lunes 20 mayo, 2024
Mujer es Más –
COLUMNAS COLUMNA INVITADA

«DESDE LA IMAGEN» Color carne

Por. Cristina Ortega

Cuando hablamos del color en la sociología, es inevitable tocar el marketing, la cultura, la etnia, la región… y hasta los fabricantes de los colores que dan nombre a cada pigmentación. Ya tenemos bastante con el rosa y el azul, desde María Antonieta en Versalles, los nazis en la Segunda Guerra Mundial y finalmente los orfanatos de la post guerra que identificaron por fin como conocemos la “sexualidad” de esos dos colores; aunque esto parezca baladí, el color rosa pastel tendrá su influencia desde lo varonil de sus orígenes, hasta llegar a la moda en gadgets en el siglo XXI.

Tenemos en los ojos 126 millones de células sensibles a la luz, sin embargo, esto cambia de persona a persona, por lo que es algo muy subjetivo, y acercarnos a un número aproximado de ¿Cuántos colores vemos? La información se actualiza, ahora sabemos que la mayoría de los investigadores sostiene que podemos distinguir alrededor de un millón de colores y 100 tonalidades, pero dada la evolución, la mutación genética en las mujeres, que es más posible su cercanía a la evolución del ojo; por la herencia de la organización social ancestral; las mujeres tenemos una mutación genética que nos da un cuarto tipo de cono (también es subjetivo). Esto proporciona un cono adicional, y la posibilidad de ver hasta 100 millones de colores.

Así que ya sabemos que el color rosa y azul tienen género, que el cromosoma XX ha mutado visualmente en los conos visuales y ahora agregamos que los fabricantes de pigmentos para colorear (desde pre-escolar hasta manifestaciones de arte) cuando decidieron comercializar sus colores decidieron nombrar a uno de ellos “color carne”; siendo un color que representaba la raza blanca caucásica. 

Epistémicamente esto nos enseñaba que refería al “color piel”; sin especificar que era la raza blanca caucásica, tampoco existía nombre para representar el resto de tonalidades cutáneas, por lo menos en mi caja de crayolas (cuando niña) no existía. En lo personal, con mi súper dotación de conos que me dio la mutación de mis cromosomas, no entendía por qué en preescolar, mi compañero quería colorearse con el color de la tierra. Realmente me afligía que se identificara con el interior de una maceta. Él era mi mejor amigo, jugaba con él todas las dinámicas que tácitamente no incluyeran el color rosa que a mí me volvían inmóvil y pasiva; y el color azul, que a él lo volvían dominante y dinámico, obviamente, eso nos separaba, pero no había diferencia de más colores; hasta que llegó el “color carne”. 

La epistemología que a través del entorno nos enseña, omitió que en realidad la carne, refería a la piel y no es ese tono rosa pálido, que por fortuna ya han cambiado de nombre; pues la carne es roja, y la de las aves es blanca, y algunos peces también. Que el color piel es altamente diverso, pero somos herederos de esa generalización medieval para llamar amarillos a los orientales, negros a los africanos, blancos a los sajones, y entonces los americanos nativos serían cafés. Pero por ser los últimos en ser incluidos en la historia universal aún hay controversias. Todas las razas tienen cientos de variaciones en tonalidades; la sociedad ha “marcado” organización por coloraciones; perdón, pero caer en la trampa de la sociedad, considero que ya el ojo humano está mucho más educado para señalar que el “color carne”, solo existió en una época que dejamos en nuestra infancia, y que la maravilla de colores que perciben nuestros ojos no puede ser limitada a estigmas del pasado. Solo continúa un gran estigma del color, el rosa que viste de feminidad-inmóvil (falta de desarrollo psicomotriz), y el azul que viste de sobre dinamismo dominante varonil (falta de aprendizaje de impulsos emocionales). El estigma pedagógico continúa: “En las niñas el juego termina cuando las reglas terminan, en los varones, termina hasta que el niño gana”. Bajo este tamiz, no se sorprenda de la actualidad en que vivimos. 

En total acuerdo en que se quiten los estigmas sociales de “el color carne” pero; falta liberar el color rosa y el color azul de todo estigma de género.  

Los colores no tienen género, ni estatus social. No al prejuicio.

P.D. No olvide que los Simpson son amarillos, y no son orientales, vemos miles de colores, pero siempre hay un punto ciego que todos miramos.


Cristina Ortega Domínguez. Fotógrafa desde hace 28 años, amante de la imagen en cualquiera de sus expresiones, fundadora de Arte NiNi A.C. Doctora en Investigación Interdisciplinaria en Ciencias y Humanidades.

Autora de los libros: “Psicografía. El dibujo de la mente”: Percepción-interpretación de fotografías en la interacción de las redes sociales como exteriorización psico-emocional (2019) y “La Psicografía”: La identidad a través de la imagen fotográfica (2016).

Twitter @CrissOrtega

FB @CrisstinaOrtegaD

 

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