La pertenencia es esencial para el desarrollo de las personas.
“Las familias son sistemas sociales que protegen y soportan a sus miembros y los orientan a funcionar de acuerdo a reglas que son invisibles, pero que les dan una sensación de pertenencia”. El autor de esta definición es Salvador Minuchin, uno de los pioneros de la Terapia Familiar. Nacido en Argentina, desarrolló la mayor parte de su trabajo en Estados Unidos, donde hoy a sus 95 años vive (casi) retirado. Este pensador y clínico pasó unos días de vacaciones navideñas con sus amigos radicados en México, y un grupo de terapeutas tuvimos el privilegio de tener una charla larga con él acerca de lo que hoy piensa sobre las familias y la salud mental.
Minuchin, como otros terapeutas sistémicos y narrativos que forman parte de mi formación y mi interés, consideran la justicia social como un valor central que se ve reflejado en sus concepciones teóricas y sus prácticas, clínicas y más allá de la clínica. Esta conversación con un hombre que lleva repensando permanentemente sus ideas y nos ofrece una postura revitalizada de sus más de 50 años de trabajo, me permitió refrescar mis convicciones de por qué las ideas con las que uno observa y trabaja con las familias y los individuos, trascienden el espacio íntimo, porque lo que ahí se trabaja no habla de cómo son o cómo pueden seguir funcionando las familias, sino de cómo cuestionar los sistemas injustos y cómo construir espacios de pertenencia, porque la pertenencia es esencial para el desarrollo de las personas.
En una reveladora y conmovedora reflexión, nos dijo este autor de decenas de libros sobre Terapia Familiar, cómo concebía antes a las familias más relacionadas con el tema de la identidad, que es más individual (lo que la familia nos hace ser: “yo soy”), y desde que murió su compañera de toda la vida, Pat, hace un par de años, llegó a entender que las familias tienen más que ver con la pertenencia (de donde las familias nos hacen sentir que somos: “yo de ahí soy”). La pertenencia, dijo, se convierte en una necesidad esencial para la sobrevivencia de los individuos.
Nos explicó cómo él, junto con otros fundadores, tenía inicialmente una actitud más “anti-familias”, es decir, las familias como creadoras de patologías en sus miembros, y cómo fue cambiando ese foco hacia los recursos familiares. No es que las familias siempre permitan el desarrollo de sus miembros, a veces lo constriñen, pero justamente el trabajo con ellas cuando esto último ocurre, permite que sigan siendo espacios de desarrollo.
Quise compartir aquí algunas de las ideas claves de esta rica conversación, porque me parece que hoy, políticamente, las concepciones sobre qué es “la familia” están siendo arrebatadas por posturas religiosas y conservadoras (e ignorantes) que las piensan como formaciones “naturales” más enfocadas en su composición y funcionamiento adaptativo que en espacios –como lo dice uno de los principales expertos en familias en el mundo–, de pertenencia para sobrevivir.
Agrego lo implícito en la definición, sin importar la composición de las mismas, sino las funciones que se cumplan para el desarrollo de sus miembros. Estas definiciones sirven a quienes trabajamos clínicamente, pero van más allá porque son visiones que deberían aportar a la mirada actual de las familias en lo social y lo político.
Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.