jueves 21 noviembre, 2024
Mujer es Más –

Por. Citlalli Berruecos

@CitBerruecos

 

La cabaña de Popopark era fría. Eso es normal cuando se está en el bosque del Paso de Cortés, justo ahí donde el Popocatepetl y el Iztlacihuatl se tocan y aman. Amecameca es el pueblo cercano para hacer la compra de mercado, desayunar deliciosas quesadillas y volver a la “civilización”. Por alguna extraña razón que desconozco, los abuelos tuvieron esa cabaña durante unos años en la que pudimos disfrutar aires limpios de vez en cuando.

La cabaña era rústica, toda de madera. El piso de abajo con un intento de cocina era donde la maga de Yoyita creaba delicias culinarias. Había una mesa larga, sillas de troncos y una escalera que crujía aun sin pisarla. Arriba, la habitación de los abuelos, y no recuerdo bien si había otra o si en el espacio que quedaba se tenían catres pequeños para quienes decidían pasar la noche congelada. Los ventanales grandes daban acceso a una terraza en la que no había nada más que las cenizas que el volcán nos regalaba todas las mañanas para barrerlas y el placer de sentir y oler el bosque. Se tenía un pozo de agua del que se sacaban cubetas. Por eso, si debías ir al baño, tenías que caminar hacia adentro del bosque con una palita, hacer un hoyo para sentarte “de aguilita” y taparlo. El abuelo decía que eso era buen abono para los árboles.

No había mucho que hacer. Nuestro pasatiempo era ir al río a tirar piedras, mojarnos y jugar cualquier cosa inventada en nuestra imaginación en ese momento.

Creo haber tenido diez u once años, no lo sé. Habíamos pasado el fin de semana con más miembros de la familia en la cabaña. Todos sabíamos que Yoyita tenía el don de la magia. Podía hacer que una cabaña pequeña y fría se convirtiera en el hogar más acogedor y calientito que todos queremos. La hacia crecer en solo minutos para que todos pudiéramos pasar la noche y despertar al olor de café que ponía en la madrugada. Yoyita también podía hacer que la mesa dura y rústica se hiciera de goma para que todos compartiéramos su maravilloso sazón con lo poco que se podía conseguir en Amecameca.

No sé por qué se decidió que me quedara esa semana con ellos. Sólo recuerdo lo hermoso que era vivir con lo mínimo necesario y pasar frio acompañada de la magia de mi abuela.

Una mañana, al bajar a la cocina, el olor del café era distinto. Yoyita estaba pensativa, casi sin palabras y desatenta a quienes íbamos llenando la mesa. Cuando tuvo a bien sentarse, nos comentó que despertó en la madrugada y al voltear hacia los ventanales, vio un duende acercarse a la ventana haciéndole un gesto de saludo y que, al ella verlo, se dio la vuelta, y caminó hacia el bosque. Al sentir que no se le creía, nos hizo subir las escaleras, ir a la terraza y enseñarnos cómo estaban marcadas unas huellas pequeñas en las cenizas que llegaban al ventanal. No quiso que se barrieran.

Ese día intentamos hacer lo cotidiano normal, pero había esa sensación de rareza, incredulidad y en mi caso, un poco de miedo. No me daban ganas de pasar otra noche ahí.

De repente, en la tarde, aparecieron sorpresivamente mis padres. Llegaron como si nada, saludaron y pidieron hablar con Yoyita. Como en la cabaña todo se escucha, pude entender su llanto cuando le informaron que Mamá Evita había muerto. Me escondí sentada en los escalones más altos para tratar de escuchar lo qué estaba pasando. Yoyita se quedó en silencio, secó sus lágrimas y dijo: “Ella vino a despedirse de mi anoche. No fue un duende.”

Sin decirnos nada, los que quedábamos en la cabaña, empacamos y salimos a la ciudad. Recuerdo que me llevaron a casa de mi madrinita a pasar esa noche. No me atreví a contarles la historia.

Muchos años más tarde, muchísimos más, cocinaba en casa esperando el regreso de mis hijos de la escuela. Al hacerlo, la olla dejó de hablar y sentí a alguien cerca de mí. Me di la vuelta y se había ido. Esa noche, nos avisaron que Yoyita había muerto. En mi llanto, que aun llevo en mi corazón, supe que se despidió de mi en mi cocina, la cual fue también suya, acariciándome con los olores y sabores de sus platillos.

Guardé este secreto mágico de lo que viví al lado de mi abuela en ese bosque, también mágico. Hoy comparto con ustedes que Yoyita está siempre presente en mi vida y que pase lo que pase, a veces, no tienes que ver para creer.

¡Qué tengan felices fiestas acompañados de sus duendes más queridos! ¡Qué el 2024 sea maravilloso!

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