sábado 18 mayo, 2024
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«SEXTO SENTIDO» ¡Los regalos de mi padre!

Por. Adriana Luna

En estos días en los que se dan y se reciben múltiples regalos, recordé esos momentos en los que siempre reclamaba porque nunca me llegaban los juguetes que yo pedía. Tenía muñecas caminadoras, trastecitos, pelotas. Nada de eso pedía. Entonces sólo reclamaba porque no tenía ni la más remota idea del esfuerzo que implicaba traerlos. Mis padres sólo querían que mis hermanos y yo, estuviéramos felices disfrutando de la inocente infancia. Hoy lo sé, porque soy madre, lo que uno anhela es que los hijos sean felices y deja la vida buscándolo.

Este año en el corazón hay un vacío, han transcurrido seis meses de la trascendencia física de mi padre y tras reflexiones profundas he comprendido cuáles fueron los verdaderos regalos que nos obsequió. Esos que nos enseñaron a vivir en honradez, laboriosidad y con empatía.

Generosidad. Él siempre era generoso con todos, repartía a los demás lo que tenía, ¡aunque fuera un aguacate! Recuerdo que cuando íbamos de vacaciones a su pueblo natal, Peñón Blanco, Durango, teníamos que dar nuestros juguetes, aunque nos gustaran mucho, a las personas y primos que tenían menos oportunidades. “Luego te compro otro”, nos decía cuando reclamábamos entre llanto. ¡Por supuesto, que los primos quedaban felices!

Ahora comprendo que nos enseñó a desprendernos de las cosas materiales y también a ser agradecidos porque aunque no éramos ricos, sí estábamos en mejores condiciones económicas que otras personas.

Saludar a todos. Él tenía carisma con la gente. Fue después de su muerte cuando me percaté de cómo lo quería la gente. Adultos mayores y niños cambiaban su rostro al saber que ya no lo volverían a ver. Ahí comprendí el cariño que le tenían. ¡Ah, cómo nos molestaba que nos sacara de la habitación cuando habíamos arribado a casa y había una persona en la sala de casa, porque no la habíamos saludado! No importaba si estábamos cansados, si no queríamos ver a nadie. Si al llegar, había una visita, el deber era saludarla -mucho mejor si fuera de mano-. “Sólo te pido que seas amable y saludes, porque ¡tú vas llegando!”, eran sus palabras. Al recordar todos esos momentos, comprendo que nos estaba mostrando el valor de los buenos modales. Un saludo y una sonrisa, abren puertas. Un buen apretón de manos, sí, hasta la forma en cómo uno saluda, dice mucho de la persona.

Laboriosidad. Siempre se levantaba muy temprano para iniciar su jornada. Nunca sabíamos el horario de su retorno, a veces lo veíamos en la noche, y en ocasiones, cuando llegaba, nosotros ya estábamos dormidos. No importaba el día de la semana, siempre estaba activo. Era un gran profesional y muy trabajador. Fue así como de forma natural, con su ejemplo, aprendimos la importancia de ser laboriosos, sin necesidad de que se nos dieran órdenes. Él había dejado su pueblo en busca de oportunidades de estudio y trabajo. Todavía era un niño cuando se fue a Torreón, Coahuila -según platicaba-, porque quería terminar la secundaria, así que trabajaba como cargador de sacos de chile seco en el mercado. Sin importar cuán cansado terminara, después, tenía que ir a estudiar. Recuerdo que cuando uno de mis hermanos sacó baja calificación (siete), hasta le compró una caja con todo lo necesario para lustrar calzado. “Te vas a poner a limpiar zapatos, si no quieres estudiar”, le decía a su hijo que tendría unos 10 u 11 años.

Disponiblidad. Si se necesitaba cambiar un foco, arreglar un aparato, lo que sea, ahí estaba él. Hasta bromeaba diciéndose el “mil usos”. A la hora que fuera, si llegaba una persona a casa solicitando sus servicios como electricista siempre decía: ¡sí! Igual atendía las necesidades de grandes negocios como en los pequeños hogares. Muchas veces lo hacía hasta gratis, especialmente si se trataba de personas envejecidas. “Tú papá no cobra por lo que hace, cobra por lo que sabe y por lo que es”, me dijo en alguna ocasión uno de sus clientes.

Estar contento con lo que se tiene. En casa se tenía siempre lo necesario. Era un buen proveedor. Siempre habrá personas que tengan más que tú, pero hay muchas que quisieran tener lo que tú tienes. Nos contaba que cuando era niño sufrió tal pobreza que su madre les daba de cenar -a cada uno de sus hijos, sólo cinco galletas con figura de animalito -contadas-, para que las acompañaran con un café negro. Esa era su cena. Si les quedaba hambre, al día siguiente podían salir a cortar nopales o fruta de los árboles para saciarla. Sus padres eran campesinos, comían lo que había o lo que podían intercambiar.

Ser decidido. “¡Aviéntese! ¡luego virigüa (averigüa)!”, era su frase. Si algo claro tengo en mi mente, es que una persona siempre debe estar preparada para tomar las oportunidades que la vida le pone enfrente y todo el tiempo debe seguir aprendiendo porque uno nunca sabe lo que te depara el futuro.

Velar por sus padres. Él siempre estuvo pendiente de la manutención de sus progenitores envejecidos. Desde que tengo memoria, siempre lo vi besando la mano de su padre. También vienen a mi mente esos momentos en los que discretamente les proporcionaba dinero. Mi mamá me contó que desde que él era un niño ahorraba monedas en su marranito de barro y cuando lo quebraba ¡lo repartía entre sus hermanos! Y siempre, guardaba algo para su madre.

Sí, como todo padre, también tuvo errores, quizás más de los que él hubiera querido. Pero así, con su ejemplo, nos enseñó lo que debíamos ser y lo que jamás deberíamos ser. En la balanza de la vida, pesa más lo bueno, ¡siempre y por mucho!

Ya teniendo el privilegio de ser guía para mis hijos puedo decir que también cometo más errores de los que quisiera, pero hoy comprendo todos esos regalos de vida que me dejó mi padre. Aunque antes de morir -por secuelas de COVID-19- pude estar en sus últimos momentos y decirle: ¡gracias por todo! Sin embargo, hoy comprendo que no fue suficiente. Hace unos meses, no tenía ni la más remota idea del significado de esa frase. Ni siquiera tenía dimensionado cuál era el valor de esos regalos en mi vida. Sin duda, lo que sabemos es una gota de agua frente al océano.

Entonces sólo me queda decir: ¡Gracias, padre, por tantos regalos!

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