- Escribir y bien es mi mayor deseo
Por: Cut Domínguez
Cuando los asuntos se ponen decididamente reflexivos, no hay más remedio que enfrentar las cosas con soltura. Debo decir que es grato haber cumplido 70 años y jamás cambiaría a mis hijos, los buenos amigos, por un cuerpo atlético, o los amores que se quedaron en el camino, muertos de ausencia o de pena, por las canas que tengo. No lo niego, algunas veces, con la congoja huyendo de mi interior como hilachas de una escoba vieja; ayyy mi alma venturosa y mayúscula, se arrastra lamiendo el suelo, toda, más que mis propias piernas, fatigada de usar mi corazón a diario.
Pero ajeno al derrumbe solo me pandeo, pero no me quiebro; como decía mi abuelo. Escribir y bien es mi mayor deseo. Pretendo atajar lo que chorrea en un espíritu, envuelto en un traje marchito, pero que incendia al mismo hielo. Escribir mis sueños, mis silencios, sacarme la buena y mala bestia que soy; convocar las ideas, las palabras a darse una caricia, como los enamorados, para luego aprender a volar sobre una hoja en blanco.
A mi edad, miro las cosas con más calma, pero con la voluntad de seguir creciendo. Fantasear para mí es acariciar con los dedos y las ilusiones las beso guardando una esperanza. ¿Cuál es el motivo? Mi corazón y mi juicio son francos, libres; no tienen cerrojo, candado, pasador, ni nada. Tengo los años que el amor, a veces, es una loca llamarada, deseosa de que calcine mi cuerpo, mi esencia ensimismada.
Que importa si tengo 50, 60, 70 o más, si me acompaña una cómplice sin soltar mi mano, presente en la amargura, aplacando ardores, disfrutando alegrías, lidiando, en no pocas ocasiones, cuando estoy en “Modo Cascarrabias”, pero que a su manera sangra poesía. Las lágrimas que he derramado valen mucho más que la cifra de años que he cumplido. Ya lloré y olvidé brazos distantes.
Presumo de saber cuidar, conquistar cada día con un poema de pocas letras. Me gusta más leer un libro, la dulzura detrás de los ojos, lo mejor de un sentimiento, la grandeza del carácter y la sabiduría intelectual. Ya no me seducen senos firmes, caderas amplias, ni abundantes cabelleras. Los sábados llenos de paz, después de mirar la luna, frecuento besar mientras duermo, tomo suave la mano y doy abrazos de seguridad.
La vida es bella y generosa, pero más aún cuando existe a quien querer. A medida que ha pasado el tiempo le he dado la mano y somos buenos amigos. Ahora soy más amable conmigo mismo y menos crítico con el espejo, aunque admito ser un poco vanidoso y declarado distante, algo cínico, medio loco, caprichoso, temperamental, apasionado, bondadoso, arrogante, sensible, sentido y llorón como plañidera.
En estos días, al acercarse una fecha importante para mí, fuertes sentimientos me abrazan hasta humedecer mis ojos, para variar. Pero sobre todo los recuerdos de los últimos años, mismos que comenzaron a reverdecer y florecer mi ánimo. Fue aquí donde he tenido más presente también la música, particularmente las notas de la canción Vocé É Linda, de Caetano Veloso, que agitan mi cuerpo de pies a cabeza.
Entiendo todo de esta manera: no es por el paso de los años que uno deja de querer, sino al contrario; por no querer se siente, a veces, viejo o cansado. La pregunta es ¿Por qué se quiere tanto a los 70 o más? Porque todo se ve de maravilla y se derrocha entereza por la vida, porque se ve al mar en sus días de fiesta y al cielo cuando se viste de estrellas para presumir de noche. Porque uno descubre en los ojos de la gente la naturaleza de lo que está hecha y se entrampa en un laberinto de lindas sensaciones.
Concluyo parafraseando a Herman Hesse (El lobo estepario) con las siguientes líneas: Una vida fácil, un fácil amor, una muerte fácil, no son cosas para mí.
