes. ¿Qué es lo que representa la Montalván, lo cual significa la ruptura y el cambio? Primero, al igual que otras tiples del momento, como Lupe Rivas Cacho, Mimí Derba y la propia María Conesa, desnudan su alma, literalmente, para el público que berrea ufano y eufórico cuando se contonean en la pasarela del Lírico.

 

Una crónica periodística de aquellos años sugirió lo siguiente: “¡Cuánto vaciló Chela Montalván antes de abandonar las mallas! No porque fuera menos bella que sus compañeras de teatro, sino porque ella comenzó su carrera teatral sin pasar por el kindergarten de la impudicia y sentía azoros de colegiala cuando su cuerpo desnudo era como un vértice de afán, para las miradas perversas del público”. Pero lo superó pronto. Se asimiló a ciertos cánones tradicionales: se le vio con políticos y generales que desfilaban por su camerino.

 

Armando de María y Campos en su libro “El teatro de género chico de la revolución mexicana” recuerda la anécdota de sus amoríos con el General Enrique Estrada, ministro de Guerra de Obregón, quien, al salir exiliado por rebelarse contra el gobierno, sus quereres con la tiple y sus visitas al teatro terminaron de sopetón. Montalván inició entonces un tórrido romance con el torero Juan Silveti, quien enfermó de celos. La modernidad había cambiado los valores, se dejaba de fingir (por lo menos dentro del teatro) o como lo afirmó el general Gonzalo N. Santos al referirse a los servicios de la moral: “es un árbol que da moras, y si no se la lleva la chingada”.

 

Soy capitán primero,

el más famoso del batallón;

pero cuando enamoro

soy general, y de división.

Ay, ay ay, mi querido capitán…

 

Celia Montalván también influyó en el desarrollo de la industria fotográfica y ello tuvo su impacto a nivel social. Se hizo retratar semidesnuda, tal cual se representaba en el teatro, y su imagen se vendía en postales. Le dio otro carácter a la foto, que circulaba por doquier, ya publicada en los diarios y revistas; en las paredes publicitarias en que se anunciaban sus presentaciones o en la cartera y libros de los lujuriosos, que se escondían en la moral trasnochada y que al final del día se iban a sus aposentos para encuerarse e imaginarse enamorados de la tiple. 

 

Por supuesto no habrá que descartar que las tiples vedettes o flappers de aquella época fueron una referencia obligada de la moda, en el vestir y en la música que se escuchaba y se bailaba con los ritmos de charlestón, Fox Trot y el jazz.

 

Pero durante los años treinta el Estado mexicano se institucionalizó y todo aquello que representaba los alocados años veinte, se fue perdiendo en el ánimo de la nostalgia. El cine y la radio le ganaron terreno al teatro de variedad, y sus tiples tuvieron que asimilarse, aunque muchas de ellas sin su esplendor teatral.

 

Así la carrera de Montalván comenzó su declive. Filmó en Hollywood (sin emular siquiera a Dolores del Río que para ese entonces ya era una Diva en la meca del cine) dos películas que brillaron por su intrascendencia. En la urgencia de la atención inmediata hasta se atrevió a encerrarse en una jaula con tigres y leones para en eventos de caridad, pero sobre todo para que le devolvieran lo perdido.

En Francia participó en el filme “Tony” dirigido el hijo del afamado pintor Renoir. Volvió a México y participó en Club verde, su único filme mexicano. Y como dice Monsiváis: “de ahí en adelante se retira, convirtiéndose en la dama rica que no auspicia conversaciones sobre su pasado”. Muere a la edad de 57 años, sin saber quizá que fue uno de los vehículos de la transformación hacia la modernidad mexicana del inicio del siglo XX.

 

Todas las tiples guapas

a mí me llaman mi querido capitán,

desde María Conesa,

la Rivas Cacho y la Montalbán.

¡ay!, ¡ay!, ¡ay!, ¡ay!,

mi querido capitán. 

 

 

 

Carlos Silva. Maestro y candidato a doctor en historia por la UNAM. Su especialidad: historia política contemporánea. Publicaciones: El Diario de Fernando; las biografías de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Gonzalo N. Santos; 101 preguntas de historia de México; Todo lo que un mexicano debe saber. Es coordinador de Gestión Cultural de la Subdirección General de Patrimonio Artístico del INBA y dirige su propio sello editorial Quinta Chilla Ediciones.  

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