jueves 02 mayo, 2024
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BÁRBARA LEJTIK COLUMNAS

CEREBRO 40: ¿Por qué transamos?

Por. Bárbara Lejtik

@barlejtik

 

La semana pasada escribí en este espacio sobre los fraudes y las estafas de los que somos víctimas todo el tiempo, la verdad es que me quedé pensando mucho tiempo después sobre los ejemplos que di (llamadas de extorsión, falsos premios, solicitudes de ayuda en redes sociales engaños cibernéticos y telefónicos y un largo etcétera); sin embargo, creo que me quedé corta, porque si lo analizamos la trampa está siempre allí, conviviendo entre nosotros, día a día, metro a metro, es tan común que incluso la hemos normalizado, hemos aprendido a lidiar con ella y si, también a valernos de ella.

Desde las grandes estafas hasta las pequeñas trampas en los juegos de azar o los acordeones en los exámenes, las mentiras piadosas para parecer más inteligentes o talentosos que los demás, las mordidas para no hacernos acreedores de una multa son trampa para quien recibe el soborno, pero también para quien lo da, comprar lugares en las filas; plagiar desde una tesis, un libro o una simple tare; copiar ideas y presumirlas como nuestras; vender cosas muy por encima de su precio es una trampa igual que consumir esteroides para ganar una competencia deportiva o alterar pesos o medidas para obtener un beneficio; decir mentiras a nuestra pareja, padres o jefes.

Sin duda, los seres humanos vivimos inmiscuidos en un laberinto de trampas y engaños del que todos hemos sido parte aunque nos parezca que lo nuestro es inocente e inofensivo, la verdad es que hay niveles de mentiras y de trampas. Pero es un hecho que en este mundo el que no cae resbala frente a la tentación de obtener un privilegio, trabajar menos o parecer mejores y la verdad es que todos sabemos que hacer trampa y engañar al otro no nos hace mejores sino todo lo contrario.

Hacer trampas se define como una forma de reparar bajos estados de ánimo, aliviar el estrés y satisfacer necesidades psicológicas. Vamos, que no deja de tener que ver con la cultura de la competitividad en la que se enmarca la sociedad reciente.

En 2004, Andrei Shleifer, un economista de la Universidad de Harvard, publicó un artículo titulado ¿Destruye la competición el comportamiento ético? Bajo esa poderosa pregunta, argumentaba que los comportamientos poco éticos, como la corrupción normalmente atribuidos a la avaricia, podrían estar generados por el sistema de competición del mercado y en nuestro sistema social.

La pregunta de por qué la gente hace trampas es difícil de responder, y como comenta Amos Schurr, profesor de filosofía de la Universidad Ben Gurion de Negev (Israel), “en su origen hay muchos factores diversos”. Sin embargo, es cierto que en determinados ambientes “competitivos”, como es de manera extraordinariamente marcada el deporte, los casos de tramposos absolutos se repiten una y otra vez. Él usa el ejemplo de Lance Armstrong, que ganó nada menos que siete tours de Francia antes de que se descubriese que se había dopado, pero el número de ídolos caídos es amplio desde los noventa (una época que se llegó a denominar “la era de los esteroides”). “Ganar tiene un efecto extraño sobre la gente”, argumenta Schurr en The Washington Post: “cuando la gente tiene éxito en una competición contra otros, eso parece afectar a sus valores éticos. Les hace mucho más susceptibles de engañar y hacer trampas posteriormente”. De hecho, el artículo sostiene que una de las razones para que Armstrong terminase dopándose era precisamente esa: “era un ganador”.

Nos quejamos de la corrupción y no reconocemos que solo nos molesta cuando no es en favor de nuestros intereses. En fin, pareciera que algo tenemos muy claro y es que si festivamente “el que no transa no avanza” y que siempre es mejor subir peldaños utilizando a los demás aunque a veces sea más tardado y más complicado buscar la forma de abusar, que simplemente trabajar en favor de uno mismo.

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