¿Por qué estamos tan enojados los mexicanos?
Pregunto y afirmó al mismo tiempo, y digo los mexicanos porque de momento es con los que me toca convivir, pero no estoy segura de que el mal sea exclusivo de nuestro país.
El calor nos vuelve irritables, eso es sabido, calienta la sangre y los ánimos, la situación no es fácil, pero bueno, ¿cuándo lo ha sido? Desde que tengo uso de razón en México sobran los motivos para querer volverse Ciudadano Cero casi a diario; sin embargo, al menos en mi sencillo e individual estudio antropológico, en donde más mal humor percibo, no es precisamente en la gente que pasa más horas en el calor ni que trabaja jornadas extenuantes. Noto el enojo y la irritabilidad en sectores de la sociedad que más bien yo pensaría tienen una vida cómoda y más o menos resuelta.
En las últimas semanas hemos tenido verdaderos problemas con clientas en el salón y los disturbios se iniciaron por razones muy simples, verdaderas escenas de furia y prepotencia por tener que esperar 5 minutos, porque no les contestan el teléfono, porque los hijos andan de vacaciones y tienen que cargar con ellos; es increíble la facilidad con la que una persona puede estallar en gritos y amenazas, contra miembros de su familia, contra el personal que les brinda un servicio, contra la policía, con meseros y personas ajenas, en lugares a los que se supone uno va a relajarse y porque tiene las posibilidades económicas y el tiempo para hacerlo.
Ni qué decir en el tráfico y los espacios públicos, no hay día que no me toque presenciar pleitos y disturbios, la intolerancia alcanza obviamente a las redes sociales, espacio en el nos quejamos, insultamos y discutimos hasta por los asuntos más frívolos.
Reconozco que en gran medida la queja principal de todos es el gobierno, aunque en muchos casos particulares ninguna de las causas que critican les afecta en realidad, una sociedad antes gentil ahora se vuelve iracunda para protestar por razones que jamás antes le interesaron, aún cuando en ocasiones alguien les demuestre que la noticia está distorsionada o es antigua puede incluso resultar peor. El otro día por ejemplo, llega a un chat un video sobre el desarme a un grupo de policías durante la semana de elecciones en una población de Veracruz y en el cual el delegado a manera de broma reparte resorteras de juguete, busqué la información real y les demostré que el video tiene más de un año de haber sido publicado, razón para que los demás miembros del chat manifestaran todavía más su coraje y estoy segura que casi toman la decisión de expulsarme del grupo. Podría decir que mi intención fue darles paz, pero pareciera todo lo contrario, todas las semanas se agrupan un número importante de noticias falsas, a veces de verdad resulta casi gracioso que la gente caiga en la trampa de compartir información de otros países y otros años, el chiste no es confirmar si lo que se dice es cierto o no, lo importante es denunciar a como dé lugar el caos en el que estamos convertidos. Frases como “El país se está cayendo a pedazos”, “Esto es el fin del mundo” se comparten sin ninguna responsabilidad, lo mismo que exigimos, atacamos; de lo que nos quejamos, defendemos, muchas veces las frases se vuelven tan incongruentes que resultan irrisorias. Lo que aplaudíamos en sexenios pasados ahora lo condenamos y viceversa, llega a tal grado nuestra furia colectiva que no nos damos cuenta del daño que nos hacemos, solitos, como suele ser siempre en la destrucción de algo. Muchos, si no es que todos, tenemos contactos extranjeros en las redes sociales, dejamos caer frases contundentes sobre un país en bancarrota y luego nos quejamos de la falta de inversión, lo mismo en temas de seguridad.
Una cosa es buscar estar informados y crear conciencia, y otra muy distinta en lo que muchos estamos cayendo, el hecho de preferir que las malas noticias proliferen para demostrar que tenemos la razón.
“No hables bien de Camellos”, es una frase famosa y muy recurrida entre comerciantes de Medio Oriente, porque se supone todos lo van a envidiar y a desear lo propio, pero no pasa lo mismo cuando nos referimos a nuestro país, creo que hablar deliberadamente mal de México, muy lejos de beneficiarnos nos perjudica, muestra al mundo una imagen distorsionada que a corto plazo nos va a mermar en ingresos, inversión y turismo.
Yo se que mucha gente piensa diferente a mi y está bien, mi intención no es en ningún momento convencer ni cambiar ideologías políticas ni religiosas, tampoco es únicamente sobre el gobierno que nos subimos al ring a debatir y pelear; nos confrontamos sobre cualquier cantidad de temas, por eso utilicé el adjetivo “Versátil”, nos desgarramos las vestiduras y defendemos nuestros puntos de vista aguerridamente sobre temas diversos, nos negamos a reconocer aquello con lo que no estamos de acuerdo y no nos damos cuenta que tanta polarización y homofobia nos está lastimando como sociedad, no nos lleva a ninguna solución y lo único que nos devuelve es una comunidad lastimada y resentida, porque las cosas siguen siendo como son, el gobierno para bien o para mal ya está en curso, las diferencias de opinión sobre temas como la familia, los derechos de la comunidad LGBTTI+, el matrimonio igualitario, los apoyos a los migrantes, son tan personales como generales, si bien es respetable la opinión de cada quien, también es cierto que en un mundo globalizado como el que vivimos, toca adaptarse, reconocer y respetar los derechos de mayorías y minorías por igual.
Hablamos de retroceso y nosotros mismos nos negamos a la inclusión y respeto que demanda la modernización.
Ya de por si la situación es complicada, las malas noticias son el pan de cada día, hay que ser cuidadosos con no atizar más el fuego, no aumentar más inconformidad, el pesimismo daña nuestras emociones y nuestras relaciones, el gobierno nunca ha sido responsable ni de todo lo malo, ni de todo lo bueno que nos pasa, ¿Dónde queda entonces nuestra injerencia como individuos, nuestra responsabilidad civil y nuestro individual esfuerzo?
Los mexicanos estamos furiosos, con todo y contra todo, tristes, desesperados, nos preocupamos mas no nos ocupamos, repetimos frases de autoayuda que no ponemos en práctica, hacemos propias guerras y batallas innecesarias.
Lo único real es que enojándonos entre nosotros no vamos a lograr nada.
Si no nos calmamos vamos a provocar un colapso social que solo nos va a afectar a nosotros, ni al gobierno ni al país vecino, como cuando están agitadas las aguas y todos reman para diferentes sentidos.
Bien lo dice el dicho: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.