La andanada de críticas al presidente Andrés Manuel López Obrador por el caso Maduro – Venezuela, habría tenido como dique de contención una mejor explicación sobre la participación mexicana en procesos de paz. Aún es tiempo para enmendar la plana, y no necesariamente significaría apoyar la caída del vituperado Nicolás Maduro o el empoderamiento del autoproclamado presidente Juan Guaidó.
¿Es un error ofrecer la mediación de México en el conflicto venezolano? Inicialmente, no. Pero sí es un error no apuntalar esta oferta con el antecedente histórico de las contribuciones que nuestro país a la solución pacífica de los conflictos en América Latina. Los asesores y estrategas del primer mandatario, tendrían mucho que decir para exorcizar puntos de vista de tirios y troyanos que a través de las “benditas redes sociales” descalifican a diestra y siniestra todo planteamiento de la nueva administración en cualesquier material. La tropa “troll” incluso busca generar pánico escénico insinuando que López Obrador va camino a convertirse en el Maduro mexicano y que con el venezolano hay un pacto inconfesable y perverso.
El presidente es recurrente al señalar pasajes históricos nacionales para sustentar sus decisiones. Ahora es necesario reforzar con los antecedentes de las contribuciones nacionales en el contexto internacional. Allí los asesores del presidente, y en especial de la Cancillería encabezada por Marcelo Ebrard, están cojeando.
Es necesario reconocer que el contexto latinoamericano ha cambiado; Estados Unidos como fuerza política modificó sus estrategias de dominio y control regional, a pesar de que con Donald Trump las tentaciones intervencionistas continentales por la vía armada están a la orden del día; la conformación de alianzas es compleja, y los polos ideológicos evolucionaron pese a la persistencia de discursos muy similares a los de la llamada “guerra fría”.
Una buena dosis de memoria no está por demás. Pero hay que dejar atrás los prejuicios en torno a “todo” lo hecho por administraciones priistas. En enero de 1983 a instancia del gobierno mexicano encabezado por Miguel de la Madrid, surgió el mediador Grupo Contadora para pacificar Centroamérica, cuyo conflicto armado impactaba a nuestro país y naciones vecinas por el desplazamiento forzado de miles de víctimas de los enfrentamientos armados en Guatemala, El Salvador y Nicaragua. El llamado inicial a la paz provino del Primer Ministro sueco Olof Palme y los premios Nobel Gabriel García Márquez, Alfonso García Robles y Alva Myrdal.
México tomó la batuta y convocó a los gobiernos de Colombia, Venezuela y Panamá. Fue la panameña isla “Contadora” el lugar del primer encuentro. En el proceso se excluyó a Estados Unidos, por ser un factor de conflicto al subsidiar a la “Contra” antisandinista en Nicaragua y fomentar la confrontación bélica regional.
La ONU a través de su Asamblea General y su Consejo de Seguridad respaldaron la estrategia; los cancilleres centroamericanos suscribieron acuerdos para dar fin a los enfrentamientos armados, promover elecciones libres en las naciones en conflicto y estimular el desarrollo económico regional. En septiembre de 1984 fue presentada la Acta de Paz y Cooperación. Para alcanzar las metas, se conformó en julio de 1985 el Grupo de Apoyo a Contadora o Grupo de Lima, debido a la ciudad sede en la que se sumaron a este esfuerzo Argentina, Brasil, Perú y Uruguay. También se le conoció como Grupo de los Ocho.
El Acta de Contadora fue rechazada por Estados Unidos, ya que se negó a renunciar a intervenir militarmente en Nicaragua. Es cierto, el Grupo Contadora no logró una paz deseable para todas las partes involucradas, pero sentó un precedente para reformular la política en Centroamérica y dio paso al Acuerdo de Paz de Esquipulas. E incluso permitió la conformación del Grupo de los Ocho en un frente común durante la disputa por las Islas Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña.
Este episodio histórico, nos permite deducir que esfuerzos de mediación nunca serán en vano, a pesar de que sí son largos y tortuosos. La vida de personas está en riesgo en Venezuela, los postulados ideológicos están polarizados. El intervencionismo belicista, venga de donde venga no es la solución. La violencia física, armada, verbal destruye las opciones para la solución pacífica de los conflictos.
El Grupo de Lima, el pasado 4 de enero, recibió por primera vez un no rotundo su aliado natural durante los años del Grupo Contadora. Maximiliano Reyes, representante de nuestro país, comunicó la intención de México de no oponerse a que Nicolás Maduro rindiera protesta nuevamente como mandatario de Venezuela.
Las omisiones y olvidos discursivos involuntarios o intencionales generan polarización. ¿Tiene vigencia la Doctrina Estrada que impulso México hace 90 años y que hoy invoca López Obrador? Sí, caso contrario se abre la puerta al intervencionismo del exterior en los asuntos mexicanos… ¿Es necesario respetar la Convención Americana sobre los Derechos Humanos, también conocida como Pacto de San José, de la que nuestro país es firmante? Sí, entre otras cosas porque mandata que se garantice el respeto a los derechos humanos de todas las personas, al goce de derechos y oportunidades, a la libre expresión de las ideas, a la vida en paz y armonía.
En el conflicto latinoamericano, México está apostando por la tercera vía: un proceso de diálogo para la paz. Pero la concordia debe propiciar la conciliación de derechos; armonizar los argumentos de las partes en conflicto. Al gobierno mexicano, le toca explicar con peras y manzanas. Comunicar mejor debe servir a las autoridades a clarificar su posición y superar enconos y evitar la tergiversación del mensaje. Explicar al interior y al exterior es una buena causa que no sólo debe recaer en un hombre. La Cancillería tiene mucha chamba por delante.
