sábado 18 mayo, 2024
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CEREBRO 40 BÁRBARA LEJTIK COLUMNAS

«CEREBRO 40» Adiós a la escuela

Por. Bárbara Lejtik

Ellos creen que no los entendemos, atraviesan una vorágine de sentimientos, se sienten desolados, traicionados por la vida.

Y claro que los entendemos, no lo sufrimos de la misma forma pero nos duele ver a nuestros hijos pasarla mal, compartimos su nostalgia y desasosiego.

¿No saben ellos que para nosotros también era una graduación?

Que también soñábamos estar allí. En la ceremonia de entrega de diplomas, en la fiesta de fin de curso, tan anhelada para nosotros desde hace mucho más tiempo que para ellos.

Desde que los llevábamos al jardín de niños secretamente soñábamos en estar allí 15 años después, en primera fila, de sentir nuestro corazón desbordarse de alegría y orgullo cuando los llamaran a recoger su diploma, listos con nuestras cámaras, con la misma ternura en el corazón que cuando les aplaudíamos en los festivales escolares, para nosotros, aquellos niños disfrazados de animalitos en primavera y pastores en Navidad siguen siendo los mismos que este año se graduarían de preparatoria.

Nada, no hubo ceremonias con toga y birrete, no hubo baile con vestido de gala, recibiremos con suerte un correo electrónico con su diploma y una felicitación, y  al igual que ellos, sentiremos que no lo merecemos.

Es cierto, no nos duele igual, pero si nos duele, también teníamos ese sueño, además el sentimiento es doble, nuestra tristeza y su nostalgia, su frustración será un recuerdo permanente de todo lo que nos robó esta pandemia.

Les diremos que tenemos salud, que estamos vivos, que muchas familias no pueden decir lo mismo, pero nada les regresará su último año de preparatoria, la convivencia con sus amigos, la experiencia de ir a clases, todo lo que cada chico y chica anhelaban de su época de estudiante.

¿Qué tan buena tiene que ser una escuela para que sus alumnos le lleven serenata a las rejas cerradas el último día de clases?

Anoche me rompieron el corazón, los estudiantes de la Preparatoria No.6 -y supongo que en muchos lugares se repitió la misma escena- llevaron mariachi para despedirse, se abrazaron a las rejas cerradas y con sus amigos, compañeros de desolación, derramaron lágrimas de verdadera tristeza, de tristeza por lo que perdieron, por la frustración de no sentirse merecedores, por no poder despedirse; por cada día de clases que perdieron, de amigos, de fiestas, que no tuvieron; por todo lo que les dijimos siempre: “Disfruta tu escuela, esta es la mejor época de tu vida”.

La preparatoria es un tiempo corto, sin embargo es trascendente en la vida de todos los que tuvimos oportunidad de vivirlo, nos dio identidad, conocimos a los que seguramente para todos serán nuestros amigos de por vida, nos preparó para elegir una carrera, sus paredes fueron testigos de miles de cosas, de la mayoría esperemos nunca puedan hablar.

¿Cómo le explicó a mi hijo que esto no es su culpa? Que no es culpa de nadie. Que así pasó y nunca nos dijeron que tendríamos que estar preparados.

Busqué ejemplos para tratar de explicarle la importancia de haber logrado terminar la prepa en pandemia, le dije que serán recordados como una generación resiliente, que no serán una simple generación, un número o un año, que serán por siempre la generación de la pandemia. Le hablé de la tripulación del Titanic, de los sobrevivientes del Holocausto, de los caudillos de la Revolución, pero creo que con cada una de mis ejemplificaciones solo lograba deprimirlo más.

En el fondo, yo sé lo doloroso que es esto y que no hay palabras para consolar a un chavo que era tan feliz yendo a la escuela, que luchó tanto por conseguir un lugar, que valoraba cada minuto en sus instalaciones, que quería a sus amigos, admiraba profundamente a sus maestros y que se henchía de orgullo de ser parte de la prepa en la que siempre soñó estudiar.

Vendrán muchas cosas nuevas, cosas muy buenas, grandes experiencias, solo tienen 18 años, no están ni cerca de la mitad de su camino, pero el duelo que ahora viven quedará sin resolver, sin respuestas a tantas preguntas.

“Es como estar manchado con una pintura transparente y no podértela quitar”, me dijo Nicolás.

¿Qué puede responder una madre ante algo tan doloroso?

¿Con qué palabras puedo consolar a mi hijo?

Y como estoy yo estamos millones de familias en México y en todo el mundo quisiéramos asegurarles a nuestros hijos que el tiempo tal vez pueda regresar, que serán recompensados por lo que les pertenecía y tuvieron que dejar ir.

Pero ahora no, hoy no encuentro palabras ni promesas que puedan lavar esa pintura que él no puede describir, pero que se llama tristeza.

Esta es la segunda generación que se gradúa frente a una pantalla de computadora, en el mejor de los casos, habrá muchos que ni siquiera eso podrán hacer.

La melancolía y la depresión será la siguiente pandemia, la angustia de ver la vida irse como agua entre nuestros dedos.

Yo también creo que la vida los tendría que recompensar de una forma que valga la pena, porque nuestros hijos merecían arrojar sus birretes al aire, gritar Goya y tomarse la foto con un diploma que diga:

“Por mi raza hablará el espíritu”.

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