El lunes de la semana pasada, Anuar González Hemadi, juez tercero de Distrito, concedió un amparo “liso y llano” a Diego Cruz, integrante del grupo de jóvenes de Veracruz apodado Los Porkys, acusados de un presunto ataque sexual cometido en 2015 pero denunciado un año después.
El juez consideró que no se había comprobado de manera fehaciente el abuso al que fue sometida la chica que los acusó. Aunque Cruz reconoció que, junto con sus amigos, tocó los senos de la víctima, metió sus manos debajo de la falda e introdujo los dedos en la vagina, la resolución judicial determinó que no hubo intención lasciva ni intención de copular; que no se trató de un acto sexual, sino de un “roce o frotamiento incidental”.
A Cruz se le procesó por pederastia. Este delito, recogido por el código penal de Veracruz, se refiere, según sus leyes, a quien “sin llegar a la cópula, abuse sexualmente de un menor, agraviando su integridad física o moral, aprovechándose de su ignorancia o indefensión”. No obstante, el juez consideró que la víctima no se encontraba indefensa en el momento de los hechos.
La indignación colectiva trascendió fronteras. Diarios de varios países presentaron notas donde se ponía de manifiesto el absurdo, mientras que la mayoría de usuarios en redes sociales lincharon virtualmente al juez. Aunque en su defensa acudieron algunos abogados que justificaron su resolución, el Consejo de la Judicatura Federal (CJF) optó por suspender al juez González, al que le atribuyó “notoria ineptitud”. En tanto, el amparo fue impugnado y el caso seguirá dando de qué hablar.
Al margen de los argumentos jurídicos, la sentencia del juez refleja una forma de pensar que está en el imaginario colectivo. En el mundo real, fuera de los reflectores de lo políticamente correcto, la idea de que la mujer no es realmente violada si no hay penetración o eyaculación de parte del violador aún prevalece. Más allá, si la víctima no grita o no se defiende lo suficiente, parece que refuerza esa frase nauseabunda de ”hasta le gustó”.
Vivimos en una sociedad donde se cuentan chistes sobre escenas de posibles violaciones con mujeres diciendo: “dijeron que nos violan a todas, ahora lo cumplen”. Olvidan que la violación es una penetración que no simplemente implica a la vagina de la víctima, sino a su intimidad. Es un acto que penetra y desgarra el alma de quienes pasan por ella. Se puede remover a los jueces, pero no a los prejuicios sociales que revictimizan y dan atenuantes a los agresores.
Y si la indignación colectiva buscaba mostrar apoyo a las mujeres como género, en realidad demostró lo contrario. Al tratar de evidenciar al juez, la sociedad virtual arremetió contra su familia, compuesta por dos hijas menores de edad y su esposa. Enardecidos, amenazaban y se solazaban con la idea que ellas fuesen sometidas a algún abuso sexual similar.
Al parecer, una vez más esa sociedad que se desgarra las vestiduras por la superioridad moral, reforzaba el arcaico concepto de considerar a las mujeres como propiedad del “hombre de la familia”. Una venganza que se perpetra en el cuerpo de ellas, que son el arma de una batalla causada por el daño infligido por un hombre, donde ellas son ajenas.
El juez federal Anuar González Hemadi cometió un error garrafal, uno más. Al mencionar que la víctima no estaba indefensa, olvidó que no solo sí lo estaba ella, sino que todas, incluidas sus familiares, esta vez sí, estamos indefensas.
Ante una sociedad que piensa que la mujer tiene que salir lo más lastimada físicamente posible de un abuso sexual para demostrar que no lo gozó; ante una población que nos considera botín de guerra y que acepta la coerción de nuestra sexualidad como la mejor manera de humillarnos, John Stuart Mill enunció que el avance de una sociedad se mide por el grado de atención a las mujeres. Desgraciadamente, a veces parece que vamos en reversa.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y doctora en Educación.