Por. Alicia Reyes Amador
El cuento La Pradera, escrito en el año 1950 por Ray Bradbury, nos cuenta la historia de una familia ufana porque ha logrado comprarse una casa “inteligente”. Ésta es tan efectiva, que ellos ya no tienen que hacer nada de lo que se requiere comúnmente en un hogar de familia. Los habitantes sólo tienen que sentarse a la mesa, acostarse en la cama o solicitar lo que desean y ahí estará de manera inmediata.
Los niños, dos preadolescentes, ven a la casa como su aliada, su amiga y su protectora, es la que satisface todos sus deseos, al grado, que la sienten como una presencia imprescindible, por encima de cualquier otra imagen adulta.
Los padres, a su vez, han comenzado, después de un tiempo, a sentir angustia, e incluso a sentirse inútiles, faltos de objetivos y llenos de confusión.
Lydia, la madre, una mujer pasiva, sin firmeza de carácter y egoísta, percibe muy tardíamente algo extraño en el comportamiento de los niños y lo relaciona con el enorme e idealmente estructurado cuarto de los niños, que está tan bien acondicionado que hubo que erogar la misma cantidad que lo que costó la casa toda.
El cuarto, es especial, entre otras cosas, porque logra recrear las imágenes de los lugares, por lejanos o imaginarios que fueran, en los que los niños desean estar o quisieran reproducir . Cuando lo visitan, a Lydia le sobrecoge la reproducción exacta del escenario de una pradera, con todo y sus leones, a George, su marido, un hombre superficial, consumidor y con pocas miras sobre lo que espera el mundo de él, al principio sólo le parece una muestra de la creatividad de los niños. Sin embargo, hay en ese escenario algo que les parece extraño a ambos; son objetos y sonidos familiares, que no logran precisar porque les parecen tan conocidos.
Lydia se obsesiona con la idea de cerrar el cuarto y alejar a los niños de él, mientras George, trata de tranquilizarla.
El autor describe detalladamente una escena , aparentemente sin importancia, que hará que George de la razón a Lydia. Mientras los padres inician la comida, los niños informan, sin solicitar permiso de los padres, que no llegarán a tiempo. A partir de ello, los padres se preguntan si están haciendo lo correcto al facilitar al máximo las comodidades de sus hijos y no ponerles límites, en ningún sentido. Más adelante los chicos regresan a casa, pero no a interactuar con sus padres, sino con su apreciado cuarto. Desde ese momento, la decisión de los padres se dirige a hacer que los niños no hagan depender su diversión o dar toda su atención al cuarto.
Para sentir que su decisión no es precipitada, piden su opinión al psiquiatra de la familia, quien avala y urge a que los niños y los padres se alejen de la casa. Los niños son informados de ello y la respuesta es la que podría adivinarse; llantos, pataletas, súplicas, amenazas, aparecen en cascada. Como también podría suponerse, Lydia, la que antepone su tranquilidad a sus deberes, cede ante la manipulación de los niños y convence a George para que abra una última vez el cuarto para que los niños se despidan de él.Las consecuencias de esta acción conduces, también un final totalmente lógico, aunque no por ello menos horroroso.
El cuento nos hace recordar la enorme visión del mundo que hay en aquellos relatos de Julio Verne , en los que una cápsula diminuta viajaba por todo el cuerpo de un humano, lo que hoy nos remite a las laparoscopias y a la robótica. Así Bradbury, escribe este relato en 1950, cuando la televisión aparece apenas en los hogares como parte integrante de las actividades cotidianas y familiares, y el teléfono es todavía una novedad para muchos adultos, mientras que comienza una etapa en la que los niños en EU prefieren ver Snoopy a salir a jugar fuera de casa. Todo esto se escucha como un contexto inocente y sin problema alguno. Sin embargo, Bradbury supo ver los estragos que podría causar una distracción que absorbía tanta atención de sus espectadores , sometía a la inmovilidad a quienes la consumían y orientaba con gran facilidad los gustos de su público.
Hoy nos enfrentamos a los estragos que produce el inadecuado uso del celular y las redes sociales, ambos se han convertido, para muchos y varias generaciones, en los educadores y acompañantes permanentes. Proponer o imponer restricciones al uso de ellos, puede traer consecuencias como las que se suscitan en el cuento. La inutilidad que deprime a Lidya y quita el sueño a George, es hoy cada vez más generalizada. Hay en los estudiantes de diversos niveles, la presencia de disfunciones como la falta de sueño, baja en la atención o percepción visual, irritabilidad, ausencia de relaciones sociales funcionales, etc.
La casa inteligente de La Pradera, se ha convertido hoy en una cajita que contiene muchas formas de distracción que atrapan la mente y hacen depender al cuerpo de ella. Si revisamos las redes, encontraremos casos de chicos revelándose violentamente contra los adultos que han osado limitarles el abuso del celular.
Habría mucho más que comentar sobre el tema, por ahora dejemos únicamente pendientes las posibles respuestas a preguntas como: ¿a quién o a qué sector de la sociedad daña ese uso sin límites de algo que es, en realidad, pudiera ser una gran herramienta? ¿Nos podríamos imaginar hoy un mundo sin redes sociales? ¿Hay posibilidad de sólo cerrar los teléfonos y las computadoras para terminar con el daño generalizado? ¿Se podría contabilizar y reducir la cantidad de egoísmo y desinterés que hay en los adultos que dejan en manos del celular a sus hijos? ¿Podemos creer que un padre no se da cuenta del daño que puede generar en su hijo este tipo de influencias? La miniserie Adolescencia de Jack Thorne y Stephen Graham, parece responder algunas de estas interrogantes.
Por mientras, deberemos reflexionar junto con Bradbury sobre La Pradera a la que hemos dado lugar. Un contexto en el que permitimos a las generaciones más jóvenes se acostumbren a construir y a habitar en la violencia. Los pequeños y los jóvenes de nuestro país, se sienten identificados con un lugar árido, peligroso, sin reglas o límites humanos de manera cotidiana. Nuestra sociedad está sometiendo de manera brutal a las principales víctimas de este fenómeno tecnológico, social, cultural y humano que hemos generado y del que somos corresponsables.