jueves 25 abril, 2024
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«ABREVADERO DE LETRAS» Mujer que suma casi los cuarenta

  • Cuya sonrisa te roba el alma

Por: Cut Domínguez

 Es una falta de respeto leer el instructivo, que no tiene, de una mujer que suma casi los cuarenta. Hay que tener la suficiente pericia para acariciar ese teclado irresistible que arde en fuego y desata historias. Ella es un fruto en plenitud, con sabor exquisito que solo disfrutan quienes lo saben paladear.

Para quitarle prenda por prenda no es cuestión únicamente de desnudarla, también hay que despojarle los miedos, besarle con dulzura las cicatrices, y leer más allá de su emoción y de su mente, interpretando lo que esconde; no afuera ni alrededor sino dentro, en el centro de su corazón.

 No hace falta hechizo alguno, basta mirar sus ojos risueños, ojos como mariposas asustadas, para quedar cautivado.

 Pulsar y desnudar a una mujer de esta edad supone, también, leerle el cuerpo y el brío de transitarlo sin premura, reconociéndolo como un templo sagrado que atesora códigos secretos, y laberintos olvidados. Soñar orquídeas, inventar estrellas porque uno ha sido invitado a la sucursal del cielo, al rito divino de su intimidad.

No siempre se es cascarrabias, como a veces señalan, se tiene piel delgadita. Sensible, dicen los que saben. Con muchos defectos, sí, hay que admitirlo; aunque bien se pueden llamar “Efectos Especiales”. De igual modo, la mujer que suma casi los cuarenta, debe tener aspecto de mujer y no de huesos disfrazados. No tiene llantitas, es superficie de goce erótico, con algunos afectos construidos a fuerza de pico y pala, gota a gota, hombro con hombro. Callando impulsos inconfesables. ¡Vaya pasión tan adictiva como delirante! Escucharla hablar es una bocanada de inspiración. Su voz cobija.

 Bueno es saber que el cariño se les grita con todos los silencios, hay que elegir: entre estimar sexo bendito y la osadía de hacerle el amor como Dios manda. Entre acariciar solo la piel, o internarse en cada célula de su cuerpo; saber besarla o exprimir de ella el licor más secreto y delicado. Entre contemplarla de pies a cabeza y no ver nada, o perderse embelesado por todos sus contornos. 

Algunas son bonitas y lo que le sigue, legítimos ángeles. Talentosas, amantes de la familia, de los libros, grandes amigas; cuya sonrisa te roba el alma, y si intentas atajar su camino, no te atrevas, posee al mismo tiempo tanta rebeldía y alas en los pies, que pueden seguir volando.  

Queda claro que no se mira en ellas su envoltura, sino la humildad que habita su belleza de alma. ¿A quién no le agrada que miren de frente o de lado, inquieta o preocupada; segura de sí o disimulando? Así, se puede creer que trae lindas músicas en el pensamiento, como esas tentaciones que siguen a la mujer casada. ¿O no es eso enseñar a un corazón a caminar de nuevo? Así sea desde un cuarto a solas abrazando un cuerpo que se tiene sin tenerlo.

Al final de este breve periplo conviene parafrasear a García Márquez con este dicho: En todo momento de la vida hay una mujer que toma nuestra mano, en la claridad o en las tinieblas, de una realidad que solo ella conoce mejor y con menos luces.

 

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