El Talón de Aquiles de Peña sería la Transparencia.
Cuando 634 mil electores decidieron responder al llamado de organizaciones civiles, para llevar al Congreso una Propuesta Ciudadana en contra de la corrupción, fui de quienes pensaron que la clase política entenderían que la ciudadanía les ordenaba acabar con la corrupción.
Desde el inicio de los años 70, la violación a la ley para hacerse de recursos aprovechando un cargo público, comenzó a hartar a los mexicanos, al ver cómo nacían fortunas de quienes tenían la responsabilidad de ejercer el erario en beneficio de todos.
El fenómeno no era nuevo, pero en ese momento ya era escandaloso el nivel de corrupción que se registraba en los gobiernos municipales, estatales y el federal. Pero no sólo en el poder ejecutivo había manzanas podridas, también en el legislativo y en el judicial.
Los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo son recordados no sólo por su intransigencia y represión (fue la época de la Guerra Sucia), sino por la corrupción desmedida de sus gobiernos.
Miguel de la Madrid emprendió, con Samuel del Villar a la cabeza, algo que llamaron La Renovación Moral de la Sociedad.
En los gobiernos subsecuentes, Salinas y Zedillo, las cosas no variaron. La corrupción siguió gozando de cabal salud.
La derrota del PRI en el 2000, abrió una esperanza. La llegada del PAN hizo creer a los mexicanos que habría castigo para los corruptos.
Pero los gobiernos panistas fueron señalados por casos de corrupción. Se acusó a los hijos de la esposa del presidente Fox, al director de Pemex en ese sexenio. En el de Calderón se dieron a conocer contratos entre Pemex y el secretario de Gobernación, Juan Camilo Muriño.
Desde la campaña, pero aún más, desde el primer día de gobierno de Enrique Peña Nieto, se advirtió (Mauricio Merino lo hizo cada miércoles en El Mañanero con Brozo), que el Talón de Aquiles del nuevo gobierno priista sería el de la Transparencia y la Rendición de Cuentas.
Pero para qué abundar en las casas blancas, las de Malinalco o las investigaciones de un empleado a modo. Para qué seguir insistiendo en los contratos con empresas constructoras como HIGA y OHL.
Desde el martes el PRI, icono de la corrupción en México, estrenó presidente. En su discurso inicial, Enrique Ochoa Reza demandó de los gobiernos emanados de su partido claridad y transparencia.
Y advirtió que ante cada caso de corrupción, sea de funcionarios de su partido o cualquier otro, el PRI no sólo demandará la salida del corrupto del cargo, sino también que se ejerza la ley en su contra.
La apuesta es muy alta. La corrupción y el mal gobierno hizo perder hace unas semanas a al PRI en Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua.
Si lo que dijo el nuevo presidente priista cumple su palabra, César Duarte, Javier Duarte y Roberto Borge tendrían que salir del Palacio de Gobierno de cada una de sus entidades hacia un Ministerio Público y de ahí a la cárcel.
Sólo así se le creerá al PRI, a Enrique, el que despacha en Insurgentes Norte y a Enrique el que vive en Los Pinos ,que sí van en contra de la corrupción.
Pero aún más, el presidente Peña Nieto y el dirigente Enrique Ochoa Reza deberían dar a conocer con la más amplia publicidad sus declaraciones de conflicto de interés y de pago de Impuestos.
Si eso no sucede, las palabras pronunciadas serán sólo demagogia, lenguaje propio de aquellos que practican el populismo ¿Qué no?