La práctica más recurrente en esta época del año es sin duda abrazar. El abrazo forma parte de los dispositivos afectivos que nos configuran, es un acto que –por fortuna– desborda categorías, temporalidades y mandatos de género.
Este acto performativo conforma un tipo de sabiduría sin entrecomillar. Sabiduría compuesta de temporalidades y experiencias que se reúnen; materialidades e inmaterialidades que se tocan; ritmos que se funden; razones que se encuentran; existencias que se afectan.
En un abrazo se reúnen incidencias humanas y no humanas, esas sabidurías extensas que organizan un lenguaje muchas veces inefable.
En el abrazo se reúnen los grandes acontecimientos de la vida, aunque el abrazo en sí mismo configura una obra narrativa, con un poder íntimo y político específicos.
El contacto de las vivencias a través de los cuerpos, revela la porosidad del lienzo en el que solemos envolvernos. Acercamiento que permite el reconocimiento profundo e íntimo de la experiencia que se abraza, e inaugura la genuina convivencia.
El abrazo propone una metodología de aproximación con el otro, que implica la adaptación a las frecuencias de su existencia, su espacio, y el tiempo en que habita. Involucra fluir en una armonía coordinada y consensuada.
Se trata del lenguaje de un principio espiritual: el alma. Implica precisamente, la apertura del alma y la disposición a la afectación.
El sonido del abrazo es el silencio, en él danzan la extensión y profundidad de las experiencias que co participan.
Es un diálogo amplio y único.
En el abrazo dialogan los efectos políticos de los movimientos internos, discurren sin intenciones de imposición, sólo de reconocimiento y aproximación. En el abrazo es posible la potencialidad de la co-existencia.
A través de esta práctica discurren las verdades de cada cual, logrando un pacto indisoluble: el reconocimiento de la esencia del otro, su autonomía, y al mismo tiempo, su importancia para la propia experiencia.
Al acto de abrazar también se le atribuyen beneficios terapéuticos, como el de disipar el miedo, aliviar la ansiedad y la angustia, así como devolver la calma. Pero además podemos agregar que posibilita un acto político de suma importancia: el de la conciliación.
La extensión de esta práctica a otras categorías y espacios sociales, es una potente herramienta para trascender a través de la afectación entre cuerpos y experiencias; habilita la corresponsabilidad social, y posee la capacidad de aliviar tensiones que nos mantienen ausentes, temerosos y lejanos; ajenos a la convivencia en comunidad. A propósito de los tradicionales encuentros de esta época del año, podríamos extender el acto de abrazar como metodología permanente de co existencia.