lunes 29 abril, 2024
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«ABREVADERO DE LETRAS» De chile, de dulce y de manteca II

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Por: Cut Domínguez

Dan y cuando el cielo era azul

En un extraño planeta llamado Tierra, a orillas de un jardín de flores fosforescentes cubierto por espesas y grises nubes, se encontraba una casa de columnas de cristal, en cuyo interior se reunían todas las tardes el viejo Tuc y su nieto Dan para conversar y comer frutas y semillas doradas surgidas de una esfera gigante, que lanzaba rayos de colores en forma de gatos diminutos; y éstos a su vez ofrecían entre sus garras los deliciosos manjares. Cierto día, cuando “Ro”, el robot -también en forma de felino- encargado del aseo, aspiraba el polvo y después dispersaba en el viento tibio, el pequeño Dan preguntó a su abuelo sobre los peligros que enfrentaría durante su crecimiento. El canoso hombre dijo, con firmeza, que algo o alguien se apropiara de su tiempo. A la vez que leía un libro en 3D, mismo que al tacto emitía voces y suaves melodías. Más adelante añadió que años atrás existió el automóvil y la televisión, la computadora, el celular y demás claves de la felicidad.  Instrumentos útiles, sí, pero hubo quien no supo usarlos en beneficio de sí mismo; por lo contrario, le robaron el tiempo. Un tesoro harto valioso. Le recordó, por último, que antes de la gran guerra de insectos metálicos y arañas eléctricas, impulsada por un ejército de gatos perversos, al planeta también lo arroparon nubarrones blancos, en las noches brillaron cabelleras de estrellas y durante el día el cielo se podía ver azul. Sí Dan el cielo era azul, repitió el abuelo Tuc varias veces a Dan.

Ellos en el espejo

La primera vez que se encontraron, ella lo tomó cálidamente de la mano. Él, con un mal presentimiento, se tocó el cuello adolorido y corrió hacia el espejo tan solo para mirar un espacio despoblado con dos siluetas, una junto a la otra, y confirmar de una vez que los dos estaban muertos.

El Edén

El reloj marcó las siete. Se despertó de un salto, vigoroso. Caminó de un lado a otro y se persignó. Desde que murió Teresa, su madre, conservó esa costumbre. De buen humor, salió de casa y tomó la regadera verde regalo de su hermana Paula. La gente decía que era tarea para mujeres, él lo aceptaba como cumplido y sonreía. En medio de la hierba se abrió paso hasta una hilera de pequeños bidones, cuya tierra sedienta ocupaban pacientes el papel de las macetas. Cantó. Poco a poco derramó el agua. Recordó, entonces, el consejo de Teresa. Si gritas nadie te escuchará, si lo haces bajito, algunos; pero si lo susurras el corazón de todos despertará. Como impulsados por una fuerza misteriosa, de los recipientes comenzaron a salir minúsculas criaturas de todos los géneros y especies, como: conejos, patos, gorriones, leonas, tórtolas, abejas, gaviotas, delfines…Se dispuso regresar a su habitación y leer o escribir sobre la experiencia. El viento soplaba, no lo dejaba avanzar. Al fin llegó a la puerta, que no pudo abrir. Se miró las manos. Eran alas de mariposa, una mariposa amarilla.

 

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